En defensa de los Estilitas

  • Antonio Madrid
¡No es que vayamos a desaparecer, solo dejemos de escribir ya tantas sandeces por San Simeón!

Recién platicaba con un compañero columnista acerca de los cambios que ha habido en el periodismo tradicional, tan rápidos, que ni siquiera nos hemos dado cuenta cómo mudamos de la piel de papel a la cosa digital en un dos por tres. Y me decía de las canonjías que ha perdido el periodista. Antes ya otros compañeros y directores de áreas de Comunicación me habían dicho lo mismo, con la frase aquella de “es que piensan que todo sigue como antes…”.

Es cierto. La era digital vino a cambiar todo. Pero en esencia, todo sigue siendo lo mismo. El buen periodismo sigue permeando en el ánimo del lector. Después de todo lo que ocurrió es que se mudó de casa, pero jamás se fue a una tumba.

En ese sentido, –más allá de las canonjías- es alentador cuando encontramos a grandes pensadores hablar sobre el particular. Y particularmente sobre la columna periodística, que sorprende –en algunos casos desconocidos- cuando nos enteramos que grandes literatos la ejercieron de alguna forma: Jorge Ibarguengoitia, Pete Hamil, Jimmy Breslin, Rosario Castellanos, Clarice Inspector, José Alvarado, Wislawa Szymborska y Natalia Ginzburg.

Y de ahí recuperamos algunas frases geniales como: “Con o sin partitura hay columnas de Hamill que son un perfecto solo de saxofón en jazz o párrafos que suenan al leerse como pequeños arpegios de improvisadas notas o palabras que acompañan la respiración de un bohemio al dar el último trago a un vaso bajo que tuvo hielos en algún momento previo a convertirse en agua de whisky…”. Esto lo escribe el escritor Jorge F. Fernández.

O este otro texto sin par del genial Fernando Savater, consignado también en la más reciente edición de Letras Libres: “El columnista no tiene por qué conocer la actualidad mejor que cualquier otro lector de prensa: en realidad no es más que otro lector, pero con derecho a columna o sea a un rincón propio en el jardín de todos, Lo que caracteriza al nuevo estilita no es tanto lo que dice sino cómo lo dice: importa su voz, no la copla que canta. Lo mismo que en las óperas clásicas la letra suele ser cursi o melodramática pero los grandes tenores o sopranos saben decirla de tan alta manera que nos emociona, así el estilita que también es estilista, el estilita dueño de su oficio, puede encantarnos a pesar de que sostenga ideas disparatadas o completamente opuestas a las nuestras. El columnista que más nos hace disfrutar, incluso aunque no queramos, es el buen columnista del bando contrario. Y la argamasa de una columna como Dios manda es el humor. Quien carece de humor no puede ser estilita, ¿verdad, Simeón? Nuestro padre Voltaire, el más ilustre heredero de san Simeón, dosificaba como nadie el humor de sus columnas -que entonces no se llamaban así porque faltaban los periódicos para plantarlas-igual que luego hizo Gilbert Keith Chesterton, el mejor de los contemporáneos. O, entre los españoles, Julio Camba.

A diferencia de los más destacados titulares que nos cuentan la actualidad, nadie tiene urgencia en leer las columnas. si no producen placer, si no nos hacen siquiera sonreír, las abandonamos sin remordimientos. El humor es el cebo que pone el astuto estilita para atraer al lector, la liga que hace que se quede pegado a la rama como un pájaro descuidada.

¡Piadoso Simeón, no nos abandones ni nos regates tu inspiración! Enséñanos a escribir columnas que no traten de política, ni de ciencia, ni siquiera de cultura: que sean livianas, frágiles y parezcan hechas de finísimo oro, como las hojas que caen en otoño”. Hasta aquí la cita.

San Simeón, por cierto, mandó a construir una columna de tres metros de altura en donde viviría, coronada por una pequeña plataforma, fuera del alcance de la gente. Pero siguieron buscándolo para consultarlo, por lo que tuvo que elevarla a siete y después a diecisiete metros. Ahí vivió 37 años hasta su muerte en el año 459, consagrado a la penitencia y la oración. Fue Simeón, el Estilita (por stilos, “columna”, en griego). Es pues, el santo patrón de los columnistas.

San Simeón, que cambió de tres, a siete y luego a diecisiete metros su columna, sabe –of course- de cambios de formatos, como ahora del papel a digital. Por eso, no debe espantarnos el cambio. Los Estilitas –hoy por hoy- parecen gozar de cabal salud.

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Antonio Madrid

Comunicador y periodista. Reportero, corresponsal y columnista (La Pasarela) en diversos medios poblanos. Ha ejercido su labor reporteril en radio, televisión y prensa escrita en medios de Huauchinango y Xicotepec.