Danos la política nuestra de cada día

  • Luis Ochoa Bilbao
Hay que describir la política objetivamente para explicarla y no justificarla

El final del sexenio de López Obrador ha estado marcado por miles de mensajes, columnas, comentarios, publicaciones, artículos y opiniones de mexicanos en la prensa, los medios y las redes sociales, que se hacen los sorprendidos como si no hubieran vivido en este país y no lo conocieran.

Habrá que decirles -intentando ser racionales y objetivos-, que la corrupción, el nepotismo, el asalto a las instituciones, el manejo conveniente de la información, el control de la ley y la justicia, el uso de datos propicios, los vínculos con el crimen organizado, el lavado de dinero, los amiguismos y compadrazgos, la infidelidad hacia la ideología y la ineptitud en muchos ámbitos del gobierno, no nacieron con la 4T.

Son parte consustancial de la política a lo largo de la historia de México y de todo el mundo.

La naturaleza de cualquier actor político no es la búsqueda de la justicia bajo criterios éticos o morales, no es el altruismo, no es la salvación de las alarmas ni la introspección para alcanzar la paz interior. La naturaleza de cualquier político está en su sed de poder. Para manejar y controlar recursos, para establecer acuerdos y contratos, para defender intereses personales, gremiales, grupales y de clase. Y en esa naturaleza, cualquier político debe aprender a “tragar sapos”, traicionar y superar traiciones, mentir y aprender a detectar mentiras, así como estar dispuesto a tomar decisiones difíciles, graves, controversiales y hasta peligrosas para los demás y para sí mismos.

Pedirle a un político que esa no sea su naturaleza es como pedirle a un torero o a un corredor de Fórmula Uno que no sea intrépido o hasta un poco suicida. Pedirle a un político que no mienta, que no traicione a nadie y que tenga escrúpulos es como pedirle a un cadete de la escuela militar que no aprenda a usar armas y mejor se dedique a cultivar flores, regarlas y cuidarlas. Pedirle a López Obrador que no sea maquiavélico es como pedirle lo mismo al papa, o a Fox y a Calderón o al rey de España o a Trump, Biden y Netanyahu.

Un político profesional busca el poder. Un político profesional cambiará de equipo cuando le sea conveniente y necesario, como los futbolistas. Un jugador que surja de la cantera del Liverpool no tendrá empacho de contratarse con el Manchester United o el Barcelona. Y si luego lo compra el Real Madrid, tampoco tendrá ningún escrúpulo y se irá a defender la camiseta del mejor postor.

¿Se sorprende nuestra opinión pública de que Bartlett o Armenta estén ahora en las filas de Morena? ¿Qué pasó cuando Muñoz Ledo se alió a Vicente Fox; y cuando Elba Esther Gordillo apadrinó a Felipe Calderón; y cuándo Moreno Valle dejó el priismo para irse al PAN; y cuando Rosario Robles abandonó la izquierda para trabajar con peña Nieto; y cuando Xóchitl Gálvez se tomó una foto junto a su camarada “Alito”?

¿Se sorprende nuestra opinión pública de que el hijo de López Obrador esté en las filas de Morena y se hable de nepotismo y amiguismos y compadrazgos en su gobierno? ¿Y de dónde salió el hijo de Luis Donaldo Colosio, de la nada? ¿Y de dónde salió León Krauze, viene acaso de una familia ajena a las élites culturales de México? ¿Y los hijos de Martha Sahagún, no se privilegiaron del nepotismo? ¿Y Tony Gali, diputado federal de Puebla por el PVEM, no tiene en su padre el trampolín que lo catapultó como político de la noche a la mañana? ¿Y qué podría decir nuestra opinión pública del linaje de Jorge G. Castañeda que convirtió al junior en asesor de la SRE cuando su padre era secretario durante el gobierno de López Portillo? Ese era “el buen nepotismo” ¿verdad?

¿Se sorprende nuestra opinión pública de cómo se han repartido los cargos políticos en la 4T cuando esa ha sido una práctica añeja en nuestro país? ¿Y qué pasó cuando Calderón nombró a su amigo Federico Ling como embajador de México ante el Vaticano? ¿O cuando Blanca Alcalá, sin ninguna experiencia diplomática, fue nombrada embajadora de México en Colombia gracias a Peña Nieto?

¿Se sorprende nuestra opinión pública de lo que llaman “el asalto a las instituciones” durante la 4T? ¿Y qué pasó cuando Miguel de la Madrid dejó sin empleo a 10 mil obreros de la Fundidora de Monterrey el 10 de mayo de 1986? ¿O cuando Ernesto Zedillo aprobó el Fobaproa en 1998 con la complicidad de diputados y senadores y cuya deuda los mexicanos seguimos pagando? ¿O cuando Felipe Calderón dejó en 2009 sin empleo a más de 44 mil trabajadores de la compañía de Luz y Fuerza del Centro mediante un decreto de extinción?

No, la corrupción, la falta de ideología, el nepotismo y todos esos males que según la opinión pública “aparecieron por arte de magia” en el país gracias a la 4T, han sido prácticas comunes de nuestra clase política. Y son prácticas comunes desde Alaska hasta la Patagonia. La naturaleza política es la misma en “México y Roma”.

Morena es un movimiento o partido político conformado por mexicanas y mexicanos. Es un reflejo de nuestro país en todos los ámbitos, industriales, deportivos, culturales, políticos, religiosos, educativos y un largo etcétera.

Si la opinión pública cae en la trampa de evaluar a un gobierno por su comportamiento ético o moral, se equivocará. Estarán anteponiendo criterios y prejuicios que no sirven para medir el desempeño de las clases políticas. Porque todas y todos mienten, todas y todos roban, todas y todos traicionan, todas y todos defienden sus intereses personales o de grupo, todas y todos tienen su precio.

Por lo tanto, es una pérdida de tiempo evaluar al gobierno de la 4T a partir de sus mentiras, sus amiguismos y compadrazgos, sus acciones ilegales o sus albazos. Eso lo han hecho y lo harán todos los gobiernos del pasado y del futuro. Esa es una realidad que debemos comprender y explicar sin llegar a justificarla plenamente. A un gobierno hay que evaluarlo por el impacto de sus políticas, mediante claras mediciones y datos precisos sobre sus resultados en la gestión del poder.

Quienes hoy critican a la 4T callaron con Fox o Calderón y dejaron pasar todo lo que hicieron Peña Nieto o Zedillo. Y si los criticaron moralmente, también se equivocaron. Los políticos están ahí para hacer lo que nosotros no sabemos, no queremos o no nos atreveríamos a hacer. Su naturaleza es distinta a la de un enfermero, un terapeuta o un orientador emocional.

Sí, acepto que es una postura realista. Pero el realismo no es intrínsecamente negativo. Es un intento científico por comprender lo mejor posible la realidad, si aspiramos a cambiarla algún día.

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Luis Ochoa Bilbao

Internacionalista y sociólogo. Director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la BUAP. Se especializa en temas de política exterior, cultura política y sociología de las relaciones internacionales.