• Cultura

Bardo: 8 ½ igual a nueve

  • Miguel Maldonado
“Bardo” más que una autobiografía, es un diálogo abierto con la cultura mexicana, con nuestros mitos y nuestra idiosincrasia
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A Diana Calderón, por todo lo que hizo, sobre todo por la esperanza.

Bardo” de Alejandro González Iñárritu (2022) es entre otras cosas un homenaje al cineasta Federico Fellini, en particular a su película “8 ½” (“Otto e mezzo”, de 1963). ¿De qué trata “8 ½”? De lo mismo que trata “Bardo”: un hombre muy famoso, perteneciente al mundo del cine, que está agobiado por el ambiente de la farándula, asfixiado por las exigencias profesionales y la presión social por ser quien es. Hay mucho ruido en su vida y la única puerta de salida es la imaginación: fantasear con mujeres hermosas, con ser el domador de una compañía de circo y con látigo en mano poner en marcha a la cuadrilla de los payasos, o de plano meterse bajo la mesa, escabullirse de una conversación aburrida por debajo del mantel; así Marcello Mastroianni en “8 ½” como Daniel Jiménez Cacho en “Bardo”, escapando de las entrevistas, de los comentaristas y conductores de televisión; Jiménez Cacho, es decir el personaje Silverio Gama, se niega a asistir a cualquier compromiso y fantasea con que se ha quedado mudo, lo que es otra manera de esconderse debajo de la mesa.

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Aunque el cartel de la película de “Bardo” sea igual de rojo que el de “8 ½” y Daniel Jiménez Cacho tenga las mismas gafas marca Persol de Marcello Mastroianni, “Bardo” no es “8 ½”; aunque la música de banda de pueblo sea igual, y ambos personajes fantaseen con perderse en el desierto con una caravana de locos y descarriados, “Bardo” no es “8 ½”. O sí lo es, pero sólo en la parte donde Iñárritu dialoga sobre sus problemas personales, sobre cómo ha lidiado con la fama, con el éxito, con la pérdida de un hijo y con el hecho de ser un mexicano privilegiado que vive en Estados Unidos y, sobre todo, cómo ha lidiado con la envidia. Ah, la envidia. Esa misma que ha criticado la película de Iñárritu, tachándola de ser “ególatra”. No lo es, es autobiográfica. Por cierto, la autobiografía es un género que no abunda en la cultura mexicana. ¿Acaso porque la santa crítica los acusaría de egolatría?

Bien decía Julio Cortázar que a los artistas latinoamericanos les costaba trabajo hablar de sí mismos y lamentaba que no tuviéramos esa personalidad abierta, esto sucede porque en cuanto un mexicano sobresale se vuelve blanco de envidia y de intriga, en “El laberinto de la soledad”, libro por cierto citado en la película, Octavio Paz discurre sobre la costumbre de tratar a los demás como si fueran don nadie, el deporte nacional del ninguneo.

“Bardo” no es “8 ½” porque Iñárritu se atrevió a hacer algo mayor: a dialogar y discutir sobre los grandes temas y relatos de la cultura mexicana: sobre la Conquista, sobre los desaparecidos y asesinados, sobre el autoritarismo y la naturaleza del poder. Película ambiciosa que intenta ser una mirada total: ver hacia adentro, cuando Silverio reflexiona sobre su relación con su hijo y ver hacia fuera cuando Silverio observa el papel de la iglesia y la milicia; mirar hacia su pasado, cuando Silverio recuerda a su padre y mirar hacia la historia cuando observa a los indígenas caídos durante la Conquista.

Este ejercicio de diálogo paralelo con la historia personal y con la historia nacional nos coloca frente a una película inédita, por universal y por totalizadora. Estamos frente a una película importante en la historia del arte y del cine, “Bardo” es más que una autobiografía, es un diálogo abierto con la cultura mexicana, con nuestros mitos y nuestra idiosincrasia, nos toca continuar ese diálogo, de alguna manera “Bardo” nos puso a pensar y a hablar, esa es de cualquier modo la función legendaria de los bardos. “Bardo” es más que “8 ½”, es nueve.

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