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Puebla, julio de 1911: masacres de Paseo Nuevo y La Covadonga

  • Sergio Andrade
Ambos hechos trascendieron a la opinión pública nacional, pero que la historia oficial local simplemente hizo caso omiso
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“La noche triste del 12 de julio en la ciudad angélica”, así calificó el insigne José Guadalupe Posada en una hoja volante los acontecimientos acaecidos en Puebla en esa fecha del año 1911 y su corolario del día siguiente en la fábrica de Covadonga, lindante con el estado de Tlaxcala. Son hechos que en su momento trascendieron en gran parte de la opinión pública nacional, pero de los que la historia oficial simplemente hizo caso omiso.

Sólo en textos de memorias de personajes cercanos a los acontecimientos del periodo revolucionario aparece alguna referencia. Así, el doctor Francisco Vázquez Gómez, fracasado candidato a la vicepresidencia por el Partido Antirreleccionista, dedica un capítulo entero de sus Memorias políticas a recordar estos acontecimientos, mientras que el coronel Eduardo Reyes García, participante directo en los mismos, redactó un reporte sobre ellos.

Alrededor de mediados del mes de junio de 1911, según unos autores o hacia principios de julio, según otros, las tropas revolucionarias acantonadas en las cercanías de la capital poblana, lograron entrar en las misma después de un periodo tenso durante el cual, actuando en contra de los Tratados de Juárez, las autoridades civiles y militares les habían prohibido ingresar. Finalmente, gracias a la intercesión de altas autoridades del país y del liderazgo revolucionario, se establecieron en diferentes puntos de la ciudad, quedando una parte importante de las mismas acuarteladas, junto con sus esposas e hijos, en la Plaza de Toros del Paseo Nuevo, bajo el mando de los coroneles Benigno Zenteno y Eduardo Reyes, a quienes el día 14 de noviembre de 1910, a escasos días de que diera comienzo el movimiento armado contra Díaz, el propio Aquiles Serdán les entregó en propia mano la bandera perteneciente a su club, el “Luz y Progreso”, que presidía sus asambleas y reuniones, encargándoles la organización y levantamiento de la revolución en la zona de San Martín Texmelucan.

La noche del 12 de julio se desató un rudo combate entre tropas estatales y federales contra los revolucionarios acuartelados en la plaza de toros del Paseo Nuevo. Las opiniones más certeras apuntan a que los hijos del exgobernador Martínez junto con otros individuos más, al pasar por las inmediaciones de la plaza de toros a bordo de un automóvil balacearon a la guardia establecida al efecto. De inmediato los revolucionarios repelieron la agresión, trasladando la persecución hasta las cercanías del cuartel Zaragoza, escasos ciento cincuenta metros adelante. El zafarrancho duró toda la noche, y según testimonio de los hermanos Gaona Salazar a partir de la una de la mañana se utilizaron ametralladoras y cañones por parte de los gobiernistas provocando pérdidas enormes en las filas insurgentes, para después pasar a bayoneta a los supervivientes que quedaban en el ruedo, callejón, puertas y burladeros.

Versiones diversas calculan que las bajas entre las partes sumaron cerca de trescientos muertos. Otras hablan de que fueron entre cincuenta y cien, mientras que unas más admiten la cifra de ochenta y tantos, entre combatientes y civiles, esto es, esposas e hijos de los revolucionarios acantonados en la plaza de toros. Nuestra investigación, en fondos del Archivo Municipal, nos llevó la suma de ochenta y nueve personas muertas, entre atacantes y defensores.

A continuación, damos una lista ordenada según el oficio a que se dedicaba cada uno de los fallecidos:
Jornaleros 21; tejedores 14; labradores 4; militares 3; comerciantes 2; albañiles 2; panadero 1; trocilero 1; floricultor 1; ladrillero 1; empleado 1; cantero 1; hilador 1; fabricante 1; sin datos 12; y desconocidos 15.

Aparte se contabilizan dos mujeres y un niño.

Ante la superioridad de las fuerzas del gobierno, varias partidas de rebeldes buscaron la salvación saliendo al descampado. Una de ellas, mandada por el coronel Zenteno llegaron hasta las estribaciones del estado de Tlaxcala, donde al pasar por la fábrica de la Covadonga fue atacada por empleados de confianza de la misma ante el temor de ser asaltados. Como resultado, la reacción de los atacantes junto con pobladores que vivían cerca de la factoría suscitó una tragedia, cuando un empleado español y cuatro técnicos de nacionalidad alemana, que se declararon neutrales, fueron asesinados a mansalva y se dice que la esposa de uno de ellos incluso fue mancillada arteramente, quedando además destrozada la casa en donde habitaban. En tanto, la fábrica sufrió daños en su estructura y su maquinaria y se desató la rapiña. Todo esto sucedía en los albores del día 13 de julio. A las diez de ese mismo día el señor Madero hacía su entrada en la ciudad de Puebla.

Todo este desorden provocó manifestaciones de descontento a diestra y siniestra. Por un lado, los comerciantes e industriales exigían seguridad para sus negocios; por otro, los revolucionarios pedían que fueran castigados los culpables de la matanza de la noche del 12 y el asalto de la Covadonga. Por su parte, los embajadores español y alemán alegaban satisfacción monetaria y judicial por sus compatriotas caídos. De su lado, tanto el gobierno estatal como el federal se mostraban incapacitados para satisfacer tantas demandas, aunque en la realidad poco les importaba, ya que en sí no contaban con una base social firme que los soportara, además de su calidad como gobiernos provisionales.

Madero sí contaba con una base social fuerte y sí importaba lo que hiciera y su actitud ante los hechos. Al llegar a Puebla condena la matazón del 12 atribuyéndola a los elementos revolucionarios, felicitando a las tropas federales por su lealtad y disciplina, incluso abrazando al coronel Aurelio Blanquet, jefe del 29 batallón y al general Luis Valle del batallón Zaragoza y llamando a la concordia entre las facciones, argumentando que la Revolución ya había terminado y que lo que procedía era el licenciamiento de las tropas revolucionarias.

En el transcurso de ese día y los siguientes Madero se da a la fiesta y a realizar diversos actos protocolarios como la puesta de la primera piedra de lo que posteriormente sería el Puente de la Democracia y de un monumento a los Hermanos Serdán. Recibe los agasajos de la gente pudiente de la capital poblana y hace caso omiso de las peticiones de los familiares de los combatientes insepultos que se pudrían amontonados en el Panteón Municipal. Dedica sus afanes a lograr la cordialidad organizando un desfile de las tropas contrarias y busca convencer al general Emiliano Zapata de no atacar la capital poblana en represalia por la muerte de sus correligionarios. Al final, los buenos oficios de personajes cercanos al caudillo del sur y la serenidad ante la adversidad logran deponer la actitud justiciera de éste.

El lado revolucionario, más preocupados sus integrantes que el propio Madero, no estaban nada contentos con la actuación de las autoridades, por lo que siguieron presionando en búsqueda de una solución justa sobre los violentos acontecimientos. Ante eso, a comienzos del mes de agosto siguiente, se comisionó desde la ciudad de México al licenciado Mariano Xicoy para hacerse cargo de las investigaciones y desahogar los conflictos. En pocos días, Xicoy dio resultados mandando aprehender al exgobernador Mucio Martínez y a sus hijos para que fueran juzgados como partícipes en los sucesos recientes. Aunque se cumplieron las órdenes del abogado, los subterfugios legales utilizados por los acusados y las presiones conservadoras dieron al traste con la aplicación del castigo debido. Hacia noviembre de ese mismo año, los Martínez quedaban exonerados de toda culpa.

En cuanto a los sucesos de Covadonga, a pesar de las presiones de toda laya utilizadas por el embajador alemán Paul von Hintze para que se apresara y ejecutara a los participantes del asalto a la factoría, fueran o no los verdaderos culpables, algo pudo lograr, aunque su objetivo principal lo alcanzaría hasta después de la caída de Madero. Con este todavía en la presidencia, hacia mediados del año 1912 logró que se le pagaran como indemnización por las víctimas alemanas la cantidad de cuatrocientos mil marcos.

El gusto por la ejecución de los “chivos expiatorios” se lo dio Victoriano Huerta, aunque para esto el principal sospechoso, Benigno Zenteno, hubiera escapado por un túnel de su prisión en la penitenciaría, por lo que la prensa siempre puntual lo calificó como “el segundo conde Montecristo”.

Resulta paradójico que en este maremágnum en que se convirtieron esos dos días de julio de 1911 y sus secuelas jugaran papeles importantes y de primera mano personajes que al cabo del tiempo se volverían a encontrar en diferentes circunstancias. Los resultados de la lucha dejaron situaciones contradictorias. Los que ganaron al final perdieron y viceversa. El que premió y felicitó (Madero) fue traicionado y apresado por el felicitado y premiado (Blanquet). El que investigó y actuó en consecuencia (Abraham Martínez) quedó preso más de medio año en la penitenciaría poblana y al cabo de otro año más fue asesinado por los esbirros de Huerta. El embajador alemán, von Hintze, primero tan cerca de Madero, luego presionando para lograr sus fines, terminó por ser parte de la conjura encabezada por el embajador norteamericano Henry Lane Wilson para darle golpe de estado a Madero. Pero lo más cierto es que éste debe ser acusado de cometer el pecado de actos de “lesa inteligencia” como atinadamente lo planteó el académico norteamericano David G. La France

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