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Joana, la adolescente que abre las letras a adultos en Cuetzalan

A sus 17 años ya enseñó a leer y escribir a varios pobladores, gracias al programa de alfabetización de la BUAP
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En Cuetzalan, uno de los pueblos serranos más bellos del país, vive Elia, una mujer que aprendió a leer y escribir pasados los 60 años. Tras el mostrador que la separa de sus clientes, garabatea un nombre: Elia, al tiempo que exclama ¡Ya sé escribir mi nombre!

A sus 17 años, Joana Paz García, alfabetizadora del Centro Universitario de Participación Social de la BUAP (CUPS), le enseñó el canto de las letras y develó el secreto que cada fonema encierra: un significado-saber que la experiencia del hombre ha impreso en cada palabra.

“‘¡Ya puedo escribir mi nombre, mi maestra me lo ha enseñado!’, así presumía doña Elia a cada uno de los clientes que llegaban a su tienda y esa ha sido la experiencia más bonita que he tenido en varias campañas en las que he participado desde 2010. Me quedo sin palabras para expresar esa experiencia tan hermosa”, expresa Joa, como le dicen sus compañeros alfabetizadores, la mayoría jóvenes preparatorianos o recién ingresados a la licenciatura.

Joana es estudiante del primer cuatrimestre de la Licenciatura en Procesos Educativos, de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. En 2010 ingresó al programa de alfabetización del CUPS e inició en la comunidad de Xocoyolo en Cuetzalan, Puebla, donde no sólo experimentó la vivencia de separarse de sus padres y participar con el colectivo en las tareas cotidianas, sino además reconocerse en una nueva faceta: estar frente a un grupo, mujeres en su mayoría, de edades más avanzadas que la suya, para conducirlo por el camino de las letras.

“El primer día todos estábamos muy nerviosos, aunque ya habíamos participado en simulacros no era lo mismo que estar frente al grupo. Fue una experiencia bonita, me empezaron a platicar sobre su comunidad. Ellos tenían muchas ganas de aprender porque decían que hacía falta leer y escribir, ya que muchos están en el programa Oportunidades y cuando tenían la necesidad de leer un folleto no sabían, o bien porque querían ayudar a sus hijos con sus tareas”, dijo.

Luego de cuatro campañas, ocurridas en los veranos de 2010, 2011, 2012 y 2013, Joana sigue siendo una activa alfabetizadora: “¡Nosotros vamos a enseñar y terminamos aprendiendo más de ellos!”, exclama a través de sus serenos ojos oscuros.

“Admiro mucho a estas personas, ¿cómo es posible que en la ciudad tenemos todo?, y allá, nada. Las señoras muelen y echan tortillas, lavan en el río, cortan la milpa, desgranan el maíz. Cuando llegaba a la clase me decían: ‘maestra le traje este taquito’; o si me enfermaba: ‘ya se enfermó, le voy a hacer un tesito’. Ellos no tenían pero todo te lo compartían”.

“Había otra señora que cuando yo le dije que extrañaba a mis papás, me dijo: ‘no te preocupes, ahora vas a ser mi hija’, y cuando fue la clausura ella dijo: ‘Joanita, mi hija…’ Es muy bonito ver cómo ellos establecen lazos muy estrechos, hay mucha unión”, expresó.

- ¿Te gusta ser alfabetizadora?

- Sí, sí me gusta. Es una experiencia muy bonita, al final del curso hacemos una clausura y es muy satisfactorio constatar cómo las personas avanzan: ¡llegan sin saber tomar un lápiz, y al final saben no sólo usar un lápiz sino además leer y escribir muchas palabras! Eso me hace muy feliz.

Hoy Joana estudia la Licenciatura en Procesos Educativos, decisión en la que influyó, sin duda, su experiencia como alfabetizadora, ya que dice, “en el poco lapso que llevó estudiando sé que lo que aprendo lo puedo aplicar cuando me vaya a alfabetizar”.

El cabello lacio le cae más allá de los hombros. No más de metro y medio de estatura. No hay color artificial en su rostro… hermosa por dentro y hermosa por fuera.

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