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Crónica: Raymonda, el último clásico

  • Fernando Gabriel García Teruel
Más que una obra de amor, “Raymonda” es una obra de enamoramiento
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En días anteriores, caminando por las calles de Ámsterdam me encontró casi sin esfuerzo un anuncio compartido aquí y allá: “Raymonda, ‘el último clásico de ballet’”, que declaraba la publicidad con un imponente Grand battement de Olga Smirnova, la más reciente adquisición del Ballet Nacional Holandés tras dejar el Bolshoi de Moscú por el conflicto en Ucrania.

Dejando de lado el valor agregado que haber dejado Rusia por Europa Occidental puede dar, o más bien, asignar, Smirnova ya era considerada una de las mejores bailarinas del momento y su posición como prima ballerina en la más prestigiosa academia de los Países Bajos reafirma su talento.

La obra de ballet “Raymonda” fue estrenada en San Petersburgo en 1898 como resultado de la colaboración de dos grandes figuras de distintas generaciones, el francés Marius Petipa de 79 años a cargo de la coreografía, y el ruso Aleksandr Glazunov de 32 años a cargo de la música. Simbiosis que dio y da la jovialidad y tradición suficiente a lo largo de sus tres actos para considerarse un último clásico.

El resultado de esta colaboración entre dos personas de tan distinta edad da por sí mismo mucho que reflexionar.

Primer acto

Más que una obra de amor, “Raymonda” es una obra de enamoramiento. La primera escena del primer acto nos muestra la jovial inocencia de una vida mimada. Raymonda, nieta del gran duque Sandor de Belovár, entra radiante en el palacio húngaro mientras sus amigos y parientes preparan su fiesta de cumpleaños.

Poco después, ya empezado el festejo, celebrando entre la multitud del pueblo se encuentra el valiente caballero Jean de Brienne, enamorado de la cumpleañera a quien da su compañía por un breve tiempo hasta que dos caballeros amigos irrumpen para invitarlo a un torneo. Jean de Brienne no se puede resistir a tan temeraria invitación y deja a Raymonda con una bella bufanda como regalo.

La decepción de la joven se ve interrumpida por la aparición del gran duque con gran diversión tras de sí. El abuelo aprovecha la ocasión para nombrar a Raymonda su heredera y anuncia las festividades que darán su inauguración como gran duquesa de Belovár.

Entonces, un inesperado y tardío invitado entra majestuosamente en escena, Abd al-Rahman, jeque de Córdoba. El jeque no estaba al tanto de la fiesta de cumpleaños, pero es bienvenido como el buen amigo del gran duque que es, y acepta la invitación a las festividades venideras por la anunciada heredera. El cordobés queda impresionado por Raymonda, y ella, a la vez, fascinada por esta misteriosa figura.

Terminada la fiesta, mientras Henriette y Clémence, amigas de la protagonista, bailan un viejo baile de salón con sus dos enamorados, Raymonda queda reflexionando entre la decepción por Jean y la fascinación por Abd al-Rahman mientras baila dulcemente con la bufanda que el primero obsequió. Da las buenas noches a sus compañeras y se recuesta a merced de la media luz entre el sueño y la vigilia.


Foto: Altin Kaftira, Netherlands National Opera and Ballet.

La segunda escena abre en este sopor, el escenario se torna de un misterioso azul entre claro y oscuro que asemeja una noche de neblina por lo bajo con un cielo estrellado por lo alto.

La joven con un maravilloso tutú que asemeja la noche ve a Jean de Brienne en una visión, aquel hombre que desde niña deseó, quien se encuentra rodeado por un grupo de mujeres en el que todas se asemejan a Raymonda y parece no notarla. Eventualmente se encuentran y todo parece ir bien, pero este sentimiento no dura mucho, pues Jean desaparece en la neblina tal como apareció. Raymonda intenta alcanzarlo, Abd al-Rahman aparece en su lugar y ella naturalmente lo siente como una amenaza, entonces se aleja; el jeque declara su amor y ella experimenta una tormenta de sentimientos: “¿Qué me está pasando?”, podemos asumir que la joven se pregunta. La visión desaparece, Raymonda duerme y el telón se cierra.

Segundo acto

El segundo acto toma lugar en el jardín amurallado del palacio, es la inauguración de Raymonda como gran duquesa de Belovár. Jean de Brienne no ha vuelto del torneo, sin embargo, Abd al-Rahman hace impresionante entrada con una gran escolta. El cordobés declara su amor a la ahora duquesa en términos no inciertos. Ahora que su sueño se ha vuelto realidad las dudas desaparecen bajo la luz solar.

Familia y amigos no saben cómo reaccionar y quedan como meros espectadores mientras la escolta del jeque celebra el amor correspondido con un baile de espadas. Le sigue una danza española a la que Abd al-Rahman se une convincentemente.

Terminada la danza española, el jeque invita a la duquesa a bailar una danza árabe. Los cercanos a Raymonda miran consternados cómo ella improvisa y encanta a Abd al-Rahman con su baile. La tensión desaparece y todos toman parte en los bailes de Provenza, Hungría, España y Arabia.

Jean de Brienne aparece, ha regresado orgulloso vencedor del torneo. Al ver a su amada con un extraño exalta su furia. La protagonista sin éxito intenta dar explicaciones, Abd al-Rahman no quiere pelear, pero tiene que defenderse.

Un duelo toma lugar con pasos delicados y firmes, Abd al-Rahman cae acuchillado bajo la rabia de Jean de Brienne, Raymonda con pies ligeros y piernas firmes “corre” en su auxilio y despide a Jean con la mirada, él entiende que la ha perdido para siempre y sale. Mientras los invitados del festejo recuperan el aliento a la par del herido jeque, el gran duque y la duquesa se acercan para dar a Raymonda y Abd al-Rahman su bendición.

Tercer acto

En el tercer y último acto, la boda entre Raymonda y Abd al-Rahman se celebra en el salón del palacio de Belovár con gran regocijo y danzas húngaras en su honor. Todo es maravilloso.


Foto: Altin Kaftira, Netherlands National Opera and Ballet.

La belleza de este ballet reside en su complejidad, la variada mezcla de música y baile acompañado de una composición escénica imponente. Esta complejidad roza el sentimiento de lo sublime. Los vestuarios entre medievales y fantasía complementan la totalidad de la obra. La historia en sí, aunque aristocrática y dulce, no deja de plasmar la condición humana y la nobleza del enamoramiento inocente, la sensibilidad y variabilidad de las pasiones. De alguna forma todos hemos sido como Raymonda, víctimas sorprendidas por el cambio de nuestros propios deseos. Sin duda, un clásico, espero no el último.

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