Bird, el saxofonista que nunca detuvo el vuelo
- Ximena Constantino
Recuerdo que una persona que quise mucho me contaba de sus vivencias en el antiguo y extinto Teatro Blanquita. Esas historias me llevaban a un viaje al pasado que nunca viví. Contaba que en los camerinos de los músicos podrías encontrar diferentes tipos de segmentos. Pasabas por el camerino uno y ahí estaban los que les gustaba el licor y el vino; después el camerino dos, entre una que otra nota de alguna trompeta que se escuchaba, estaban los que entre beso y beso a las chicas bailarinas y vedettes se aproximaban. Y por último, en el camerino tres se encontraban los músicos que tenían una amplia variedad de drogas en sus estuches.
Esas historias me las contaba un buen saxofonista que nunca perteneció a esos grupos, y que por el contrario, ahora esa vivencia la contaba a manera de sentencia para reflexionar en qué camerino se quiere entrar. En todos había cupo.
Tristemente, hay algo de eso en casi todos los músicos que conozco. Como si de una enfermedad contagiosa se tratase, como si el músico tuviera en su alma una sed que ningún alcohol saciara, un vacío que ningún amor pasional o ninguna droga llegara a saldar. Ese mal sabor de boca que te deja la fiesta en la noche anterior, ese olor particular del desvelo y la soledad, aunque rodeado de mucha gente te encuentres. Sí, algo hay de eso que por los siglos ha acompañado a la humanidad, a los artistas, a quienes nos dedicamos a la música.
Charlie Parker fue uno de los más grandes saxofonistas que ha tenido la humanidad y que según su acta de defunción, su vida acabó a los 34 años. Esta acta, además de estar acompañada de la sentencia que marca la muerte, también traía consigo un par de palabras que sonaban a castigo divino: sobredosis.
Bird -como le apodaban-, era fuego, era un ave que surcaba los más veloces acordes integrando en cada contratiempo una gran cantidad de notas, al mismo tiempo que gozaba de un sonido, una voz en particular, un saxofón alto que se distinguía de tener un sonido dulce, cálido, tan lleno de vida y de energía. Su manera de frasear fue bastante particular, tanto, que si preguntáramos a un jazzista, quién suena en ese momento, te podrá decir su nombre. Más allá de la inmensa y dificultosas cantidades de notas con las que se particularizaban sus solos en el bebop, también puedes encontrar en su extenso catálogo musical piezas como April in parís, o If i should lose you, llenas de vibrato y dulzura.
La vertiginosa vida de Parker se ve reflejada en cada pieza que grabó. Fue un hombre afroamericano que justo, le tocó una de las épocas más complicadas de esta segregación racial; un pequeño Parker de familia pobre en donde lo mejor que le pudo haber pasado en su infancia (como muchos de nosotros lo saxofonistas), fue que su madre con mucho esfuerzo le regalara un saxofón, lo que lo llevaría a nunca pisar un conservatorio, sino a aprender de forma autodidacta, de tal forma que sería él junto con su inseparable trompetista Dizzy Gillespie, quienes revolucionarían la forma de hacer y de escuchar el jazz.
Parker también fue adicto al sexo, lo cual le llevo a muchos problemas en su vida marital y con sus demás compañeros. Qué necesidad de sentir el calor de un amante, los besos de alguien desconocido; pienso que quizás eso es solo una manera de esconder la soledad que se lleva en lo más profundo del corazón y que ni uno o mil amores pasajeros pueden llenar ese vacío que se siente en el estómago, y que el nostálgico sonido del saxofón lo lleva también por dentro.
La tristeza muchas veces nos lleva a no querer detener ese vuelo, porque cuando la realidad te alcanza sabes que no eres muy fuerte para poder soportarlo. Parker perdió a su hija Pree, de dos años a causa de una neumonía. El dolor terminó por consumir a Parker.
Quizás sea un mal que nos persigue, un precio que se tiene que pagar por decidir una vida musical, la sensación de nunca alcanzar lo que se anhela, de siempre querer más, de encontrar consuelo y goce en los amores de una noche, en el alcohol, en el caso de Parker, en la heroína y en las dos anteriores. Ese círculo sin fin de sentirte arriba y al día siguiente estar hasta abajo, pensando en la fragilidad de nuestras decisiones, pensando en la libertad que se siente estar en lo más alto de la fiesta y sentirte el rey del mundo.
Es esa misma libertad que se comparte con estar tocando y así, estar volando, volando en lo más alto de la armonía. Soplando con más velocidad para alcanzar suficiente precisión en el vuelo que genera nuestro sonido. Bird sí volaba, y muy alto, pero nunca supo cómo parar, cómo aterrizar. Estoy segura de que hoy, Charlie Parker sigue volando con sus miles de notas, pero esta vez, de la mano de su pequeña Pee.
Opinion para Interiores:
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Saxofonista y comunicóloga. Ha ganado premios y estímulos tanto en música clásica como popular. Es gestora de eventos para promover la equidad de género. Su formación musical y su asociación con marcas reconocidas como Yamaha, Veerkamp, BGFrance y Daddario, demuestran su influencia en la escena internacional.