Esos discursos de odio

  • María Teresa Galicia Cordero
El vecino país del norte, su presidente ha sabido difundir y capitalizar la paranoia.

María Teresa Galicia Cordero 

Estar lejos de tu país, te permite reflexionar con mayor profundidad en lo que está sucediendo. Observo en los aeropuertos el tránsito de personas de diversas nacionalidades donde la mezcla de razas e idiomas me hacen reflexionar en la esperanza de un mundo igualitario para todos.

Antes de salir de México, vi dos documentales: “Nacido Sirio” y “La Vida me Supera”, relacionados con la migración masiva de migrantes que salieron de Siria en el 2015 e iniciaron una gran peregrinación por Europa para conseguir asilo, porque Turquía ya no pudo con tantos refugiados.

En el primer documental, se observan a miles de familias con niños de diferentes edades, jóvenes y adultos en condiciones de salud diversas quienes recorren a pie, en autobús si algunas de las naciones por las que pasan se los proporcionan o en tren. Narran a través de diversos testimonios, la espera de días enteros fuera de las fronteras de los países, a veces sin agua, sin alimento, ni protección ante el frio o la lluvia y otras veces en refugios de diversas condiciones según el interés, la economía y las políticas migratorias de cada uno de los países por los que transitaban, para finalmente llegar al país que, en ese entonces, abrió sus fronteras: Alemania.

En “La Vida me Supera”, se presentan los casos de niños sirios que, si bien se encontraban ya viviendo con sus familias en Suecia, tenían aún el estatus de refugiados y estaban esperando la resolución de las cortes para que se convirtieran en residentes o bien para que los deportaran a su país de origen. Estos niños que viven en la incertidumbre, entran en una especie de coma físico debido a la fuerte presión psicológica producto del temor de regresar a la realidad de la que huyeron, le llaman el “síndrome de la resignación”.

En Alemania y esta es mi percepción personal, desde ese tiempo y hasta ahora los rostros en las escuelas, las calles, los comercios, los centros vacacionales, los aeropuertos, los trenes, los autobuses se han diversificado, creo que si bien hay alemanes que aun ven mal a los migrantes, la mayor parte de la población los ha acogido, acogida que sin duda tiene sus complicaciones, pero la apertura está presente.

No ocurre lo mismo en otras partes del mundo, por ejemplo, en Estados Unidos, país cuya población está constituida con migrantes y sus descendientes, cada vez aparece en este siglo XXI con mayor frecuencia, la paranoia, entendida como la manifestación de síntomas que descansan en los valores disfuncionales de nuestra cultura que, en este caso, criminaliza a los migrantes, situación que se parece extenderse a otros lugares. Aquí en México, también se empieza a percibir cierto radicalismo con la migración de tránsito que realizan los    centroamericanos por nuestro país.  

Relacionado con eso, la pregunta que se me viene a la mente es: ¿cruzar la frontera siendo migrante es solamente un acto de ilegalidad o también tiene que ver con el color de piel, la nacionalidad, el género y hasta con el lenguaje?

Y entre las primeras respuestas encuentro: odio, violencia y racismo vinculados al estatus socioeconómico, origen y color de piel. En el vecino país del norte, su presidente ha sabido difundir y capitalizar la paranoia y le ha puesto un nombre: migrantes mexicanos, complementado con el lenguaje de aquellos que defienden la supremacía blanca hablando de “infestación” o “invasión”. Pareciera que ahora la vida, la libertad y la felicidad están condicionadas a quienes no son migrantes. 

Una sencilla lista de hechos ocurridos de manera reciente, pueden mostrar de manera más objetiva en esto que pretendo reflexionar:  

28 de julio, Santino William dispara en un festival gastronómico, mata al menos a tres personas y deja heridos a 16

3 de agosto, en el Paso Texas, Patrick Crusius de 21 años, dispara en un centro comercial asesinando a 22 personas e hiriendo a 26

4 de agosto, Dayton Ohio, Connor Betts de 24 años dispara en una calle y asesina a 9 personas y hiere a 26.

En estos casos el perfil de los tiradores fue similar: varones jóvenes blancos, originarios de Estados Unidos que utilizaron armas largas y cuyas causas probables fueron racismo y xenofobia, vinculadas al comercio de las armas. La mayor parte de las víctimas fueron mexicanos. 

El hecho más reciente después de los casos mencionados,  fue la reciente redada masiva del 9 de agosto en Missisipi donde, en un horario en que los niños estaban en la escuela, se ejecutaron en siete plantas de procesamiento de alimentos  el arresto a 680 trabajadores, el más grande en más de una década, demostrando que Estados Unidos olvida su origen y sigue perpetuando la división y el sentimiento de odio, no solo por parte del gobierno, sino también por parte de grupos de ciudadanos, empleadores y policías.

La justificación a este acto, fue expresada por el fiscal a cargo: “somos una nación de inmigrantes, pero más que eso, somos un país de leyes”, pero entonces me pregunto ¿dónde están los derechos humanos para los seres humanos, si todo se está decidiendo a partir de las leyes? ¿por qué situación están pasando los hijos de esos padres de familia arrestados?

No lo sé, en este tema tan complejo cada quien pensará y hará lo que esté más relacionado con su historia de vida, la educación y los valores que le caracterizan, pero lo que es claro es que los discursos de odio si tienen consecuencias. 

Con la rapidez de los medios de comunicación y el uso de las redes sociales, cualquier suceso puede ser compartido de acuerdo con el interés de alguno o algunos a quienes les interesa posesionar de cierta manera un suceso, noticia o punto de vista. A veces la reflexión crítica está ausente y aquello que tal vez tenía otra connotación se comparte como un discurso de polarización, de burla y algunas veces hasta de odio.

Cuidado, si fuera del país se están viviendo casos extremos consecuencia de los discursos de odio, pienso también que en nuestro país esa polarización, por ejemplo, con los migrantes o entre los que se denominan “chairos” o “fifís”, puede acarrear consecuencias desastrosas, advierto que en el fondo están entremezclados sentimientos de discriminación, clasismo y racismo, lo cual es preocupante dado el contexto actual.

No olvidemos que los discursos de odio acarrean acciones de odio. Ojalá y esto no suceda nunca más, porque la historia de la humanidad nos ha mostrado lo que pueden originar. Lo anterior implica un reto enorme para la formación de los niños, especialmente en las familias y en las escuelas, sin dejar de lado lo que le toca a la sociedad en general.

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María Teresa Galicia Cordero

Doctora en Educación. Consultora internacional en proyectos formativos, investigadora social, formadora de docentes e impulsora permanente de procesos de construcción de ciudadanía con organizaciones sociales. Diseñadora y asesora de cursos, talleres y diplomados presenciales y en línea. Articulista en diferentes medios.