Vulnerabilidad y hospitalidad: dos caras de la misma moneda
- Fidencio Aguilar Víquez
I
Es un hecho que el ser humano, con todo y su grandeza, es vulnerable. Lo es al nacer, a lo largo de su desarrollo y, sobre todo, al fenecer. Es un dato al que tendremos que mirar con atención si queremos desentrañar su sentido y significado. En virtud de tal vulnerabilidad, la hospitalidad, como actitud humana también, ha surgido como respuesta a esa vulnerabilidad, cuando menos como el horizonte de la mostración de una ayuda o cura humana ante esa situación de debilidad o vulnerabilidad. Por así decirlo, la hospitalidad es una respuesta humana ante una necesidad humana.
Son, entonces, como los dos polos de un mismo horizonte, dos caras de la misma moneda: la vulnerabilidad abre el camino hacia la hospitalidad; ésta adquiere su sentido al atender a aquélla. Hay una conexión estrecha entre ambas. Comencemos por mirar los inicios de la vida humana. Los cuidados que necesita el ser humano, incluso desde el seno materno, denotan lo vulnerable que es en el proceso mismo de su formación biológica. No se diga al nacer, los cuidados se vuelven sofisticados.
A diferencia de otras especies, el ser humano no goza de independencia al nacer. Por un largo periodo, se vuelve un ser necesitado del cuidado de otros de sus semejantes; para comenzar de sus padres, de su entorno. No sólo el cuidado físico-biológico, sino psíquico-emocional, incluso cultural y espiritual. Es no sólo largo el camino, sino arduo y complejo. Los padres, y la madre en especial, o una persona cercana a falta de aquélla, deben tener dedicación de tiempo completo. El bebé es vulnerable.
Dicha vulnerabilidad se prolonga a lo largo de la niñez, incluso en los inicios de la juventud. Es una vulnerabilidad que no sólo suscita el cuidado de los padres en la casa, en el entorno familiar, cuidando de todos los aspectos mencionados arriba, sino que se prolonga a la escuela y a los demás espacios en donde crecen los niños y los adolescentes; tal vulnerabilidad suscita el cuidado de los maestros y pedagogos, en un aspecto psíquico, o psicológico, mejor dicho, y, sobre todo, moral y existencial.
La vulnerabilidad existe no sólo por la fragilidad de la persona que se está formando, sino también porque en esos entornos —el familiar y el escolar— no sólo pueden ser una amenaza latente las deficiencias de los padres y maestros, sino porque puede haber irrupciones de violencia de unos y de otros que incide en dicha fragilidad. No sólo con consecuencias físicas o psicológicas, sino morales y/o espirituales. En suma, la violencia puede tener efectos inhumanos y deshumanizantes debido a tal fragilidad.
En la juventud misma, debido a la inexperiencia, hay ámbitos de fragilidad. Ciertamente hay fuertes dosis de fuerza vital y de empeño por realizar cosas grandes y nobles, pero la gran zona de vulnerabilidad es el idealismo grande. Con frecuencia, los jóvenes pueden ser seducidos y engañados por la manipulación, la ideología y las falsas ilusiones. La historia, incluso la reciente, ha mostrado con nitidez notables ejemplos. La vulnerabilidad, en verdad, no es de cuño biológico, sino moral y espiritual.
Lo mismo podríamos señalar de otros momentos de la vida humana en que es notoria la vulnerabilidad de la condición humana. Pensemos en el momento inmediato posterior a la madurez, o mejor dicho, a la plenitud. Si miramos ese momento, cuando el sol de nuestra vida comienza a declinar, caeremos en la cuenta de que la vulnerabilidad no había dejado de acompañarnos. Ciertas afecciones o dolencias comienzan a manifestarse y a declararse huéspedes permanentes. La vida es así.
Entrando en la última etapa del horizonte vital humano —ancianidad, senectud, senilidad o como queramos llamarla—, la vulnerabilidad humana parece continuar y acentuarse. No sólo se muestra como una etapa más, sino como la acumulación de toda la vulnerabilidad de nuestra existencia. Hay, sin embargo, un elemento más: la vulnerabilidad no sólo de la vitalidad humana, sino la del término inminente de la finitud. Nos lo recuerda el “polvo eres y en polvo te convertirás” (Gn 3, 19). Hasta aquí no he dado sino una mirada global a la condición humana en sus edades vitales.
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Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).