Manzano

  • Ignacio Esquivel Valdez
Esta es la historia de un perrito Chihuahua que se gana el respeto y aprecio de los demás perros.

A los abuelitos les llevaron un perrito Chihuahua blanco, de los que llaman cabeza de manzana, por lo que abuelito le puso como nombre “Manzano”. Al llegar, el animalito se sentía temeroso, pues no conocía nada ni a nadie, pero fue tratado con tanto cariño, que pronto se sintió tranquilo. Le compraron un plato para su comida, otro para el agua, una camita suave y un collar que tenía una plaquita en forma de hueso con su nombre y dirección.

 

—Este huesito es por si te pierdes, no te lo quites, pues si no lo tienes y te agarra la perrera, pensará que eres un callejero y te encerrarán toda tu vida —le dijo abuelita.

 

Muy pronto se sintió parte de la familia, corría por toda la casa, miraba a la ventana para esperar a los abuelitos cuando salían y se subía al sillón a restregar su lomo en la mano de abuelito para sentirse consentido.

 

Todas las tardes después de la comida, los abuelitos tomaban una siesta y Manzano se aburría por no tener con quien jugar. Salía al jardín a tomar su pelota con el hocico, pero no era divertido si no la arrojaba alguien y terminaba por echarse debajo de la sombra de un árbol. A veces miraba hacia la calle sacando la cabeza por entre las tablas de la cerca y un día se dio cuenta que una de las tablas estaba suelta y podía salir por ahí. Se asomó y no vio nada; volteó a la casa y abuelito estaba en su mecedora descansando, así que salió, caminó un poco la calle, se sintió raro por no traer la correa puesta. En eso olfateó en el aíre el olor de otros perros al final de calle. Se acercó con la idea de hacer nuevos amigos y en su cara había una sonrisa. Al llegar a la esquina vio un parque donde se reunían varios canes, todos con collar y placa. Se incorporó con la jauría y un perro dóberman dijo:

 

—Miren nada más, tenemos un nuevo integrante de la pandilla ¿cómo te llamas, enano?

 

—En casa me dicen Manzano —contestó nuestro amiguito tímidamente

 

—¡Pamplinas! Te llamaremos “Enano” ¿verdad muchachos?

 

Todos los perros asintieron riéndose y eso hizo que Manzano se diera cuenta que, efectivamente, era el más pequeño de los ahí reunidos, incluso de algunos muy jóvenes de razas como golden retriever o pastor alemán.

 

—Ruffo —dijo el dóberman a un enorme viejo pastor inglés— dale la bienvenida al recién llegado.

 

Ruffo tomó a Manzano de la cola y lo llevó hasta a un charco donde lo mojaron y enlodaron. El perrito regresó corriendo a casa todo sucio. Abuelita ya lo andaba buscando y al verlo dijo:

 

—¡Minomás! ¿Dónde te metiste? ¿Por dónde te saliste?

 

 

Abuelita le dio un buen baño y después de comer se quedó profundamente dormido hasta el siguiente día. Por mañana abuelitos salieron a ver al doctor y Manzano se quedó en el jardín. Estaba jugando con su pelota cuando escuchó al dóberman que le dijo desde atrás de la cerca:

 

—¡Enano! Ven al parque estamos tramando hacer algo audaz.

 

Manzano lo miraba con indecisión, pero su curiosidad fue más grande. Momentos después atravesó la cerca donde estaba la tabla floja y se acercó donde estaban todos reunidos. El líder decía:

 

—Vamos a hacer una travesura, nos quitamos los collares para que no nos identifiquen, tiramos puestos del tianguis, escapamos y regresamos aquí para ponernos los collares y así nadie sabrá que fuimos nosotros ¿qué tal? ¿le entran?

 

Todos aceptaron la propuesta del dóberman y una vez sin los collares se encaminaron al mercado. Manzano observó y escuchó todo desde lejos y los fue siguiendo a una distancia prudente. Los traviesos perros llegaron hasta los puestos de fruta y robaron algunas naranjas, jalaron ropa y mordieron los cordeles que tensan las lonas. Todos los comerciantes estaban furiosos y correteaban a los canes para castigarlos, pero en su loca carrera los destrozos crecían. Un policía que andaba cerca vio lo sucedido y de inmediato llamó a la comandancia para que enviaran a la camioneta de control animal que llegó rápidamente. Los cacha-perros bajaron decididos, abriéndose camino entre mercancías regadas y comenzaron la cacería. Muy pronto los responsables del desorden fueron sometidos y trasportados a la perrera municipal. El pequeño Manzano siguió a la camioneta que sólo avanzó unas cuantas cuadras y vio cómo sus vecinos eran bajados y enjaulados.

 

Manzano recodó las palabras de abuelita, que al no tener su placa no se sabría quienes eran sus dueños y se quedarían ahí para siempre. Regresó a casa lo más rápido que pudo, pero los abuelitos seguían ausentes. La cabeza le daba vueltas pensando qué hacer y de pronto tuvo una idea. Velozmente regresó al parque y tomó con el hocico los collares que habían dejado los perros. Corrió hasta la perrera y aprovechando su diminuto tamaño se metió sin ser visto hasta llegar las jaulas. Un schnauzer lo vio y dijo a los demás:

 

—¡Miren! El enano trajo los collares.

 

Todos volvieron a colocárselos y sólo faltaba que fueran vistos para que mandaran traer a sus dueños. Manzano volvió a casa justo cuando abuelitos regresaban de su cita. Abuelita sirvió agua al animalito y notó que tomaba con bastante necesidad. Le dijo:

 

—¡Vaya! Tienes mucha sed para ser un perrito que solo juega en el jardín.

 

Al día siguiente, como de costumbre, abuelito llevó a pasear a Manzano con su correa y al pasar cerca del parque la pandilla estaba reunida y le hacían señas para que se reuniera. Cuando abuelito tomó su siesta, el pequeñín salió por la tabla floja de la cerca y se dirigió al parque. Los perros al verlo llegar abrieron paso para que viera al dóberman quien le dijo:

 

—Mi querido amigo, hiciste algo que solamente los camaradas hacen, salvarle el pellejo a sus compadres, por eso vamos a hacer dos cosas: una, ya no te diremos enano, sino como te dicen en tu casa, Manzano.

 

Todos los perros lanzaron hurras por Manzano repitiendo su nombre al unísono. El dóberman volvió a tomar la palabra para decir:

 

—Número dos: juzgué mal a este compa, es chiquito, pero muy grande de corazón, así que ¡Ruffo, dame la bienvenida! Me lo merezco

 

El viejo pastor inglés tomó del lomo al dóberman y llevó hasta el charco donde, entre carcajadas, todos los perros lo mojaron y enlodaron.

 

            Manzano sonrió feliz por tener amigos.

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas