Edomex: el regreso de Porfirio Díaz
Como una clara muestra de ironía, como una aproximación a la risa, como una forma de escape para no caer en la depresión o ingresar de plano en la locura, así hay que ver la afirmación hecha por nuestros colegas del periódico toluqueño ALFA, en el sentido de que el gobernador Eruviel Ávila se va especializando en "tragar sapos".
La expresión alude a situaciones en que alguien disimula o intenta disimular su contrariedad ante algo que le incomoda.
La fotografía que publica el día de hoy el periódico Reforma, del acto en el que el gobierno federal anunció su plan para combatir la inseguridad en el Estado de México, habla, o, mejor dicho, grita.
Mientras el titular del ministerio del interior, Miguel Angel Osorio Chong explicaba el modo en que el gobierno federal pasa a controlar el Estado de México, bajo el argumento central de combatir la desbordada inseguridad en el estado que hace dos años aún gobernaba el actual presidente de la república, el gobernador de la entidad, el ecatepense Eruviel Ávila, no alcanzaba a disimular la enorme incomodidad y congoja que la decisión de Enrique Peña Nieto le provocó.
Primeramente, porque equivale a una reedición del plan que desarrolla el gobierno federal en el estado de Michoacán, relevando en la práctica a las autoridades locales, aunque conservándolas en el cargo, de la función que les otorgaron los votantes. De este modo, el dos veces alcalde y dos veces diputado local por Ecatepec pasa a desempeñar en suelo mexiquense el triste papel que le fue asignado al gobernador Fausto Vallejo en la sufrida tierra purépecha.
En segundo lugar, el anuncio fue fulminado con todas las características de un abuso en materia política, con la clara intención de que el acto del poder central se convierta en público alarde a costillas del gobernador, pues este acto fue realizado en el salón "Benito Juárez" de la Secretaría de Gobernación, en la ciudad de México, y no, como debió suceder si se hubiesen guardado las formas y un mínimo respeto a la investidura del mandatario estatal, en el Palacio de Gobierno de Toluca.
La actuación del mandatario mexiquense en materia de seguridad pública es indefendible, pues en sus manos se han incendiado lo mismo su municipio natal que la entidad federativa completa, pero la agresión al marco institucional es inaceptable, pues implica que el gobierno federal vaya dejando en situaciones indignas a las entidades en las que se va borrando el límite entre el poder central y las soberanías de los estados.
Si desde el punto de vista de la economía ya se habla de un retorno del porfiriato, algo que vendrá a enturbiar mucho más el clima político de nuestro país es el desbordamiento de los ímpetus autoritarios del poder central, lo mismo si son desplegados con la abierta colaboración del gobernador sometido (como en Michoacán), que si son perpetrados con la burla sangrienta que hoy se le impone al, todavía, gobernador mexiquense.
No faltará quien vea en esta decisión del gobierno de Enrique Peña Nieto la venganza ejercida sobre quien alteró los planes del primer mandatario en los tiempos en que debió resolver su propia sucesión en el gobierno del Estado de México. Que el actual gobernador no era el elegido por Peña Nieto, fue un secreto a voces desde el día mismo en que el ex alcalde de Ecatepec fue nominado candidato a la primera magistratura estatal. Que para lograr esa candidatura intervino la hoy encarcelada profesora Elba Esther Gordillo a contrapelo de la opinión de Peña Nieto, también es del conocimiento público. Pero todos estos factores no pueden conformar la suma suficiente para que los ciudadanos aceptemos la desaparición de los límites de actuación prescritos por la propia constitución de la República.
Y por lo que hace a la inseguridad en suelo mexiquense, habrá que estar muy atentos, pues la sola llegada de las fuerzas federales no ha alcanzado para resolver estos problemas en ningún estado de la República.
Trayendo a la memoria a ese agudo observador de la historia y la política que fue el austriaco Stefan Zweig, cabe recordar la monumental biografía que escribió sobre el jefe de policía de Napoleón Bonaparte, José Fouché, y su expresión para describir el destino de alguno de los condenados en tiempos de la revolución francesa: parece que Eruviel Ávila lleva la cabeza prestada sobre sus hombros.