Una forma de vida

  • Juan Martín López Calva
La educación para la buena vida humana implica la búsqueda de la felicidad y la lucha por la justici

Con mi solidaridad con el Mtro. Rodolfo Ruiz y todo el equipo de e-consulta

 

 

“Durante mucho tiempo hemos dado excesiva importancia al conocer…y nos hemos despreocupado de otras dimensiones básicas del ser humano, como la afectiva, la moral y la cívica, incluso de la espiritual o trascendental. Una de las finalidades de la educación: formar a personas, o el desarrollo integral de la persona y su capacidad para transformar la sociedad, se nos ha olvidado en este proceso. No sólo formar a personas que tengan recursos para adquirir conocimientos, sino que manifiesten también calidad en sus comportamientos… En efecto, todos sabemos que para ser íntegros y realizarse como personas no basta con tener muchos conocimientos, también hay que analizar actitudes y valores de nosotros mismos y de los demás, hay que elaborar conjuntamente las normas de convivencia para comprender el significado de las normas sociales, hay que “vivir” estos contenidos, generando espacios de reflexión, debate y acción, favoreciendo la comunicación, el intercambio de opiniones, la expresión de sentimientos, la aceptación de la diferencia, el respeto mutuo y la construcción de acuerdos.”

 

Rafaela García López Universidad de Valencia y Mª. Isabel Candela Pérez, Profesora de Secundaria. La educación para la vida: el reto de aprender a ser y a vivir juntos en la educación secundaria

 

Escribo estas líneas con el cansancio, pero también con la satisfacción de haber vivido, lo más que pude -y esta vez eso implicó un número inusual de participaciones directas- la experiencia de encuentro entre colegas que implica cada dos años el Congreso Nacional de Investigación Educativa (#XVICNIE) organizado como cada dos años por el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (#COMIE).

En esta ocasión, la emoción, la intensidad, el enriquecimiento y el desgaste progresivo de una semana entera de exponer y exponerme, de escuchar a otros hacer lo propio y de aprender de las propuestas y preocupaciones educativas de los investigadores consolidados, de otros investigadores con un recorrido similar al mío y de jóvenes investigadores ya en ejercicio o aún en formación, fue diferente.

En primer lugar, porque por primera vez, después de muchos años de conversar en los pasillos del congreso con pares de diversas instituciones públicas y privadas de Puebla sobre lo importante que sería que se realizara en Puebla, esta aspiración se pudo concretar y aunque virtualmente, fuimos anfitriones de los investigadores educativos de todo el país.

Por otro lado, la experiencia fue distinta precisamente porque las condiciones del contexto de pandemia aún no superadas en nuestro país y en el mundo, llevaron a la decisión de que prácticamente todas -salvo pequeñas excepciones- las actividades del congreso nacional se vivieran de manera virtual síncrona, a través de una plataforma electrónica, condición que marcó estos encuentros imprimiéndoles un tono distinto -no mejor, no peor, sino distinto- y haciendo imposibles los encuentros informales y las conversaciones cara a cara que se producen en los momentos de transición entre una actividad y otra en todos los congresos y que por más que se critiquen, son espacios sumamente enriquecedores en los que se aprende igual o aún más que en las conferencias, mesas de ponencias, talleres o conversaciones educativas que conforman el programa oficial.

Creo que a pesar de las fallas o limitaciones que esta condición de virtualidad impuso al congreso, la riqueza académica y la satisfacción de haber sido anfitriones se lograron vivir y al menos desde mi experiencia personal, dejaron aprendizajes importantes que habrá que analizar con la objetividad que impondrá el tiempo, pero que serán atesoradas por quienes tuvimos la oportunidad de estar y compartir.

Aunque por realizarse en Puebla y por ser en línea no pude tomar la distancia de mi trabajo cotidiano como lo he podido hacer en las ediciones anteriores en que he participado desde finales de los noventa. Mi participación tuvo una intensidad distinta pero especial y tuve la oportunidad de comentar trabajos en una mesa del VI Encuentro Nacional de Estudiantes de Posgrado en Educación (#ENEPE), escuchar un par de conferencias magistrales, presentar tres ponencias en mesas distintas, presentar a través de compañeras de equipo nuestros avances en la elaboración de dos capítulos de los Estados del Conocimiento, además de participar como ponente en una conversación educativa organizada por Mejoredu y en una entrevista en medios de comunicación estatales en ambos casos invitado por el COMIE.

De todas estas participaciones me quedan muchas impresiones, ideas, preguntas y líneas de búsqueda diversas que darán material para trabajar en nuevos proyectos o reorientar y mejorar los que tengo en marcha, en la medida de lo que el tiempo limitado por mi encargo actual en la universidad me va permitiendo.

Sin embargo, en un primer balance de las distintas preocupaciones de los investigadores que logré captar en mi trayecto durante el congreso, me queda la impresión de que una línea o hilo conductor central en la mirada actual de muchos investigadores educativos puede sintetizarse en la búsqueda de condiciones de transformación de las prácticas educativas, las estructuras institucionales, curriculares y sistémicas y las culturas educativas para lograr el cambio paradigmático impostergable hacia una educación para la vida.

En efecto, de aquéllos multimencionados y ya casi míticos cuatro pilares de la educación señalados por la Comisión Delors de la UNESCO para la educación en el cambio de siglo y milenio, destaca la preocupación por el descuido de los relativos a aprender a ser y aprender a convivir, que expresa el epígrafe que tomo de un artículo publicado en 2010 por la reconocida investigadora de la Universidad de Valencia, Rafaela García López (1958-2015) -a quien tuve la oportunidad de conocer personalmente en un simposio sobre Educación y valores realizado en la Universidad de Murcia en 2008- en coautoría con la profesora de secundaria María Isabel Candela Pérez.

Por lo que pude apreciar en este congreso, desafortunadamente sigue siendo vigente la afirmación de que se ha dado excesiva importancia al conocer -ni siquiera al conocer a cabalidad sino en la mayoría de los casos a repetir y memorizar información- y añadiría yo que últimamente también al aprender a hacer -por la hegemonía de la visión utilitarista que demanda la capacitación para el mercado-, descuidándose otras dimensiones esenciales del ser humano como son la afectiva, la moral, la cívica e incluso la espiritual.

El desarrollo integral de la persona sigue siendo solamente parte del discurso educativo pero no ha permeado las rígidas estructuras de la educación tradicionalista, hoy mezclada con la visión tecnocrática que exigen procesos de escolarización -más que de educación completa- orientados hacia la transmisión superficial y mecánica de un cada vez mayor acervo de contenidos que ni siquiera se priorizan sino que son sumados y yuxtapuestos sin una articulación clara en asignaturas aisladas que tienen cada una, su propia lógica.

Tal vez ha sido la pandemia y la visibilización mayor de las profundas crisis ecológica, humana, económica y social que vive el mundo, pero en los espacios en los que tuve la oportunidad de participar y en los diálogos con colegas que estuvieron en otras mesas, apareció esta preocupación central de educar personas íntegras y capaces de realizarse y no solamente mentes llenas de conocimientos desordenados y poco significativos o habilidades prácticas que aumenten sus posibilidades de conseguir empleo.

Analizar los valores conforme a los cuales podemos vivir y convivir de forma pacífica y democrática, construir desde ellos las normas de convivencia escolar y social indispensables y vivir estos contenidos a través de la generación de espacios de reflexión, debate y acción siguen siendo prioridades pendientes en una educación que sigue siendo en gran medida bancaria, para usar el concepto de Freire.

Sin embargo, comentaba una muy reconocida investigadora de prestigio nacional e internacional en el campo, en alguna mesa que participó sobre formación del profesorado, no hubo una sola mención a la palabra ética y a la necesidad de educar a los futuros profesionales de la educación en esta dimensión fundamental para aprender a ser humanos y a convivir humanamente. El tema de una educación para la buena vida humana que implica la búsqueda de la felicidad y la lucha simultánea por la justicia, sigue siendo un pendiente, presente ya en muchas investigaciones, pero ausente también en muchas otras.

Ojalá sigamos impulsando estos dos grandes pilares que equilibren la estructura de la educación, hoy desbalanceada hacia el lado del conocer y el hacer. Ojalá estos encuentros y las investigaciones y teorizaciones de los grandes maestros en esta profesión de la esperanza nos lleven a educar personas que tengan la convicción de que “vivir es una forma de vida” como dice la clásica canción de Los Rodríguez (1).

 

 

[1] https://www.letras.com/los-rodriguez/204468/

 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).