La privadofobia en la 4T

  • Juan Luis Hernández Avendaño
Deberíamos caminar en la construcción de un “estado de bienestar”

Juan Luis Hernández*

 

A lo largo de la lucha social y política de López Obrador se fue incubando una relación de antipatía y aversión entre el tabasqueño y el sector privado de México, particularmente desde la coyuntura del desafuero que intentó en su momento Vicente Fox. En los últimos tres lustros, López Obrador y un grupo importante de empresarios con poder, se situaron en el campo simbólico de la relación amigo/enemigo, deseándose el mal mutuamente.

La era neoliberal empoderó al sector privado, el estado se convirtió en un gerente de las grandes fortunas y de las principales inversiones trasnacionales, haciendo de México un país más desigual, con brechas salariales de las más abismales en el mundo, con una relación fructífera entre el poder político y el poder económico. Los gobiernos del PAN y el PRI siempre fueron cómodos para hacer negocios, sobre todo si esos negocios se podían hacer al amparo de leyes favorables, sin pagar impuestos, con cadenas de corrupción cada vez más sofisticadas y favoreciendo una cultura y un habitus para mercantilizar todas las dimensiones de la vida.

Se ha dicho hasta el cansancio que este modelo kakistocrático fue el que abrió el camino a la victoria rotunda y aplastante de Morena y López Obrador en 2018, a pesar de las dudas que había en torno a lo que pondría suponer su presidencia. El sector privado con más poder político, económico y social se empeñó denodadamente en que López Obrador no ganara las elecciones, fuera en 2006, 2012 o 2018, hicieron lo legal y lo ilegal para denostarlo, para construirle campañas sucias, para burlarse de su habla, de sus orígenes periféricos, para referirse a él como “López” acentuando su pertenencia al “vulgo”. Este sector tenía en la bolsa al bipartidismo oligárquico, acostumbrados a ser los titiriteros del país, estoy seguro que nunca imaginaron que su poder sería retado por una rebelión de electores que por millones inclinaron la balanza hacia “López”.

Aún me sigue pareciendo ilustrativa la pregunta que me hizo una persona perteneciente a la élite económica de este país: “profesor, por qué mi voto vale lo mismo que el de mi muchacha”, cuestionamiento que emergió desde las profundidades de su ser y de la evidencia de que por primera vez se veía en desventaja frente a una “plebe” que le impuso un presidente que odia.

Como ha sido en la historia de los fanatismos, experimentamos el efecto péndulo. De la absolutización del mercado a la privadofobia de la presidencia. López Obrador se sabe despreciado por buena parte de las clases medias y altas y no oculta a su vez su desprecio por todo aquello que suponga la dimensión de lo privado, lo que se privatizó, los que ganaron con la absolutización de la mercantilización, los que ganaron con la corrupción institucionalizada.

En ese fanatismo de ambos polos, unos y otros no ven medias tintas, todo el polo opuesto es el mal, y como mal, están convencidos que hay que eliminarlo de raíz. Así se puede explicar la recién aprobada reforma a la industria eléctrica, que en principio podría haberse dirigido a una genuina regulación del mercado eléctrico bajo el interés público y orientado a caminar hacia la generación de energías limpias en el marco de los Acuerdos de París. En lugar de ello, la privadofobia nos entrega un modelo de generación eléctrica basada en los combustibles fósiles, haciendo de nuestro país uno más de los actores negacionistas del cambio climático, confirmando una vocación contaminante y negando los esfuerzos de sectores sociales importantes del país que ya transitan hacia caminos de sustentabilidad.

En el marco de la privadofobia ya se ha anunciado que los académicos adscritos a universidades privadas que están en el Sistema Nacional de Investigadores ya no recibirán el estímulo económico según su nivel y aporte a las ciencias en México. En esta línea se cuestionan y se cancelan determinadas inversiones y en este rubro el gobierno parece querer hacer un borrón y cuenta nueva en el uso de recursos públicos.

Los fanatismos de uno y otro lado no permiten ver el lado luminoso de cada quien. En México no todo el sector privado es corrupto ni se benefició de la era neoliberal. México sigue sostenido por la pequeña y la mediana empresa, cada vez más surgen jóvenes emprendedores con culturas empresariales distintas a las que se construyeron al amparo de la política, observamos que el país está lleno de talentos que desarrollan patentes, inventos, innovaciones que están dirigidas a resolver muchos de los problemas que nos agobian, sólo requieren el apoyo de un estado comprometido con el bienestar integral de su sociedad.

Deberíamos caminar en la construcción de un “estado de bienestar” en donde el mercado tiene un papel importante en la construcción de riqueza y el estado tiene un papel relevante en la regulación y distribución de dicha riqueza. Los países más equitativos del mundo, son al mismo tiempo los países con menos violencia y corrupción. Existen, son los países escandinavos y sostienen un equilibrio entre el mercado y el estado, siendo éste último el garante del interés público.

Estamos acostumbrados a vivir los polos, o capitalismo a ultranza o estatismo radical. Ninguna de esas experiencias nos ha servido para ser un país justo. En medio de esos polos habrá que construir las alternativas de puentes y entendimientos que favorezcan lo mejor de nuestro país, alejando saludablemente los odios de unos y otros que sólo pavimentan la radicalización de las violencias.

  • Politólogo, Director General del Medio Universitario de la Ibero Puebla.

 

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Juan Luis Hernández Avendaño

Politólogo, director general del Medio Universitario de la Universidad Iberoamericana Puebla y profesor-investigador de Ciencias Políticas por la misma institución.