La ideología contra la empatía

  • Juan Martín López Calva
Las ideas, sobre todo cuando se agrupan en doctrinas e ideologías que se constituyen en dominantes

“Soy humano. Nada de lo humano me es ajeno”.

Terencio.

“Poseemos las ideas que nos poseen” afirma el pensador francés Edgar Morin en el volumen  cuarto de El Método. En efecto, los humanos somos generadores de ideas pero esas ideas van conformando grupos, sistemas, teorías, ideologías y doctrinas que acaban por cobrar vida propia, dejando de ser nuestras y muchas veces encerrándonos en marcos rígidos y haciéndonos vivir conforme a dogmas que por un supuesto bien abstracto nos impiden realizar el bien concreto e inmediato.

Las ideas, sobre todo cuando se agrupan en doctrinas e ideologías que se constituyen en dominantes ya sea en el lado de quienes tienen el poder o en el extremo opuesto de quienes cuestionan todo lo que viene del poder, nos van poco a poco poseyendo y se apoderan de nuestra consciencia hasta hacernos incapaces de la crítica y la autocrítica.

Sin embargo, lo más grave de esta posesión ideológica es, desde mi punto de vista, el efecto de inhibición que provocan en la experiencia de empatía frente al sufrimiento, la injusticia, la discriminación, el dolor y la exclusión de otros individuos o grupos humanos.

Hace ya más de dos años, en septiembre de 2014 se produjo la desaparición de 43 estudiantes normalistas de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en la trágica noche de Iguala de la que aún no se tiene una solución definitiva. Una sana empatía humana haría que todos los mexicanos nos conmoviéramos por el profundo dolor de los padres de familia de esos jóvenes desaparecidos y muy probablemente asesinados por el crimen organizado, independientemente de la posición ideológica que tengamos y de lo que pensemos acerca de la forma en que los padres, sus representantes y los grupos en torno a ellos están manejando la situación de reclamo de justicia. Sin embargo en sectores conservadores se han expresado muchas voces que, ajenas a toda empatía con ese dolor afirman cosas que parecen implicar que por tratarse de una institución en la que los alumnos tienen una tendencia radical y una forma de proceder que muchas veces cae en la violencia, de alguna manera merecían este final.

Lo mismo ha pasado con muchos casos de desaparecidos que tienen que ver con grupos políticos o sociales considerados revolucionarios o proclives al cambio por la vía violenta, como en el caso de los muertos de Tlatlaya, varios de los cuales fueron –según el informe de la CNDH- ejecutados por miembros del Ejército usando violencia excesiva no justificable. Fue muy sonado el caso del cartón del caricaturista Paco Calderón sobre el tema, en el que tomaba esta postura de justificación.

El pasado viernes 30 de septiembre un grupo de militares que custodiaba el traslado de un delincuente herido fue emboscado y atacado salvajemente por un comando del crimen organizado fuertemente armado. En este acontecimiento reprobable murieron cinco soldados y diez más resultaron heridos. Una natural empatía humana hubiera generado una ola inmediata de solidaridad con los militares fallecidos y heridos y con sus familias. Sin embargo, del lado de los que siguen protestando hoy por los normalistas desaparecidos o por los excesos del ejército en Tlatlaya no ha habido una manifestación numerosa y contundente de rechazo a la violencia usada en Culiacán contra los militares y de solidaridad con sus familias, exigiendo justicia con la misma fuerza con la que se exige para los otros casos.

El domingo pasado, 2 de octubre, a 48 años de la matanza de Tlatelolco se suicidó en su casa de Guadalajara Luis González de Alba, uno de los líderes fundamentales del Consejo Nacional de Huelga que conformaron los estudiantes del 68. El periodista y escritor insistió en todas sus columnas y en sus textos y mensajes finales en las redes sociales en impulsar la candidatura de Gonzalo Rivas Cámara para la Medalla Belisario Domínguez que otorga el Senado de la República.

Rivas, un ingeniero en sistemas que el 12 de diciembre de 2011, estando en la manifestación en que fueron asesinados dos normalistas de Ayotzinapa en otro hecho reprobable de exceso de fuerza policíaca, salvó miles de vidas al apagar el incendio de una bomba en la gasolinera en la que había ido a prestar sus servicios profesionales ese día, pero perdió la vida al estallarle un contenedor de plástico lleno de gasolina.

A raíz de la muerte del escritor, se ha generado un movimiento en la sociedad civil y en algunos medios de comunicación para impulsar esta iniciativa que aún no es recibida ni aceptada por el Senado.

Sin embargo por tratarse de un acto heroico en el que este ingeniero, verdadero héroe ciudadano, logró apagar el incendio de una gasolinera que fue provocado deliberadamente por estudiantes normalistas, desde el momento en que este hecho sucedió hasta ahora que se propone el premio para él, los grupos que se consideran a sí mismos progresistas no han manifestado la menor solidaridad con la familia de este ciudadano mexicano y están ahora empezando a manifestar su oposición a la candidatura para la Medalla Belisario Domínguez en lo que consideran una “campaña del Estado contra los normalistas de Ayotzinapa”, cuando la iniciativa no surge de ningún sector ligado a la clase política ni ha sido acogida ni apoyada por los miembros del Congreso.

Una sana empatía humana hubiera hecho que todos fuésemos capaces de sentir el dolor de la familia de este ciudadano mexicano que dio su vida por salvar la de muchos, pero una vez más, la ideología nos incapacita para ser empáticos con el dolor humano y nos lleva a hacer juicios sumarios en contra de cualquier reconocimiento a esta persona que no militaba en ninguno de los dos bandos involucrados en el conflicto.

Como puede verse en todos estos ejemplos, la ideología se apodera de nosotros y nos niega la posibilidad de ser empáticos con los que sufren dolor o injusticia por estar del lado opuesto de nuestras doctrinas. Pero también puede inferirse de estos casos, que la ideología nos ciega a tal grado que nos impide experimentar empatía incluso hacia los que sufren y consideramos que están del lado correcto porque corresponde a nuestra ideología. Porque en muchos de estos casos parece ser que el reclamo de justicia y las manifestaciones de indignación no son originadas por la auténtica empatía y la solidaridad con el dolor humano sino por el interés de impulsar una agenda política determinada y golpear al enemigo ideológico.

Educar para experimentar empatía y ser fieles a la frase de Terencio de que nada de lo humano nos sea ajeno, implica desarrollar el pensamiento crítico –que conlleva en primer lugar autocrítica- para vigilar constantemente que no nos dejemos poseer por las ideas que poseemos.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).