2015: Consejos a un político

  • Fidencio Aguilar Víquez
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¿Cuáles son las virtudes, los atributos, las características y, en general, la imagen que debe tener un político? El 2015 sin duda será un año relevante, no sólo porque se renovará la cámara de diputados del congreso de la Unión, y se prepara desde ya todo lo que ello implica, ni porque se renovarán ayuntamientos, congresos locales y gubernaturas en algunos estados de la república, sino porque ese año se cumplirá el cuarto centenario de la publicación de ese libro que contiene, entre otros tópicos, los consejos dados a un aspirante a ejercer alguno de los poderes públicos.

Desde luego, no voy a hacerle al suspenso, pero quiero interesar al lector, en la medida de lo posible, con ciertas pautas necesarias para ir identificando aquello de lo que hablo. Quien da los consejos es un personaje que ha marcado un hito en la historia del pensamiento y la cultura modernos y cuya figura sigue cautivando a todo tipo de personalidad y de afectos.

En primer lugar, le dice al aconsejado, has de temer a Dios, principio de la sabiduría. Claro, si el gobernante, o el que hará ejercicio del poder, es ateo o profesa una fe distinta al monoteísmo o, simplemente, adora a un talismán, no debe preocuparse: el consejo es que gobierne con sabiduría, con criterio, con tino y con sentido común.

En segundo lugar, reconoce lo que eres, ten en cuenta de dónde vienes, en suma, ubícate, no te marees, no quieras ser como la rana que quiso ser como el buey y se hinchó hasta reventar. Es decir, no seas soberbio, que es el mayor pecado sobre todo en quien gobierna, ya que al perder proporción de las cosas y de su situación, comete los errores y pasa por alto consideraciones tan básicas que termina siendo víctima del azar y de la mala fortuna.

Tercer consejo, no es la sangre lo que te dará mérito, sino la virtud propia y con la que eres capaz de ejercer tu mandato. Ello no significa que te avergüences de tu familia o de tu linaje, ni de tus amigos, sino que el mérito de las virtudes las has de alcanzar por ti mismo.

Luego le dice, si traes a tu mujer, instrúyela y pule su natural rudeza, porque lo que un buen gobernante puede obtener, se puede perder por su mujer si ésta es rústica y tonta.

Si enviudas, no utilices el nombre de tu mujer para recibir los bienes que simulas rechazar. Y luego vienen otros consejos más:

>>Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

>>Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.

>>Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

>>Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

>>Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Luego de dice que cuando juzgue a un enemigo no lo haga con las entrañas (con la víscera) sino con la verdad del caso. Ni que le ciegue la pasión en causa ajena porque podría perder crédito y hacienda.

>>Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

Al que castigues, ya no le atosigues con palabras, basta con su suerte de hecho. Igualmente al que caiga bajo tu autoridad, es miserable de suyo, muéstrate piadoso y clemente, pues es mejor la misericordia que la justicia. Si así procedes vivirán bien y tendrás una ancianidad satisfecha porque todo esto adornará tu alma.

A estas alturas, se preguntará el lector, ¿quién aconseja a quién? ¿Quién es ese misterioso consejero que habla con tanta franqueza y libertad? Paciencia, paciencia. Porque hasta ahora el misterioso personaje ha hablado de las virtudes del alma, faltan otras virtudes más físicas, digamos, más tangibles. Pero para no cansar al lector, sólo referiré una más que pertenece a esta segunda clase de atributos.

Dice nuestro consejero: “lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero, puerco y extraordinario abuso.”

Bien, ahí están los consejos, toca ahora ver a quien los emite; se trata del Caballero de la triste figura, don Quijote de la Mancha, quien se los dice a Sancho cuando éste se dispone a gobernar la ínsula Barataria (el lector puede ir a la segunda parte de la obra de Cervantes, que en efecto fue publicada en 1615, y leer los capítulos 42 y 43). No hay que olvidar, empero, que en la misma obra de Cervantes, tanto al caballero andante como a su escudero les hacen creer todo esto que, en su loca cabeza, llevaban nuestros insignes personajes. Quien hace la maniobra es justamente el duque que aparece en la historia del caballero andante y que, sin duda, ha leído las hazañas del ilustre manchego.

Pero el duque es una figura de autoridad y de gobierno, la más alta después del rey, de tal suerte que, en la óptica de Cervantes, esa figura es la figura del poder: ésta es la que hace creer a los personajes que lo que ocurre es real cuando, en verdad, se trata de una representación. Más aun, el duque y sus aliados, incluida la duquesa su mujer, saben que es una suerte de burla y terminan riéndose de los alienados caballero y escudero.

No hay que rasgarse las vestiduras porque la política misma, la cosa pública, ¿no supone frecuentemente esa simbiosis de realidad mezclada con ficción? ¿Y no es la política en el fondo una suerte de representación donde hay un escenario, unos actores, un argumento y un público que mira y aplaude si se complace con la actuación de los protagonistas o, por el contrario, emite la rechifla si esa actuación es pobre o sosa? ¿Que debería ser de otra manera, mucho más real y noble? Claro, justamente como lo propone una y otra vez el Caballero de la triste figura. Mínimo, como aconseja éste, hay que cortarse las uñas.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).