Agustín: «Toma y lee»
- Fidencio Aguilar Víquez
A Lorens de Arabia
en su cumpleaños.
La figura de san Agustín es como un mar abierto. Se corre el riesgo de creer que ubicarse en la playa es conocer ya el océano. Aunque la playa no deja de reflejar la inmensidad del mar y sus remansos nos hacen sentir las aguas marinas que acarician el cuerpo y el alma para tonificarnos de paz. El pensamiento agustiniano es amplio y vale la pena acercarse a sus playas y sentir sus aguas. Descubriremos, así, que estamos llamados a mirar desde nosotros la Belleza tan antigua y tan nueva.
Su vida, como querríamos que fuese la nuestra, es la historia de una búsqueda apasionada de la verdad, es decir, no sólo con el entendimiento, sino con el corazón y con las entrañas. Agustín vio la luz por primera vez el 13 de noviembre de 354 en Tagaste (provincia romana de Numidia, hoy Souk Ahras, Argelia); en ese lugar estudió gramática y luego, en Cartago, retórica. Los detalles de su vida los podemos leer en su libro de las Confesiones, donde narra los anhelos de su corazón: la Verdad, Dios.
El libro VIII de ese libro es donde platica, ya con cierta madurez de su fe cristiana, el momento de su conversión en 386; escucha la voz de un niño, o una niña, que le dice: «Toma y lee, toma y lee» (1). Es un proceso sutil y misterioso, donde incluso sus antiguas adicciones, «bagatelas» les llama, tiernamente le susurran: «¿Nos dejas?» Y «¿desde este momento no estaremos contigo por siempre jamás?» Y «¿desde este momento nunca más te será lícito esto y aquello?» (2).
Hay antecedentes de ese momento de su conversión; la lectura del libro perdido del Hortensio de Cicerón lo habían impulsado a buscar la sabiduría y a hacer una primera lectura de la Biblia. Ya había buscado en la escuela del maniqueísmo ese horizonte de la verdad que, desde luego, no encontró. Había pasado también por el escepticismo de los neoacadémicos. Se había acercado a los neoplatónicos, particularmente Plotino y Porfirio, y había descubierto la realidad de lo inmaterial y de lo espiritual (3).
A semejanza de san Antonio, fundador del monacato, toma la Biblia y lee la Carta a los Romanos (13, 13): “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos.” Añade el futuro sacerdote y obispo: “Como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas.” (4). El nuevo camino estaba claro para el corazón inquieto.
A partir de aquí quiero hacer una breve reseña de mi encuentro con el santo de Hipona. No necesariamente es cronológica, aunque el tiempo se remonta a mis años de estudiante de la carrera de Filosofía. Dos momentos fueron relevantes en esos años. Por un lado, un seminario sobre san Agustín, donde una revisión panorámica de las Confesiones y de la Ciudad de Dios fueron los ejes; por otro lado, en los dos cursos de Filosofía de la Historia, la relevancia del hiponense fue central en la noción de historia.
En efecto, la tesis de la Ciudad de Dios: «Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el olvido de sí, la celestial» (5), fue sustancial. Con ello ha comenzado la historia, que es la lucha entre ambas ciudades por el corazón humano. Por ello puede decirse también que la historia es la lucha entre el mal y el bien por el corazón y la mente del ser humano. Tal noción de la historia descubría para mí algo enteramente novedoso: que la historia, más allá de los grandes acontecimientos de la humanidad, es interior.
La vía de la historia universal y la vía de la interioridad están enlazadas en el pensamiento agustiniano de forma inseparable. La filosofía es, como había aprendido Agustín en el Hortensio y en los pensadores neoplatónicos, una búsqueda interior de la sabiduría. En el fondo es la búsqueda del hombre interior (homo interior). La filosofía, si algo tiene de utilidad, es para ubicarnos —encontrar nuestro «lugar»— en el concierto de la existencia. Bajo tal óptica, la filosofía nos abre al sentido de la vida.
Pero también nos ayuda a descubrir quiénes somos en el fondo. «No vayas fuera de ti», es una de las primeras premisas, ya que Agustín había buscado la verdad en las cosas materiales y exteriores. «Regresa a ti mismo», pues en tu interior se manifiesta la verdad. En esto Agustín es muy moderno: el alma es el sujeto de la verdad, de lo verdadero. Y si encuentras que tu ser es mortal: «Trasciéndete a ti mismo» (6). Aunque tal trascendencia, ir más allá de sí mismo, significa abrirse a la verdad trascendente.
La filosofía de la interioridad de san Agustín, sin embargo, no es enteramente espiritualista; es trascendentalista en el sentido de que va más allá de lo material y exterior. Hay una impronta de valoración del cuerpo y de lo carnal del ser humano, concretamente de la vida matrimonial y de la sexualidad. Éstos no son un antro del mal y no pueden ser prohibidos, como la virginidad no puede ser obligatoria, aunque sea más noble. En el vínculo matrimonial puede encontrarse la santidad conyugal (7).
El pensamiento agustiniano tiene, para los hombres y mujeres de hoy, una actualidad que nos hace «volver a nosotros mismos», a nuestro ser radical, a nuestra sustancia, a lo que estamos llamados a realizar. Y a descubrir en nosotros la belleza del ser, de la verdad, del bien, de nuestro origen y de nuestro último fin: Dios mismo, la Belleza siempre antigua y siempre nueva.
Notas
(1) Agustín (san), Obras completas II. Confesiones [VIII, 12, 29], Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 2002, pp. 339ss.
(2) Ib., VIII, 11, 26.
(3) Christoph Horn, Agustín de Hipona. Una introducción, Instituto de Estudios de la Sociedad, Santiago de Chile 2012, pp. 29-35.
(4) Agustín, op. cit., VIII, 12, 29.
(5) Agustín (san), Obras completas XVII. La Ciudad de Dios (2º) [XIV, 28], BAC, Madrid 1988, p. 137.
(6) Agustín (san), La verdadera religión, 39, 72.
(7) Michel Foucault, Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne, Siglo XXI, México 2019, pp. 302-303. Las obras citadas de san Agustín son: De bono coniugali y De sancta virginitate.
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Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).