MORENA en construcción/destrucción electoral

  • Juan Luis Hernández Avendaño
Lo que sostiene al partido es la aprobación contra viento y marea que mantiene el presidente

¿Qué explica que un partido político gane las elecciones?, ¿qué lo hace competitivo electoralmente hablando? En México las variables y razones que responden a esta pregunta van desde la capacidad de recursos económicos, materiales y humanos existentes, pasando por la legitimidad o desgaste de la marca/partido, la narrativa de comunicación política que use el partido para interpretar la realidad y con ello movilizar el voto, el que el partido sea partido en el gobierno o partido en la oposición, el que el partido vaya sólo o en alianza, el perfil de los candidatos, el conflicto o consenso interno en la selección de candidatos, el control o influencia que tenga el partido en otros actores electorales como las instituciones arbitrales, los gobiernos locales, e incluso, las relaciones con grupos fácticos proveedores de recursos ilegales difíciles de probar o seguir.

Desde hace varios años asistimos a la debacle de partidos tradicionales y la emergencia exitosa de partidos nuevos. El proceso electoral chileno del domingo pasado lo refrenda una vez más como ha ocurrido en las elecciones en América Latina el último año. Morena sin constituirse aún en partido político institucionalizado, arrasó en las elecciones presidenciales de 2018 dejando a los partidos tradicionales en una debacle electoral nunca antes vista. Morena se alzaba como partido hegemónico gobernante respondiendo al carisma de López Obrador dependiendo enteramente de él y su ejercicio gubernamental.

Tres años después se presenta un doble proceso complejo: por un lado Morena vive su propia tragedia como partido político, es decir, aún como fuerza política en construcción, pero cuyo camino electoral ha sido consistentemente de destrucción, y por otro, sigue dependiendo de la aprobación/desaprobación presidencial que le ata irremediablemente. ¿Qué variable incidirá más el próximo 6 de junio?, ¿el caos partidario de Morena que ha hecho todo lo contraindicado para sostener una marca y su prestigio, o la aprobación de López Obrador que aún se mantiene superior al 60%?

No deja de sorprender lo que hemos visto en estos meses con respecto a la gestión morenista. Las candidaturas a la gubernatura de Guerrero y Michoacán anuladas por cuestiones administrativas, la candidata a la gubernatura de Nuevo León que niega y luego confirma haberse reunido con el líder de una secta que reclutaba esclavas sexuales para las élites políticas y económicas, el candidato a la alcaldía de Monterrey que abandona la campaña por falta de recursos, el senador de Morena por San Luis Potosí que renuncia al partido denunciando que se entregaron las candidaturas en el estado al Partido Verde con perfiles relacionados con la delincuencia organizada, el diputado federal poblano Saúl Huerta que hacía campaña para reelegirse -ahora prófugo-, acusado de abuso de menores; la alcaldesa de Nochixtlán, Oaxaca, señalada por haber desaparecido a una luchadora social; el ex coordinador del congreso del Estado de Puebla impugnando en instancias federales la candidatura de su compañera de partido para la alcandía de la capital poblana; la catástrofe de la Línea 12 del Metro en la que están implicados con grados de responsabilidad importantes tanto Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, y Mario Delgado, el presidente nacional del partido. 

Sólo algunos de muchos incidentes y acontecimientos que han poblado el proceso electoral en los que candidatos y candidatas de Morena se han visto implicados y que muestran a un partido nuevo con viejas prácticas, que los mexicanos reprobaron en las urnas en 2018. Un partido que aparecía como alternativa a los viejos vicios partidarios y que no sólo está repitiendo sino incluso empeorando. Un partido que está siendo la síntesis de lo nuevo que aún no termina por nacer y lo viejo que aún no termina de morir. Un partido que en su seno alberga a varios partidos, sectas, tribus, corrientes y tradiciones que protagonizan guerras civiles y guerra de guerrillas. Un partido con gestión burocrática que declara la muerte de la principal impugnadora de la candidatura del senador Salgado en Guerrero y que a continuación tiene que disculparse por haber redactado un acta con “copy paste”. 

¿Cómo puede ganar un partido político las elecciones con la marca abollada en tan poco tiempo?, ¿cómo puede ser competitivo negando muy rápido, en los hechos, el partido que decía ser “la esperanza de México”?

Hace unos cuantos días, el diario El País reflejaba estos desaciertos morenistas en el conglomerado de encuestas presentando al partido gobernante con una intención de voto bajando significativamente. Traducido en escaños federales para la Cámara de Diputados, el diario estimaba que si en 2018 el partido de López Obrador había conseguido por sí solo 256 asientos, es decir, la mayoría absoluta, en esta ocasión alcanzaría sólo 230, lejos de esa mayoría que hace posible la legislación secundaria, necesitando más que nunca a sus aliados del Partido Verde (mercenario al mejor postor) y el Partido del Trabajo (otro tanto).

El promedio de encuestas presenta aún a Morena como partido mayoritario, pero ya no como hegemónico. Demuestra que el día de campo que algunos auguraban para el partido de López Obrador está siendo un tránsito pesado, competido y con pérdidas importantes, resultado de una gestión desastrosa a nivel nacional y de una selección de candidatos poco cuidada a lo largo y ancho del país. Parece que hasta ahora lo único que sostiene la mayoría simple del partido es la aprobación contra viento y marea que sostiene el Presidente, y que el diario El País contempla en poco más del 60%. 

Pero quizás la pregunta más importante es: ¿por qué la alianza opositora de los partidos del viejo régimen, hoy aliados, no están liderando las encuestas, capitalizando los errores graves de Morena y lo que advierten como una dictadura en gestión de López Obrador? El análisis de este punto se hará en la siguiente entrega.

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Juan Luis Hernández Avendaño

Politólogo, director general del Medio Universitario de la Universidad Iberoamericana Puebla y profesor-investigador de Ciencias Políticas por la misma institución.