El huracán Rafa

  • Alejandro C. Manjarrez

Los gobernadores, igual que los huracanes, siempre producen damnificados. A la larga (o a la corta, depende) el paso de unos y otros deja desde lecciones sociales hasta beneficios digamos que naturales (no confundir con económicos porque esos son selectivos). Para no irnos muy lejos, Puebla podría ser el mejor de los ejemplos. Vea usted las razones:

Llegó el huracán Rafa y produjo miles de damnificados empezando por los marinistas que, en el mejor de los casos, se quedaron sin fuente de trabajo. Cinco mil víctimas cuando menos. De esos hubo varios que fueron “sepultados” bajo el lodo de la deshonra pública, incluida la cabeza del grupo. Excepto la docena de perseguidos por la boñiga judicial, el resto la libró gracias a los tanques de oxígeno monetario que durante su “época de vacas gordas” guardaron bajo el colchón (léase cosecha de dinero), gobierno al cual le endilgaron el sambenito de personalista, corrupto y chambón (esta última definición proveniente de alguna empresa que negocia sus calificaciones crediticias). Además operó el Fonden (Fondo Nacional de Engatusadores), en este caso conformado por la impunidad y los acuerdos que buscaron la gobernabilidad, entonces (dijeron) amenazada por las posibles rebeliones, paros, denuncias y revelaciones que habrían afectado al ojo o epicentro del fenómeno político que revoloteó la entidad.

Confirmamos pues que el fenómeno Rafa trajo consigo desde inundaciones de talento fuereño (torrentes que bajaron de las cumbres) hasta los sedimentos provenientes de lares y páramos financieros peninsulares (Madre Patria). Por ello cambió la orografía urbana de varias ciudades (incluida la capital del estado, obvio) dejándola sembrada de moles de concreto y acero que, esperemos, algún día tendrán utilidad pública y social (en lo empresarial ya la tiene). Esto último, que conste, siempre y cuando no nos caiga otro fenómeno o tsunami cuya fuerza borre las huellas del pasado.

Efectos colaterales

Llovió sobre mojado.

El paisaje burocrático cambió.

Se precipitaron torrenciales mentadas de madre.

Los vientos huracanados arrasaron con la palabra escrita.

Las aguas broncas subieron hasta el cogote del periodismo libre y auténtico.

Las tormentas eléctricas asustaron a la clase política que poco a poco se quedó sin representantes reputados.

Las trombas rafaelianas cayeron sobre los solares políticos cuyos paracaidistas tuvieron que huir para no dejar la zalea debajo de toneladas de piedras legales.

Después de la tormenta llegó la calma, pero la chicha que presagia peores tiempos, sosiego que augura el advenimiento de desquites a cargo de los animales políticos expulsados de su sistema endémico, circunstancia que los colocó en el catálogo de víctimas del huracán Rafa y, en consecuencia, en la lista nacional de desagravios justos y equitativos para los hermanos priistas en desgracia.

Controlados los daños ocasionados por el meteoro (sin guión ni espacio); vueltas las aguas a su nivel; desazolvadas las cañerías burocráticas; emparejadas las vialidades dañadas por la depresión… tropical; recuperados los causes del dinero; repartidas las dispensas (vocablo éste sacado del léxico yunquista); controladas las avenidas; desaparecidos los nubarrones; y vuelto el brillo que acompaña el canto del faisán (los yucatecos también cuentan, faltaba más), salió el astro luminoso mejor conocido como Rey Sol.

Diría Mario Marín en su estreno eclesiástico de consuegro austro-mixteco: el pasado fueron tiempos de ordeña y hoy son épocas para mejorar la raza. Y secundaría la ex madre del Panal: y días de guardar para que otros cosechen lo que yo sembré.

Todo ello mientras el huracán usa su hielo para transformarse en el Halo que presagia el advenimiento de un mejor clima, aunque sea atípico.

acmanjarrez@hotmail.com

@replicaalex

 

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Alejandro C. Manjarrez

Escritor y periodista. Autor de la columna Réplica y contrarréplica. Colaboró en la revista Impacto y en el periódico Excélsior. Fue articulista de Notimex. Fundador de la Revista Réplica.