El paisaje del azar y la necesidad

  • Arturo Romero Contreras
El azar no crea cosas de la nada; produce lo radicalmente nuevo a partir de lo existente

Un Edipo de ciencia ficción crearía una máquina del tiempo para regresar al camino donde su yo pasado asesinaría a su padre. Con ello, evitaría su negro sino y la larga cadena de eventos desafortunados que involucrarían a Tebas. Evitaría el encuentro y regresaría a un futuro glorioso. Simplemente le diría a su padre y comitiva: “tomad otro camino, hay asesinos más adelante”. Una amable advertencia que sería agradecida. Y todo se salvaría.

Pero habita el trágico mundo griego. Llegaría entonces al camino. Esperaría a su padre. Lo reconocería. Se aproximaría para advertirle del peligroso camino. Pero, ¿qué hace él ahí? ¡Para evitar ese desenlace funesto debería nunca haber nacido! Su padre escucharía el mensaje. Se quedaría en silencio y buscaría los ojos de sus acompañantes para evaluar la advertencia. Receloso del personaje, contestaría: “¡este hombre nos oculta algo, se adivinan secretos en su mirada, planes siniestros; mátenlo! Edipo desenvainaría, intentaría sobrevivir sin matar a su padre. Pregunta: si Edipo del futuro mata a su padre ¿se ha cumplido realmente la profecía de que asesinaría a su padre? ¿Qué significa ser Edipo? Si Edipo del futuro logra salvarlo, incluso desviarlo del camino, ¿cómo saber que Edipo del pasado no matará a su padre en otro momento, para cumplir las palabras del oráculo? ¿Y qué pasaría con todo lo demás? El destino no puede ya cumplirse porque la existencia se ha bifurcado. Y sin embargo, la necesidad no se ha suprimido.

La ciencia ficción que incluye viajes en el tiempo nos convence siempre de esto: que todo podría haber sido distinto. Una pequeña variación sería catastrófica, como las mariposas en la teoría del caos. Frente a la proporción de las causas y los efectos, el caos introduce la idea de la desproporción. Pero, si todo puede cambiar por eventos minúsculos e irrelevantes, el futuro termina siendo no algo totalmente otro, sino una mera variación. Viajé en el tiempo, cambié las cosas y, al regresar, casi todos los personajes están ahí. Unos son ahora malvados, mientras que antes eran bondadosos, unos se casaron con otros, el instituto de investigación en física nunca se creó, etc., pero todo se puede reconocer, la constancia es suficiente. 

La filosofía contemporánea ha hecho suya la imagen de la tirada de dados. Desde Nietzsche, todo sucede como una tirada de dados. Pero, ¿qué es todo? ¿Quiere decir que cada evento corresponde a una tirada? ¿Y qué es un evento? Es decir, ¿cómo separamos los eventos, equivalentes a puntos, de los procesos, equivalentes a líneas? ¿Por dónde cortar? ¿Espera el azar su turno? ¿Se juega el azar con dados, con infinitos números aleatorios o con “posibilidades” ni siquiera contempladas de antemano?

El argumento del eterno retorno es una prueba ética, un experimento mental: ¿si tu vida se repitiera eternamente, soportarías vivirla como ahora? Pero resulta arbitraria sin un toque metafísico, por ejemplo, que en verdad fuese posible el retorno de las cosas, es decir, el destino, tema estoico por excelencia. Borges responde con saña matemática: en un universo donde hubiese infinitos elementos, nada podría estadísticamente repetirse, como sería el caso en un conjunto finito. Eternidad, instante, infinito, nunca, siempre, todo, son las palabras mágicas de la filosofía, los extremos donde lo ordinario se retuerce hasta el absurdo.

Nietzsche también habló de la historia. Del inicio, más concretamente. Lo que miramos como ideas eternas de la razón y de la moral tiene su inicio en la historia. Inicio no solamente humilde e incluso tramposo (tapadera del absurdo y la crueldad), sino también contingente. De nuevo, todo podría haber sido de otro modo. Y, sin embargo, Nietzsche es trágico y estoico: amante del destino por partida doble. ¿Destino del no-destino? Todos los nietzscheanos operen en el terreno de la historia, de la moral, la metafísica o la razón se enfrentan al mismo problema: todo sale del juego de dados y todo está sometido a la necesidad. Simultáneamente. La salida fácil consiste en afirmar: se tiran los dados y tras ver el resultado, decimos que era necesario. Todo lo que recibe la marca del pasado se vuelve, ipso facto, necesario retroactivamente. Pero es tramposo. Sabemos del azar, del encuentro, de la contingencia. Y sabemos de la necesidad, en las cosas y en nosotros. En ellas, se dice ley. En nosotros, se dice carácter, compulsión a la repetición, efecto de la estructura.

Sí, todo es posible, pero mirando alrededor, miramos la terquedad de las cosas. Quien afirme lo primero debe también explicar lo segundo. ¿Por qué algo dura? Si en el inicio no existía todavía ninguna ley, ninguna regularidad, ¿cómo es que surgió? ¿Estaba escrito en el cielo de las ideas? No, todo surgió en concomitancia: el azar y la necesidad. Operan en conjunto.

Los creacionistas escandalizan a los darwinistas con un argumento matemáticamente impecable. Si tomamos a los genes como si fuesen un conjunto de dados y los lanzáramos al aire, la probabilidad de obtener fenotipos viables, ya no se diga que posean cualidades en concordancia con el entorno, es ínfima. Conclusión: fue la mano del buen Dios. En efecto, todas las conexiones del universo, espaciales y temporales, causales y de otra clase, requieren una sincronía que no se obtiene del azar, mucho menos de un devenir que produciría cosas de la nada. Dejemos eso a Dios que, si es posible, no por ello es actual y debería haber reinado desde el inicio de los tiempos para echar a andar las reglas del juego. El darwinista paciente, explica: no es el azar puro el que introduce el cambio en el universo, sino el azar bajo restricciones. El azar filtrado. El azar interactuando con el mundo, que impone límites. La productividad del azar absoluto coincide con la improductividad absoluta, pues nada es sin un límite y en el surgimiento de las cosas son ellas mismas las que lo aportan. Se lanzan los dados, pero cada gen opera en un “paisaje epigenético”.

“Paisaje epigenético”. Este es el nombre que daba el biólogo C.H. Waddington a un modelo topológico que intentaba explicar la formación de un individuo (ontogénesis) sobre la base de su patrimonio genético. En su modelo había esferas y montañas. Las esferas representaban células. Las montañas, específicamente, los valles, los diferentes caminos que podía seguir aquella. El desarrollo de la primera se obtendría del trayecto que sigue una esfera rodando cuesta abajo en un paisaje montañoso. Habría caminos más y menos probables. Nada decidido. Pero ese paisaje dependería, a su vez, de interacciones programadas y accidentales, entre los genes. Él mismo sería el resultado del juego entre azar y estabilidad estructural. Como las montañas mismas, que un día pueden desgajarse por la explosión de un volcán o el estremecimiento de la tierra en un terremoto. El físico L. Susskind, defensor de la polémica teoría de cuerdas, inspirado en esta idea, propone un “paisaje cósmico”. Las leyes del universo podrían ser distintas y de hecho quizá lo sean en otros rincones del universo. Se trata de una especulación matemática basada en buena medida en la topología. Pero la idea es la misma: existe un mínimo, una suerte de paisaje previo a las leyes del universo, pero que no coincide con el vacío. Más que manda y menos que algo, lugar intermedio entre la nada y el punto y entre el punto y la línea. Preindividual y sin embargo ya individuado. Ahí están resguardadas infinitas posibilidades, infinitas leyes, pero no, no todo es posible. La restricción opera ya desde el inicio para que los dados puedan generar algo.

¿Cuándo son efectivos los dados? Cuando tenemos un tablero. Cuando hay un juego en juego. Los dados tienen consecuencias cuando apostamos algo existente, como nuestro patrimonio. El azar no crea cosas de la nada. Produce lo radicalmente nuevo a partir de lo existente. Pero también lo destruye.

Por ello es misterioso. Es tan productivo, como mortal

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.