Políticos, intelectuales y tecnócratas
- Giovanni Sartori
En esencia, el problema consiste en cómo el saber (el que sabe) se relaciona con el poder (el que manda). Las combinaciones posibles son cuatro: 1) poder sin saber; 2) saber sin poder; 3) los que saben tienen también el poder, y 4) los que tienen el poder también sabe.
Hasta el advenimiento de la sociedad industrial, las coincidencias entre la clase política y la clase teórica fueron esporádicas, y sus connubios marginales. Los que tenían el poder, poco o nada sabían; y los que sabían, poco o nada podían. Esta separación disminuye con el advenimiento de la sociedad tecnológica y mucho más con la sociedad tecnotrónica. Ello supone que el poder se ve ahora multiplicado por el saber, o viceversa, que el saber está dotado de poder. Pero los casos son diferentes: ¿gobierno de la ciencia (hipótesis 3) o gobierno mediante la ciencia (hipótesis 4)? La teoría de la clase teórica prevé que serán los que saben quienes ejercerán el poder. Es la vieja ilusión platónica del filósofo rey, revestida con nuevos y actualizados ropajes. Digo ilusión, porque considero que seguirá siento tal. Aun cuando gobernaran los hombres de ciencia, quedaría por demostrar que gobernarían como científicos. Pienso que en cualquier caso el poder seguirá en manos de los “especialistas del poder”, de aquellos que hacen de la conquista y el ejercicio del poder el objetivo primario, si no exclusivo, de su existencia. Dicho de otro modo, la noción de poder nos remite a la existencia de una clase potestativa por antonomasia, que es tal porque posee y ejerce ese poder que va sobreordenado a todo otro y que se identifica como poder “político”, como el poder de mandar sobre la colectividad en su conjunto. Ahora bien, en la medida en que los intelectuales son intelectuales y los científicos hombres de ciencia, no pueden [sic] calificárseles de clase potestativa “soberana”, es decir política. Una clase teórica tiene poder en su propio ámbito, que es el de las instituciones científicas, y no en el ámbito de las instituciones políticas.
Mi previsión es, pues, que también en la sociedad tecnológica más avanzada, el gobierno seguirá siendo un gobierno de políticos, si bien se convertirá cada vez más en un gobierno orientado y reforzado por expertos. Es lo que indica la cuarta combinación e hipótesis que ya dejamos indicado. No es que los poderosos que tienen el poder sean también, literalmente, los que saben. Es que los que cuentan con el poder político se valdrán de los que saben como de un recurso adicional y necesario de su poder. El brazo secular se reforzará con el brazo intelectual. De hecho, es así cómo el político moderno entiende y aprovecha a la clase teórica; como un recurso estratégico.
Debemos entendernos bien sobre cómo se pueden combinar el gobierno y la ciencia. En la versión y visión tecnocrática, el argumento es que en la medida en que la clase potestativa tendrá necesidad de la clase teórica, será condicionada por ésta y deberá compartir con ella su poder. Esta previsión se ha visto confirmada en el ámbito industrial, en la medida en que el poder es un “poder propietario”. Pero la llamada revolución de los gerentes no es más que un caso donde opera el principio según el cual el poder no consiste tanto en la titularidad como en el ejercicio del mismo. El manager de la gran industria o de las corporaciones gigantes es el que ejerce un poder cuya titularidad se ha pulverizado, o al que le falta un titular técnicamente idóneo. Pero el caso del poder político es completamente diferente. El poder político no es una propiedad, una “cosa que se posee”, y no requiere bases patrimoniales. El poder político es un “poder relacional”, que pertenece a quien lo ejerce. El argumento válidos para la relación entre managers y propietarios, ya no lo es para la relación entre hombres de ciencia y políticos. Por lo tanto, el aspecto relevante del gobierno mediante la ciencia no reside en la translación del poder –que es modesta-, sino en la fantástica multiplicación de las potencialidades del poder. Un poder sin saber es un poder limitado y circunscripto por su propia falta de conocimientos. Pero un poder asistido por el saber –y por ese saber tecnológico que se resuelve en una tecnología del control sobre el hombre- se convierte eo ipso en un poder potencialmente ilimitado a menos, por supuesto, que no se le limite de otro modo.
Se dirá que esta interpretación da por sobreentendido que los intelectuales se presta a “servir”. En efecto, es así. No veo por qué la nueva “clase teórica” irá a ser diferente en este aspecto a los intelectuales de todos los tiempos. El intelectual vive sobre márgenes sutiles, carece de independencia económica, opera en invernaderos y en torres de marfil salvo muy nobles pero numéricamente escasas excepciones, no tiene vocación de guerrero ni temperamento de combatiente. El intelectual protesta, ataca al poder y hasta quizá llega a ocupar un puesto en las barricadas, pero en las sociedades más suaves, cuando gobiernan “los zorros”, como diría Pareto, es decir, cuando rebelarse no entraña demasiados riesgos, y hasta acaso rinde. Pero en las sociedades que Pareto llamaría gobernada por “leones”, por cada diez intelectuales que resisten noventa ceden. Los trabajadores mentales son más maleables que los trabajadores manuales; su mente es ágil, actúa de prisa, y encuentra rápidamente maneras y motivos para adaptarse. El tema de la trahison des clercs se repite bajo todos los cielos de todas las tiranías. Y en verdad no se trata necesariamente de “traición”. El humanismo que repudia hoy los valores que había profesado hasta ayer, puede ser tachado de traidor; pero una clase teórica de tipo técnico-científico actúa en su trabajo sujeta a quien le suministra los instrumentos para trabajar. Y a la vez sería un error que el Gran Hermano se apoyara en una ciencia que se niega a colaborar, que no se convierte en instrumentum regni. Es muy posible que las instituciones intelectuales se vuelven [sic] dominantes: pero también es posible que los intelectuales se vuelvan, al mismo tiempo, dominados.
La proyección tecnológica da por descontado que las actuales condiciones políticas –una sociedad abierta, pluralista, tolerante- están destinadas a mantenerse aproximadamente igual. Pero la condición tácita de las profecías tecnocientíficas es: a igualdad de condiciones políticas. Y cada día que pasa confirma hasta qué punto esta condición es poco plausible. Dejemos de lado la contracultura. Aun así, sigue en pie el hecho de que una “política estática” es muy poco verosímil en un mundo en el que todo cambia a una velocidad traumatizante. De ahí mi preocupación por dejar en evidencia cuánto le agrega al poder del poder un habitat tecnológico, a menos potencialmente. No nos dejemos engañar y adormecer por el vacío de poder que caracteriza en este momento al mundo occidental. El hecho es que con la “tecnología del hombre”, el poder de algunos hombres sobre otros alcanza –cuando se desencadena- proporciones, mejor desproporciones, de crecimiento potencial. Y ello, a mi parecer, hace urgente un desplazamiento de la atención desde la previsión tecnológica hacia la previsión política. Es notorio que las profecías se autodestruyen en virtud de un “efecto reflejado”, es decir porque el futuro rebota sobre el presente. Es así como también el mero prever ayuda a proveer.
Bell se pregunta si la política debe entenderse como una fuente autónoma, o exactamente como la fuente última, irreductible, de las diferenciaciones y conflictos entre las sociedades. Diré resueltamente que sí; aunque más no sea porque en última instancia la política se alimenta y es alimentada por un juego entre personas. Por supuesto, ese juego entre personas es parte de la vida de todos, en todas las esferas; pero la política es el juego entre personas por excelencia; la apuesta está toda allí. En la “ganancia” (ganancia de poder), el político no encuentra sólo su máxima gratificación, sino su propia condición de supervivencia (como político). No me parece dudoso, pues, que el juego del poder constituya una fuente independiente y que se autoalimenta de diversificaciones y antagonismos entre las sociedades humanas. La política quedará. Lo que no es seguro que quede es ese animal doméstico, domesticado por los sistemas protectores. Cómo “neutralizar” el poder de la política en la sociedad posindustrial o tecnotrónica, es en verdad un motivo de suprema preocupación. Extrañamente, sino absurdamente, no damos demasiadas muestras de ocuparnos de ello.
[Fragmento de la última parte de La politica. Logica e metodo in scienze sociali, SugarCo Edizioni, Milano, 1979. Versión castellana: La política. Lógica y método en las ciencis sociales, trad. Marcos Lara, 3ª ed., México, FCE, 2002, pp. 328-331].
Giovanni Sartori nació el 13 de mayo de 1924 en Florencia, murió en Roma el 4 de abril de 2017. Ha sido uno de los mayores expertos de ciencia política a nivel internacional. Después de conseguir el diploma de estudios clásicos, se incribió en la Facultad de Ciencias Políticas “César Alfieri” de la Universidad de Florencia. Después estuvo un periodo de estudios en los Estados Unidos de donde importó a Italia nuevos orientamientos metodoloógicos en el estudio de la politología.
Inició su carrera académica en la Universidad de Florencia tomando el cargo de profesor de la Facultad “César Alfieri” donde enseñó Historia de la Filosofía Moderna (1954) y luego Doctrina del Estado (1955).
Fue elaborador de un discurso sobre el método de estudio de las ciencias políticas y sociales entre 1969 y 1971 y fue presidente de la Facultad de Ciencias Políticas de Florencia; entre sus alumnos destacan Gianfranco Pasquino, Domenico Fisichella y Giuliano Urbani.
En la segunda mitad de los setenta se trasladó a radicar a Norteamérica donde enseñó gran parte de su vida.
En 1971 fundó la Revista italiana de Ciencia Política, cuya dirección mantuv hasta 2004. De 2002 a 2005 perteneció e impulsó la asociación Libertad y Justicia.
Sartori ha sido considerado en el mundo académico internacional uno de los principales autores en el campo de la teoría de la democracia, de los sistemas de partidos y de la ingeniería constitucional. A él ha sido dedicada el 12 de mayo de 2016 una sala en la biblioteca del Senado, depositaria de un bagaje bibliográfico donado por el mismo ilustre politólogo. Son numerosas sus obras y es amplia la bibliografía elaborada por su pluma. Igualmente los reconocimientos internacionales, entre los que destacan el Premio Príncipe de Asturias (2005) y la condecoración del gobierno mexicano Orden del Águila Azteca.
Estuvo casado primero con Giovanna de San Giuliano y luego, en octubre de 2013, con la artista italiana Isabella Gherardi.
Murió en Roma a causa de una complicación respiratoria.
[Datos tomados de la página oficial del pensador italiano].