De nuevo, el fin del orden mundial

  • Arturo Romero Contreras
La ciencia no tiene el monopolio del saber

El 20 de enero de 2017 es la fecha que simbólicamente marca del final del orden mundial nacido de la posguerra. Hobsbawm llamo “corto” al siglo XX, en tanto que se habría extendido desde 1914 hasta 1991, comprendiendo desde el inicio de la primera guerra mundial, hasta la caída del Muro de Berlín. Esta periodización está marcada por las dos guerras y su continuación en la Guerra Fría. Fukuyama lanzó su famosa tesis del fin de la historia también a partir de la caída del Muro. La pregunta pertinente era entonces: ¿cómo llamar a esa época posterior a la caída de la Unión Soviética? Pero la caída del comunismo debía leerse como un triunfo de la Guerra Fría, cuyo modelo había sido fraguado en los años inmediatos de la posguerra. Una respuesta llega de Hardt y Negri en el año 2000 con la publicación de Imperio. El libro intenta explicar el orden mundial iniciado en el occidente de posguerra y que desemboca en el neoliberalismo. El estado de bienestar y el neoliberalismo dejan ver su continuidad, de modo que resulta evidente que el segundo era un ajuste necesario del primero. El núcleo del libro consiste en describir este orden mundial como distribuido en diferentes tableros: uno sociopolítico, otro económico y otro militar. E.E.U.U. equivale, desde el punto de vista militar, a un poder imperial, el cual se apoya en las potencias mundiales reunidas en la OTAN y en el G7. Pero este orden está comandado por el aseguramiento de políticas económicas de carácter global, avanzadas por la OMC y el FMI, lo que hizo posible una oligarquía mundial, a la que pertenecen las grandes transnacionales. Desde el punto de vista sociopolítico, la democracia liberal sería lo más próximo a una democracia, apoyada en la circulación de información de manera masiva, incluyendo no solamente noticias, sino toda la industria cultural y las organizaciones de la sociedad civil, particularmente, las ONG. El entrelazo de estos tableros, si bien complejo, podía rastrearse a unos cuantos consensos: libre comercio en grandes regiones, pero en las cuales siempre podría intervenir el Estado, privatización de los servicios sociales del Estado, concepción matematizada de la economía, concernida por la inflación, el crecimiento económico, el desempleo/ocupación, endeudamiento, etc.; democracia liberal representativa comandada por partidos establecidos (luego llamada partidocracia), llevada delante de las cámaras; confianza en la ciencia para abordar (al menos mediáticamente) los problemas mundiales de salud y el calentamiento global; una agenda liberal centrada en derechos de minorías y participación política en todo tipo de asuntos ciudadanos.

El 2017 no hace sino presentarnos el final de ese orden reconocido hace 17 años por Hardt y Negri. Escandalizan de Trump su machismo, su xenofobia, su rampante ignorancia, su estilo agresivo, su desinterés por la paz mundial, su impulsividad y estupidez. Pero estas son las cualidades precisamente que fueron llevadas al poder en la elección de 2016 y que son mantenidas no solamente por el partido republicano. El juicio político no sacará a Trump del poder, no alcanzan los votos en el senado estadounidense. Pero sí muestra la fuerza real que posee todo lo que Trump representa. El abierto machismo de Trump o su racismo son impensables en un contexto liberal, y es es precisamente éste el que va perdiendo terreno. Los comentarios y la conducta de Trump legitiman discursos que antes debían esconderse o confesarse solamente entre amigos. El desconocimiento ligero del calentamiento global y de la ciencia en general abre la puerta a todo tipo de comentarios infundados. El asesinato del general iraní Soleimani comenzado el 2020 viola todas las formas y maneras que guardaba E.E.U.U., incluido el recubrimiento ideológico tradicional en las participaciones bélicas. La ignorancia y estupidez de Trump al frente del gobierno se explican porque no es un personaje que pertenezca a la clase política de ninguna clase. La decepción de la democracia liberal y de los partidos acostumbrados convocó a un “outsider”, que precisamente por ello no tenía idea sobre política, historia o la guerra. Pero eso no importa. Precisamente eso es lo importante. Hoy no importa: los códigos usuales se encuentran desvencijados. Los erráticos y sobre todo contradictorios mensajes de Trump (consigo mismo y con su gabinete) solamente prueban el estado de indecisión y duda que los conduce. No es que duden de sus valores, sino de cómo operar a escala nacional e internacional con ellos.

En el terreno de las organizaciones civiles, es visible su desconcierto, pues el statu quo de lo políticamente correcto se ha roto también. Los casos de acoso sexual por parte de Trump no ejercido ninguna meya en su personalidad. Al contrario, su estilo bravucón y políticamente incorrecto constituyeron su mayor appeal en el momento de la elección. No debe sorprendernos esto: durante décadas se ido implantando la idea a nivel mundial de que las instituciones nacidas de la posguerra no funcionan más: las universidades, los partidos, los sindicatos… Durante décadas cierta izquierda alimentó la convicción de que la única oportunidad que teníamos como sociedad consistiría en algo venido de fuera. Se puede argumentar que Trump no viene en absoluto de fuera, que pertenece al statu quo, pero eso sería impreciso. El neoliberalismo no inventó un mercado libre, sino un mercado sin límites que poco a poco se volvió político. Trump es un peón del mercado coronado como reina política, para usar una metáfora del ajedrez. Ya no se trata solamente de que el mercado haga lobby político a su favor, sino de su llegada (retorno) al poder directo. Esto nos habla del modo en que operan los grandes magnates y sus compañías y disipa la idea de un mercado autorregulado, justo, transparente y movido por las necesidades de la sociedad.

Finalmente, el desconocimiento del cambio climático rompe el consenso internacional basado en la legitimidad de la ciencia. Esto no se traducía en una política realista contra el cambio climático, lo sabemos, pero al menos la ciencia cumplía su papel de legitimación. A partir de Trump se puede decir cualquier cosa, sin que haya siquiera que filtrarlo por algún protocolo científico, por mañoso que fuera (como lo hacen las grandes farmacéuticas). Las universidades pierden, necesariamente, parte de su poder ideológico.

El fenómeno Trump no hace sino afianzar una tendencia que tiene ya varios años creciendo en todo el mundo. Los rasgos fundamentales son: una crítica a la globalización, tendencias nacionalistas, el ascenso y nueva legitimación de la derecha política, recrudecimiento de movimientos identitarios. Muy esquemáticamente puede hablarse de una contraglobalización, reafirmando valores locales y prácticas económicas abiertamente proteccionistas. Las figuras más depreciables no son ya de índole política, sino principalmente extranjeros pobres, como migrantes indocumentados y otros debidos a conflictos bélicos. Las puertas se cierran, las identidades se encienden, el nacionalismo pisotea el espíritu internacionalista-cosmopolita que pudo abrirse algo de paso desde la ilustración, hasta la época de posguerra. Pero todo apunta en contra de esto. E.E.U.U. se desgarra de sus alianzas históricas con Europa, haciendo de la OTAN un organismo sin dirección. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, junto con nuevos y viejos separatismos se mueve precisamente en la dirección de una nueva singularización de las personas respecto a sus grupos (sociales, políticos, religiosos) de pertenencia. Putin ha defendido la idea de que el mundo solamente puede ser estable cuando existen potencias que se pueden aniquilar entre sí y a toda la humanidad. Solamente el peligro de muerte absoluta, de extinción, logra que las potencias no se invadan para llevar a cabo una guerra mundial, de modo que solamente se libran guerras “proxy”. Pero esta aseveración, que parecería venir de la guerra fría, proviene en realidad de un llamado a un nuevo orden mundial basado no en la política, ni en la economía, sino en la posibilidad de destrucción. El siglo XX surgió en buena medida de la convicción de que las Guerras Mundiales se habían desatado por problemas económicos, cuya resolución se había dejado en manos de los Estados, quienes, en un mundo ya interconectado, no habrían sabido comprender su tiempo. La liberalización de la economía habría sido la medicina anti-estatal en favor de la sociedad. Pero resulta evidente no que el Estado neoliberal necesite de la guerra planeada por razones económicas, sino que la economía termina desbordando al Estado y a su propio sistema de reglas. 

El consenso de posguerra ha acabado. La agenda liberal ya no tiene ventaja absoluta sobre chovinismos y nacionalismos. La ciencia no tiene el monopolio del saber. Las alianzas políticas y económicas se reconfiguran a nivel mundial para reconfigurar eso que llamamos globalización. Quizá lo que debamos comprender es lo siguiente. La política contemporánea se enmarca de un doble fracaso: no solamente el del comunismo, sino también el capitalismo liberal-democrático. El ascenso de las derechas en todo el mundo se nutre de nuevas demandas con intereses locales (o mejor, localistas) y reivindicaciones identitarias que podemos apreciar en nacionalismos, chovinismos, xenofobias y agresiones de todo tipo. No debemos, sin embargo, creer que aquí la salida consistiría en una supuesta apertura al “otro”. Este fue el discurso de capitalismo liberal-democrático: en contra del comunismo y su comunidad forzada, una ciudadanía nómada y multicultural; contra el fascismo, el fortalecimiento del mercado sin intervención estatal (que por principio no puede ser totalizado y se vuelve una instancia en perpetuo devenir); contra los nacionalismos de las guerras mundiales, globalización y cosmopolitismo. Pero es el modelo que hacía ondear estas banderas la que hoy comienza su fin. Durante medio siglo criticamos la falsa democracia, el falso libre mercado, la falsa libertad de prensa. Lo que sigue ya no será democracia, ni libre mercado, ni libertad de prensa, sino los más alejado a ellos. Eso significa el divorcio de los matrimonios felices, como: capitalismo y democracia. Habrá capitalismos fascistas, ecologistas xenófobos, tradicionalistas pro-guerra … pero quizá también pueda haber cosas como comunismos democráticos.

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.