El cuidado de los cercanos y de los lejanos en la escuela: foco de atención para la construcción del tejido social

  • Teresa Brito Miranda
El debate se puso interesante cuando un especialista en el suicidio planteó que nadie puede...

El pasado 5 de febrero en la Ibero Puebla tuvimos una conversación educativa sobre el suceso acontecido en un colegio particular de la ciudad de Torreón en donde un alumno de 11 años mató a su maestra, hirió a varios compañeros y después se suicidó. Yo centré mi participación desde un enfoque de la convivencia escolar, en el que planteaba la responsabilidad que adquiere la escuela de construir un tejido social basado en la confianza y la inclusión como fundamento de una educación para la paz y la justicia.

El debate se puso interesante cuando un especialista en el suicidio planteó que nadie puede ser responsable de una decisión tan personal como la de quitarse la vida, recae solo en el propio sujeto. Desde el paradigma del Cuidado planteado por Leonardo Boff, que yo asumo, el suceso no lo veo de esta manera. Todos somos responsables de nosotros mismos, pero también de los otros, de los cercanos, de los lejanos y de los extraños, incluyendo el cuidado del planeta.

En la escuela compartimos un espacio y un tiempo en el que todos los que convivimos construimos las dinámicas del aula y de la escuela en global. Tanto los estudiantes como sus maestros, los directores y el personal de apoyo, todos construimos las dinámicas que llevan a conformar el tejido social. En este sentido todos somos corresponsables de lo que sucede en ella en el día a día. Tenemos que preguntarnos si alguna vez esto nos ha preocupado. Esta reflexión no busca culpar a nadie en particular por los sucesos como el que al inicio comentamos, sino más bien desentrañar algunas de las dimensiones presentes para trabajar por una convivencia que construya a todos.

En este tipo de eventos se hacen visibles situaciones que puede que no se hayan atendido porque se han naturalizado. Es necesario analizar el suceso a partir de señales de la vida cotidiana del aula y de nuestra escuela que nos muestran necesidades particulares y las de los distintos grupos de la comunidad educativa. En la convivencia diaria también podemos ver señales en el trato que nos damos, en el lenguaje que utilizamos, la manera de aplicar las normas, en la forma de organizar los aprendizajes… Tener un mapa de estas señales desde el cuidado por el otro, puede ayudarnos a establecer distintas estrategias que nos lleven a fortalecer el tejido social de la escuela como un espacio de contención para los niños y jóvenes más que un espacio que reproduzca la violencia.

Sabemos que la escuela no es un espacio ajeno a lo que sucede en su entorno. Podemos ver la violencia externa en los contextos de los niños y de la escuela. Las condiciones de vida en general, en muchos casos de pobreza, de inseguridad e impunidad, las condiciones laborales de los padres, entre otras, han propiciado procesos de  “Fractura social que lleva a la desvinculación social y existencial; son situaciones que están generando experiencias de desconexión comunitarias caracterizadas por la pérdida del sentido de vida, desvinculación con el entorno  y pérdida de memoria resiliente, lo cual conduce al aislamiento y/o a la agresividad” (tomado de Jesuitas por la paz, Un camino para la paz, p.23).

Hay otras dimensiones como la personal que muestra las características específicas y las necesidades de los niños y adolescentes. En ellas se observa de manera importante la soledad y la frustración. Esto es un llamado sobre la falta de cuidado de los otros cercanos, nuestros alumnos, en el caso de los profesores y de los lejanos, los niños y jóvenes que asisten a las escuelas, que tenemos que cuidar como ciudadanos, aunque no sean nuestros hijos.

Por otro lado, está la crisis de las instituciones sociales que antes eran considerados como los pilares de la sociedad: la familia, la escuela y la iglesia.

Podemos observar que muchas de las tareas que antes se llevaban a cabo de manera casi silenciosa dentro de las familias, ahora se revelan como problemas cotidianos, como el cuidado de infantes, enfermos y adultos mayores; que ahora no pueden ser atendidos por las condiciones laborales y su consecuente cambio en la vida familiar. En la escuela no se ha asumido la inclusión de nuevas configuraciones familiares reconociendo su diversidad; otra situación involucrada es la condición de padres y madres adolescentes, que no tuvieron la oportunidad de formarse y son ahora los “responsables” de niños, niñas y adolescentes. Esta gama de problemas ha cambiado la convivencia en las escuelas, aunque no se han asumido desde su complejidad en la vida cotidiana. La escuela culpa a las familias y éstas a la escuela. Está la tentación de dejar caer en los hombros de los profesores todo el peso.

Desde el punto de vista pedagógico la escuela no ha podido acompañar a sus estudiantes al tener modelos educativos masivos que se preocupan por el cumplimiento de programas más que de atender las diferencias de ritmos y condiciones de sus estudiantes, así como de sus necesidades y de la convivencia que en ella se genera. Lo cierto es que el problema es complejo y tanto la escuela como la familia están implicados.

Opinion para Interiores: