El poder de contar nuestra historia en la era de la IA
- Cintia Fernández Vázquez
La tradición oral fue por muchos siglos la tecnología por excelencia con la que se construyó la cultura y el saber. A través de historias contadas de boca en boca, en forma de canciones, cuentos, moralejas y poesías, la mayoría de las personas del mundo aprendieron a crear una cosmovisión compartida por su grupo social.
Hubo complementos artísticos y arquitectónicos que integraron los procesos civilizatorios de nuestros ancestros y que trascendieron generaciones; pero hasta la aparición de los sistemas de escritura fue posible registrar, para la posteridad, las creencias de quien tuvo acceso privilegiado a esta “nueva” tecnología.
En su momento, hubo quien juzgaba a la escritura como un peligro social; incluso aprender a leer y escribir era privilegio de pocos. Por lo que mucho del registro histórico que se tiene del pasado es la visión de aquellos grupos privilegiados que podrían disponer de pluma y papel.
¿Cuál era el peligro de la escritura y la lectura? ¿Por qué se enaltecía la tradición oral sobre la palabra escrita? Este cuestionamiento tenía un elemento político, es decir, que las masas empobrecidas y sometidas tuvieran acceso al conocimiento era inconcebible. Por otra parte, había filósofos que consideraban que la memoria y experiencia humana, dinámica y cambiante, no debería ser sustituida por la palabra escrita, estática y rígida.
A algunos reyes y sabios les preocupaba que la realidad fuera entendida desde perspectivas limitadas a lo que es posible escribir y que la verdad fuera definida por “letras muertas” y no por el diálogo vivo entre personas.
Las feministas hoy podríamos además juzgar que la historia no solamente se escribió por las personas con el privilegio del acceso a los medios y habilidades para escribir, sino también por los que nacieron con los rasgos biológicos de un hombre.
Aun así, la posibilidad de hablar, de transmitir historia y cosmovisión por la tradición oral, siempre ha estado al alcance de todos y por ello, desde mi punto de vista, es una de las muestras más genuinas de la experiencia humana. ¿A qué recurso recurrimos con más frecuencia para explicarnos el mundo, a los dichos de la abuela o al contenido enciclopédico disponible en la web?
Hoy en día, como alguna vez se juzgó a la escritura, se cuestiona el impacto de la Inteligencia Artificial en la reconfiguración de la sociedad y la cultura. A educadores y filósofos les preocupa que el fácil acceso a tecnologías que facilitan la creación de objetos digitales como texto, presentaciones multimedia, imágenes, entre otros artefactos para representar el mundo, limiten la capacidad humana de crear o aprender por sí mismos.
¿Cómo va a desarrollar habilidades una persona para aprender y comprender su entorno si en unos cuantos clics, tecnologías como ChatGPT pueden hacer por ti cualquier tipo de tarea intelectual, creativa o profesional?
¿Estamos ante un peligro para la inteligencia humana y las sociedades en su conjunto?, o bien, ¿esta tecnología, al igual que lo ha sido la escritura o internet, es una oportunidad para acercarnos a una sociedad más justa, equitativa y humanamente sostenible?
Prefiero ver el vaso medio lleno y entender a la Inteligencia Artificial como una tecnología que facilitará la vida de las personas y que nos ofrece el lujo de dedicar menos tiempo a replicar el conocimiento creado por los hombres blancos y privilegiados del pasado (a través de un ensayo académico, por ejemplo), y enfocarnos en crear conocimientos desde la experiencia presente de todas las personas que en milenios pasados no han tenido el privilegio de ser escuchadas o de crear por sí mismas, ya que estaban demasiado ocupadas estudiando las creaciones de otros.
En mi opinión, como experta en innovación educativa, estamos ante la oportunidad sin precedentes de dar voz en los procesos educativos formales a lo que ni la inteligencia artificial, ni robot alguno es capaz de crear: la historia que construye a una persona; esa historia que los educandos se cuentan a sí mismos sobre su entorno y su propia vida.
Estamos entrando a una era en la que se han puesto las mejores condiciones para que todas las personas inviertan el tiempo para educarse en el autoconocimiento, en el aprovechamiento de los recursos tecnológicos para el bien común y para construir el futuro que está naciendo sin las cadenas que nos han impuesto por tantos milenios las “letras muertas” de los que han tenido el privilegio de saber leer, escribir y utilizar Internet en el pasado.
Ocupémonos de humanizar radicalmente a este mundo con el poder de contarnos nuestra propia historia y dejemos a la Inteligencia Artificial todo lo demás.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Sus comentarios son bienvenidos al correo: saladeprensa@iberopuebla.mx
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Maestra en Calidad de la Educación por la UDLAP, ingeniera industrial y coach humanista y organizacional por la Ibero Puebla. Actualmente es académica de tiempo en la Coordinación de Educación Virtual de la Dirección de Innovación e Internacionalización Educativa. Ha impartido materias como Innovación Tecnológica