México y los Méxicos chiquitos

  • Ricardo Ruiz Rodríguez
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Cuando reflexiono sobre el actuar y el comportamiento general de los gobernantes y políticos de nuestro país, en lo obeso del estado y lo flaco del pueblo, en la corrupción y enriquecimiento que periodo a periodo vemos por parte de los políticos independientemente del partido que emanen, en la enfermedad del poder y en su búsqueda última por el simple hecho del poder y casi nunca por el afán de servicio a México, y por tantas y tantas cosas, me veo obligado irremediablemente a voltear y revivir a escala menor, pero con la misma esencia, todo el conjunto y serie de ineficacias, ineficiencias, ineptitudes y aspectos sin sentido con los que vivimos a diario en nuestros trabajos y entornos: nuestro México chiquito.

La ley de facto del esfuerzo mínimo se ha vuelto un común denominador entre muchas de las personas con las que convivimos. Seguro estoy que al leer esto, a la mente del lector vendrán nombres de personajes (al menos a mí me viene varios) que, lejos de distinguirse por una conducta ética, respetable, y con responsabilidad profesional digna de ser reconocida, su actitud y comportamiento son precisamente todo lo contrario; son personas que se conforman con ser, en el mejor de los casos, “profesionistas”, personas que ya “agarraron hueso” de cualquier tipo, y que sienten una estabilidad laboral más o menos sólida, por lo que su rendimiento consiste simple y sencillamente en sobrevivir, en hacer lo mínimo indispensable que les permita no perder su empleo (ya que la palabra trabajo queda sobrada en este contexto).

Éste tipo de personajes caricaturescos bien podrían representar a pequeña escala, al México que tanto despreciamos y criticamos, y que podemos encontrar en nuestro trabajo, con nuestros compañeros, con colegas y familiares, e incluso en nosotros mismos. Todos estos Méxicos chiquitos son los que, en su conjunto, constituyen células de podredumbre que afectan a la sociedad, y que en su conjunto o en su escala de nivel macro, representan el por qué del estado actual de nuestro país.

Desde ésta perspectiva, considero esencial que cada uno de nosotros realice una labor de auto análisis, y que en la medida de lo posible tratáramos de descartar, como filosofía de vida, la ley del esfuerzo mínimo, y todas aquellas actitudes relacionadas con ella, ya que esa perspectiva, lejos de ayudarnos, sólo hacen que nuestro país siga retrasado y hundido, pisoteado por sus gobernantes, y flagelado con el látigo de la corrupción que todos, en mayor o menor medida, hemos adoptamos con nuestra actitud.

Es de muchos conocida la frase que reza “Cada pueblo tiene el gobierno que merece”, y nada más acorde a nuestra realidad, ya que mientras sigamos siendo un país en el que los índices de analfabetismo permanezcan verdaderamente alarmantes, en el que el nivel de deserción de los estudiantes en sus diferentes niveles es preocupantemente elevado, en el que el abaratamiento de la educación es cada vez más frecuente y difundido por las instituciones patito, en el que los gobiernos invierten más en un mantenimiento ostentoso de los partidos políticos en vez de favorecer el fortalecimiento a la educación al grado de reducir, en cada oportunidad, ajuste o recorte, los presupuestos en educación e investigación, nunca saldremos del hoyo en el que nos encontramos. Se trata de un círculo vicioso que a la gente en el poder (gobernantes y empresarios) le conviene mantener.

Un planteamiento general de solución debe iniciar por la educación, pero una educación integral y de calidad y convicción, de conciencia y además dinámica, ya que en otro caso, seguiremos inmersos infinitamente en este círculo vicioso; me explico: ¿de qué sirve una educación profesional sin una cultura y conciencia seria respecto al ahorro y mejor aprovechamiento del agua por ejemplo?, cuando veo el desperdicio del vital líquido en gente que carece de estudios me molesta pero lo comprendo, pero cuando observo esta misma actitud en gente que se supone “preparada” y con “educación” y “cultura”, lo cual es bastante frecuente, me resulta repugnantemente indignante.

Paradójicamente al sentido de querer a México y hacer algo bueno por nuestro país está lo siguiente: no hace mucho que concluyó el mes patrio, mes en el que se supone todos debemos sentirnos orgullosos de ser mexicanos, cuando en la realidad, poco sabemos de nuestras verdaderas raíces. Para muchos el ser mexicano en ese mes es gritar, en cada oportunidad ¡Viva México cabrones!, el comprarse sombreros gigantescos donde se puede o no leer la misma expresión, el adquirir banderas, el vestir trajes típicos y comer antojitos, pero todos los demás meses (y hasta los mismos días del 15 y 16), hay que ser diferente, hay que ser corrupto, hay que trabajar lo menos posible, no tiene caso esforzarse, hay que fregar al prójimo, hay que hacer “negocitos” que nos dejen para lo que necesitemos, hay que quedar bien con el jefe a costa de lo que sea, hay que aprobar alumnos para tener mejores números qué reportar, hay que denigrar a nuestra raza, a los indígenas, hay que capitalizar su ignorancia y sangrarlos, regatearles lo más que se pueda, después de esas fechas, hay que guardar la bandera nacional para el siguiente año, o para un partido de la selección: eso sí es ser mexicano y querer a México.

Es cierto, y consciente estoy de ello,  que no sólo por señalar estos y otros aspectos funestos vaya a ocurrir algún cambio en las personas, nadie por sí solo puede cambiar al mundo, pero estoy convencido de que el único cambio posible que en conjunto pueda hacer algo, es iniciar por nosotros mismos, haciendo y poniendo nuestro mejor esfuerzo en lo que hagamos (o al menos tratar), y esto a su vez diseminarlo hacia nuestros hijos, nuestros estudiantes, y a las personas con las que convivimos, para ir haciendo así una cadena que eventualmente podría cambiar al mundo, pero para ello, habría que empezar por cambiarlo localmente.

Ricardo Ruiz Rodríguez

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Ricardo Ruiz Rodríguez

Ricardo Ruiz Rodríguez nació en la ciudad de Puebla, Pue., México. Actualmente y desde el año 2002, es profesor investigador adscrito al Instituto de Computación en la Universidad Tecnológica de la Mixteca (UTM), en Huajuapan de León, Oaxaca, México, y cuenta con más de quince años de experiencia como docente, y tiene en su haber un libro, y diferentes artículos y publicaciones.

Entre sus intereses actuales se encuentran los métodos de enseñanza de las ciencias de la computación, la música, y la música por computadora, pero se ha desarrollado académicamente en áreas como la Ingeniería de Software, la Interacción Humano-Computadora, y el Paradigma Orientado a Objetos.