¡Échale la culpa al aguachile!

  • Alejandra Fonseca
En re-encuentro. La invitación. La comida. Ella dijo, él observaba. Después de eso...

Tenían cerca de 35 años que no se veían. Eran amigos y hubo algo, breve, sin importancia y pasajero entre ellos. De alguna manera las redes sociales hacen su chamba y él le mandó un mensaje privado para saludarla. Ella se sorprendió y respondió con gusto y amabilidad. Iniciaron una plática ligera de cómo estaban ellos y sus familias, qué hacían, dónde los trajo la vida, contando años que tenían sin saber el uno de la otra. Después de un rato, él propuso verse algún día para tomar café. Ella respondió que sí, con gusto, pero lo dejaron al aire, sin cuajar fecha, hora y lugar.

Pasaron algunas semanas y él volvió a escribirle para puntualizar la reunión. Se pusieron de acuerdo para comer pescados y mariscos el día siguiente.

Se encontraron en el restaurante y se saludaron. Eran muchos los años como para parecerse a lo que algún día fueron, pero él afectuosamente le dijo que estaba igualita. Ella no pudo responder lo mismo porque a él se le notaban los 20 años que le lleva y los 35 que no se habían visto.

--¿Qué quieres tomar?, preguntó él.

--No tomo. Tráigame Una conga, por favor, le dijo al mesero.

--¿Y comer?, inquirió él.

--Se me antoja un aguachile, para empezar. ¡Me encanta!

Continuaron su plática mientras traían las entradas. Ella, que no toma, se animó a una copa de vino blanco para acompañar la comida y brindar por el reencuentro. Mientras, comían totopos con mayonesa y chipotle.

Pusieron los platillos frente a cada uno y ella empezó a disfrutar su aguachile. Le picó y empezó a beber conga. Siguió con el aguachile porque le encanta, y le picó más. Empezó a beber el vino blanco como agua. Siguió con el aguachile e incrementó el picor. A grandes tragos tomó más vino y pidió sal para ponerla en la lengua. Se acabó la primera copa y le sirvieron otra que sorbito a sorbito, por el picor, se la bebió todita. Al ver que el picor no cedía, él pidió una botella de agua. La trajeron y la bebió sin ganas ni gusto, como si fuera el vino que dijo no toma.

Les trajeron el platillo fuerte y ella seguía con un poco de picor y medio movidita. Comió  atún y se le acabo el picor pero no lo tomadita. Su plática era más alegre y fluida. El amigo sólo reía y le seguía la corriente.

Terminaron de comer y salieron del restaurante. Se despidieron. Ella tenía que dar clases pero llegó a su casa, se acostó y se durmió hasta el día siguiente. Al despertarse lo primero que hizo fue escribirle al amigo; “Haz de decir: ‘¡Qué bueno que no toma!’”

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes