La Reforma MÁS importante

  • Luis Fernando Roldán
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Desde inicios del 2013 hemos estado envueltos en una serie de “bombardeos” mediáticos, políticos y sociales sobre los grandes cambios que requiere nuestro país.

Ante un gobierno entrante (sin importar en la crítica el color del partido) que para algunos ha representado más de lo mismo, un retroceso, una película mala con segunda parte. Para otros significa la posibilidad de reivindicar la historia, una auténtica consolidación democrática y la gran oportunidad para potenciar a nuestra nación en un contexto global.

Se nos ha repetido hasta el cansancio la importancia de las transformaciones estructurales, hemos sido testigos de polarizaciones en las reformas educativa, energética y hacendaria (o también llamada miscelánea fiscal), posiciones irreconciliables que le apuestan al  “todo” o “nada” y cuestionamientos  profundos si esto favorecerá a nuestra competitividad, otorgarán un carácter realmente estratégico a las instituciones involucradas o detonarán un crecimiento económico para México.

Y no es que no resulten trascendentes estos temas, aunque temo que la mayoría de nosotros, los “ciudadanos de a pie” no terminamos de dimensionar los beneficios o daños que estas reformas constitucionales podrían generar, sin embargo estamos dejando nuevamente en el olvido la reforma más importante que la sociedad debe tener: la renovación verdadera de una ciudadanía que cambie en el fondo su actitud para exigir y su corresponsabilidad para generar cambios de raíz, empezando por cada uno de nosotros. Por más trillado que parezca, seguimos sin entender.

Ciertamente adolecemos de una pésima memoria política, podríamos decir incluso que los mexicanos estamos acostumbrados a olvidar con facilidad, aceptamos como nuevas las viejas promesas sin cumplir, permanecemos en nuestra zona de confort mientras no seamos nosotros quienes sufren el mal o una injusticia. Sin embargo esto no es lo más preocupante como si lo es el hecho de asumirnos en esta pasividad colectiva, donde esperamos que “alguien” por alguna razón mágica venga a cambiar nuestra forma de vida.

Me refiero a  la evolución de este pensamiento mediocre y derrotista que afirma que estamos condenados al fracaso, esa queja que no va acompañada de propuesta, ese desinterés ante los asuntos públicos, dejando todo en manos de unos cuantos, que cabe mencionar nos gobiernan sin escrúpulos. Debemos reformar nuestra conciencia y compromiso de ser mejores personas, de respetar y hacer respetar a los demás, aprender de una vez por todas aquellas condiciones básicas que le den armonía y solidez a la sociedad: solidaridad, igualdad, honestidad, trabajo, servicio, bien común.

Que diferentes seriamos si hiciéramos vida estos principios, ¡que falta hacen en nuestros días ejemplos de ciudadanos congruentes que asuman como propio el deber de construir una sociedad más humana y justa!

Urgen cambios y transformaciones… ¡sí, por supuesto! pero no solo constitucionales, también morales y personales. La competitividad y crecimiento no sólo deben estar en función de la calidad en la educación, las nuevas inversiones, productividad o en la eficacia en el uso de los recursos, si bien son factores que nos ayuden a explotar nuestro indudable potencial, deben estar cimentados sobre las fuertes bases de una ciudadanía comprometida con su gobierno.

Creo que la perspectiva con la que debemos enfrentar los retos actuales debe ser digna de grandeza, proactiva, acompañada de ese espíritu innovador y creativo con el que nos distinguimos los mexicanos. Sabemos que no es algo sencillo, ni tampoco algo que no se haya intentado antes, por esto mismo nuestro afán debe ser incansable, el gran secreto consiste en no cansarse nunca de intentarlo siempre. El empeño y constancia son el único camino en que lograremos cambios verdaderos.

Cuando esta reforma ciudadana ocurra de manera auténtica, podrán existir a la par coyunturas políticas y cambios de poder, pero entonces, solo entonces cambiaremos en verdad.

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Luis Fernando Roldán

Soy un joven idealista, felizmente casado, orgulloso de ser poblano y profundamente enamorado de nuestro país.

Estudié Ciencias de la Comunicación, la Maestría en Dirección de Organizaciones y la Maestría en Ciencias Humanas, me desempeñé como director general del Consejo Coordinador Empresarial en Puebla y actualmente me desempeño como director de la Escuela de Humanidades en la Universidad Anáhuac de Puebla.

Estoy comprometido en el afán de construir una sociedad más humana y justa; desde hace tiempo he colaborado de manera constante en movimientos y asociaciones de participación ciudadana y liderazgo social.