El ocaso del día

  • Alejandra Fonseca

“En el cenit del sol las plantas decaen. Por eso la cuadrilla de trabajadores que administran el bosque se aplica muy temprano y por las tardes, cuando la humedad es óptima y las plantas tienen vigor.

“Tenía 23 años. A esa edad, --dice--, no crees en nada y mucho menos en lo sobrenatural. Tampoco creía que podía encontrar trabajo en la ciudad, en el gobierno o en empresas, por lo que decidí dedicarme al bosque: reforestaciones, podas sanitarias y administración verde.

“Es chistoso como un comercial que ves de niño se te queda en la memoria, y al estar en el bosque recordaba la imagen del ‘Mundo Malboro”, aunque no fumo. Me ilusionaba trabajar como en tiempos de antaño: sin ninguna tecnología, sin radio, sin nada que me distrajera de los sonidos de la naturaleza ya sea de día o de noche. Tenía mi lista: cosas para el campamento, ya; trabajadores, 7, una cuadrilla, ya; animales de carga, mulas, ya; comestibles, ya: forraje, ya; equipo de trabajo, ya.

“En las noches era maravilloso ver el cielo y las luces de las pequeñas comunidades esparcidas alrededor de la base de la montaña donde se reunían las familias para sentirse protegidos y seguros. Yo me preguntaba, entonces, si la seguridad estaba abajo en las comunidades o arriba en la montaña donde ves todo. El despertador es el frío. Más tarde es el cantar de los pájaros y la inquietud de los animales que saben que van a ser nuevamente sometidos al estrés. También el olor de tabaco quemado de algunos de los trabajadores.

“Esa montaña tiene dos rostros; por un lado mucha humedad y vegetación exuberante de bosque. Del otro lado es seco con palmas, izotes, y algunas cactáceas. Me agrada su doble personalidad.

“Nosotros trabajábamos de lunes a sábado, cuando salíamos por la tarde a ver a la familias y a dejar dinero. Nos reencontrábamos el domingos por la tarde-noche para prepararnos a iniciar la jornada el lunes muy temprano.

“Un domingo por la tarde me tocó llegar primero para darles forraje a los animales. Pero se me hizo tarde. Me trasladé en mi camioneta por la carretera principal, de ahí al camino secundario. Después al camino de terracería y finalmente a la brecha.

“Dicen que los fantasmas se aparecen de noche y no es cierto, se aparecen cuando quieren. La camioneta iba ascendiendo por la falda de la montaña del lado seco. Y se veía con claridad la neblina del lado húmedo. Venía entretenido en el camino y a lo lejos vislumbré una luz que descendía del lado húmedo.  Lo extraño era que la luz se movía de a brinquitos de un lado a otro en zigzag, por lo que no podía pensar que fuera un faro. La luz descendía y yo ascendía. Al principio me agradó pensar que alguien viniera porque en los parajes solitarios la gente cambia, quiere platicar. Pensé en preguntarle por los trabajadores, si los había visto en el camino.

“Al estar a doscientos metros de distancia me di cuenta que algo no andaba bien. Confirmé que no era un faro sino una persona: un hombre viejo de 1.60 metros de estatura, vestido con calzón de manta, jorongo y sombrero. El hombre sostenía el báculo de donde colgaba el quinqué que lo alumbraba de manera extraordinaria por encima de su cabeza pero no se le veían las facciones, y brincaba de un extremo al otro de la brecha en saltos sorprendentes de 2.50 metros de largo por 2 metros de altura. Se acercaba muy rápido y seguía saltando en zigzag. Cuando lo tuve tan cerca, no sabía yo si acelerar, parar, o dejar la camioneta y echarme a correr. Dejó de saltar cuando lo tenía a 15 metros de distancia a mi derecha mirándome porque de haber saltado hubiera caído encima de la camioneta. Me dio miedo. Quedé paralizado y seguí manejando como autómata. No lo enfoqué y me pasé sin ver. Seguí en mi camino de terracería, sudando frío, con mucho cansancio como si hubiese corrido. Al mirar por el espejo retrovisor vi que al yo pasar siguió brincando y el último brinco lo dio hacia una barranca y desapareció.

“Ahí me di cuenta que no estoy preparado para vivir en un bosque. Amo y disfruto mucho a la naturaleza. Me gusta conocer lo natural pero el segundo paso, es decir conocer sus misterios y lo sobrenatural, no.

“De eso han pasado 12 años. Anduve ese camino dos meses más, en esa ocasión, buscando esa luz… Ahora cuando ando en otras brechas la sigo buscando y ya no la encuentro. No veo nada… Perdí mi oportunidad…”

alefonse@hotmail.com

     

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes