Clases de historia frente al relato anecdótico

  • Tamara Caballero Guichard
Una clase de historia debe ser un espacio para desarrollar habilidades de pensamiento

Que mi destino no es un dato, sino algo que necesita ser hecho y de cuya responsabilidad no puedo escapar. Me gusta ser persona porque la Historia en que me hago con los otros y de cuya hechura participo es un tiempo de posibilidades y no de determinismos.
Paulo Freire (2006)

Recientemente comencé a dar clases de Historia de la Educación, una materia estigmatizada como aburrida y memorística, por lo que mientras planeaba mis primeras sesiones me cuestionaba: ¿cómo llevar la historia más allá del mero relato de datos históricos?

Esta había sido mi propia experiencia con las clases de historia y en el diagnóstico que apliqué a mis alumnas sus propias experiencias no distaban mucho: historias lineales con héroes y villanos. Los comentarios de las alumnas que tenían una mejor percepción sobre sus materias de historia se centraban en la capacidad del profesor de contar historias de manera entretenida. Mientras que los comentarios de las que no tenían tan buenas percepciones eran justamente lo contrario.

Con esto no busco demeritar el impacto que tienen las narrativas que se comparten en el salón de clases y menos el talento histriónico de muchos docentes que al entrar al aula con su carisma y manera de comunicar enamoran a los estudiantes y los llevan a viajar a través del tiempo. Sin embargo, me parece que el carisma de un profesor no debe ser la condición para que una clase de historia sea exitosa, para que sea valorada por los alumnos y sobre todo para que les permita aprender de historia. Más si consideramos que una clase de historia, no debe consistir meramente en el recuento anecdótico de hechos históricos, sino que principalmente tiene que desarrollar en el estudiante habilidades de pensamiento.  Es decir, enseñar y aprender historia no se trata sólo de saber las fechas en que sucedieron los hechos sino cuestionarlos críticamente, incluso las fuentes desde la que se relatan, y crear relaciones con nuestra propia historia. Situándonos introspectiva, perspectiva, retrospectiva y prospectivamente en el tiempo y espacio.

En la búsqueda de una orientación que respondiera mis preocupaciones para diseñar y desarrollar mi clase me reencontré con los Siete Saberes de Edgar Morin (1999), un libro prácticamente de bolsillo, que leí en mis primeros años de universitaria y que sigue acompañándome en mis batallas como profesional de la educación.  En la relectura que hice a la luz de mis inquietudes y preocupaciones, justamente encontré cómo a través de los principios que se plantean, el saber histórico se redimensionaba y cómo las clases de historia adquirían su justa medida.

Por ello es que de esta lectura quisiera resaltar algunos puntos que le dieron sentido y orientación a mi clase, y que espero sean de utilidad para algunos lectores, especialmente profesores. 

En primer lugar, tendríamos que considerar que las clases de historia se convierten en una oportunidad ideal para:

- Desarrollar un pensamiento crítico sobre el propio conocimiento y la sociedad. Esto implica generar en los estudiantes la pregunta y brindar escenarios educativos que les permitan criticar el conocimiento y entender el error.
- Comprender la comunalidad de lo humano y al mismo tiempo su diversidad inherente.  Esto implica considerar la historia propia en las clases de historia; partir de ahí permite comprender que, quiénes somos es una cuestión inseparable de dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos.
- Generar identidad terrenal. Esto implica trabajar las clases desde un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra Tierra y sabernos y sentirnos parte de la historia.
- Crear herramientas para enfrentar las incertidumbres. Esto implica reconocer que la incertidumbre es parte de la evolución, que no hay una línea mecánica natural en cómo suceden las cosas y que ahí es donde se encuentra la posibilidad de ser más humanos.
- Educar la comprensión. Esto implica no reducir el ser humano a una o varias de sus cualidades que son múltiples y complejas, sino entender lo que sucede desde sus muchas aristas y tensiones; desde lo personal, interpersonal, intergrupal y planetario.
- Desarrollar una ética de lo humano. Esto implica poner al centro el bucle individuo- sociedad, que requiere de la búsqueda del consenso y aceptación de reglas democráticas, al mismo tiempo de diversidades y antagonismos.

Con estas orientaciones, el de diálogo, discusión y construcción conjunta se ponen al centro de las clases como parte de un visión compleja y no fragmentada de la realidad, de la vida, de lo humano, y por su puesto de la historia. En una perspectiva en espiral donde se pone en relación lo simple y lo complejo, las partes y el todo.

Desde esta perspectiva planetaria y no fragmentada del saber, las posibilidades para mirar, planear y desarrollar las clases de historia se abren y potencian fuera de los límites de la exposición magisterial de un buen contador de anécdotas; siendo los paneles, debates, exposiciones de los mismos alumnos, árboles de problema, cuadros comparativos, visitas y excursiones, entrevistas e historia de vida, algunas estrategias y recursos didácticos útiles.

Estas opciones orientadas bajo los Sietes Saberes que plantea Morin abren la puerta hacia la ruptura de la lógica tradicional del profesor de historia, que termina dependiendo de qué tan buen contador de historias, y que no necesariamente desarrolla en los estudiantes las habilidades históricas. Las clases de historia se redimensionan.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Sus comentarios son bienvenidos.

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Tamara Caballero Guichard

Licenciada en Procesos Educativos por la Ibero Puebla, Maestra en Educación con Especialidad en Currículum Escolar por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y estudiante del Doctorado Interinstitucional en Educación (Ibero Puebla). Dirige la organización Bildung: acompañamiento educativo a lo largo de la vida.