Aristóteles

  • Atilio Peralta Merino
Si guiamos el razonamiento por lo que nos dan los sentidos, entraríamos en contacto con su sabiduría

En la locución de Polonius, el personaje del drama de Shakespeare, se deja sentir la huella de “categorías”, los primeros y segundos Analíticos, así como de los Tópicos:  los libros que conforman todos ellos el Órganon de la lógica de Aristóteles, cuando expresa: “Que quiera yo explicar lo que son las potestades, y lo que son los trabajos, o porqué la noche, es noche, el día es día y el tiempo, tiempo, es desperdiciar el día, la noche y el tiempo”.

No queda circunscrito el discurso a la consideración que señala que todo razonamiento debe partir de aquella que nos muestran los sentidos y las verdades aceptadas de manera inveterada, sino que alude a lo planteado en el libro del “Cielo”, complementario de la “Physis”, cuando el mismo personaje continúa perorando en la tragedia del “príncipe de Dinamarca” de la siguiente forma: “Pon en duda que el sol gire, que hay en la estrella fulgor, que la verdad sea mentira, más no dudes de mi amor”.

Dice Aristóteles en su libro Del sentido y lo sensible, complemento también de la “Physis”, lo siguiente: “Es posible que un sujeto que siente vea un objeto visible sin conocerlo; el ojo debe, según esta teoría, verse a sí mismo. ¿Por qué, pues, no ocurre esto cuando el ojo está en reposo? …el ojo que se ve a sí mismo, exactamente igual que en una reflexión; si el ojo fuera actualmente fuego, como dice Empédocles, y tal y como se afirma en el Timeo, y si la visión tuviera efecto cuando la luz saliera del ojo como de una lámpara, ¿por qué no sería igualmente posible la visión en la oscuridad?”

Las disquisiciones de la Física fueron desempolvadas del olvido en la Edad Media por San Alberto Magno, santo patrono de los científicos, y a la postre cuestionadas en los albores del siglo XVII cuando Galileo publicó El Gran Ensayador;  deja sentir, por lo demás, una sutil y acaso inobservada presencia en otro diálogo de Shakespeare como el que sostienen Casio y Bruto en “Julio Cesar”, caracterizado  por siempre en nuestra imaginación por John Gielgud y James Mason bajo la dirección de Joseph L. Mankiewicz .

“-Dime Bruto, ¿puedes verte a ti mismo?
-No, porque los ojos sólo pueden verse por reflexión.
-Pues déjame que yo, espejo tuyo, muestre la imagen de noble varón que todo romano tiene de ti.”

El Concilio de Trento, llevado a cabo bajo la égida y poderío del Cesar Carlos, declaró a la obra de Aristóteles como la Doctrina oficial de la Iglesia, adaptada, claro está, a la fe cristiana por la versión que de la misma hiciera Tomás de Aquino (hubo en un tiempo “Aquinos” que no se servían de falsearos).

Dada la circunstancia en cuestión, podría creerse de primera impresión  que el pensamiento del estagirita habría dejado su impronta, fundamentalmente, en el mundo latino, y, muy particularmente en el que corresponde al ámbito de la lengua española, en virtud de la influencia desplegada por las huestes de Ignacio de Loyola durante la Contrarreforma; no obstante, aun cuando, insisto , sutil y acaso también desapercibida e inobservada puede encontrarse en no pocos de los pasajes del “bardo de Stratford-upon-Avon”.

En la citada obra, complementaria de su Física, nos dice el padre de la Academia, que los sentidos pueden engañarnos al sugerir cada uno de ellos sensaciones gratas más del topo incompatibles entre sí, dejándonos constancia de un verdadero “chiste” expresado en relación a Eurípides, de quien dice que, se le sugería  que “si el pure de berenjenas  era apetitoso no resultaba conveniente rociarle encima  perfumes”.

Constancia que bien pudo haber aderezado la trama de la novela de Umberto Eco, caracterizada en el cine por Sean Connery, dado que la misma gira en su totalidad en torno a la Poética y, muy particularmente, en torno a la reflexión del estagirita sobre el género de la comedia, de la que tan sólo han llegado hasta nuestros días, meras referencias una de ellas, a no dudarse, el aludido sarcasmo que Aristóteles emplea respecto de Eurípides.

No cabe duda de que si guiamos nuestro razonamiento por los datos que nos ofrecen los sentidos, podemos estar en contacto con la sabiduría de Aristóteles, y si lo hacemos imbuidos de sentido del humor, ello será, sin duda mucho mejor, y alejándonos acaso de los malos sueños, como en el diálogo de Hamlet: “Todos esos sueños son la ambición, porqué el alimento de la ambición soez es sólo la sombre de un sueño”.

Pd. Hay quienes modestamente estudiamos a Aristóteles, muy alejados de quienes, editorializando cartas aclaratorias, llegan incluso a fustigar a autoridades instituidas legalmente que hacen renuncia expresa a las medidas de hecho, lo cual propicia situaciones contrarias a esta y se erige a su vez en apología del delito, tal y como al efecto parecen tener costumbre.

En la búsqueda de la nominación al Pulitzer, no cabe duda, puede muy bien no sólo adulterar la historia a partir de los años setenta, sino, incluso, reiterarse semana a semana la misma nota sobre Santa María Acuexcomac

albertoperalta1963@gmail.com

 

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava