La escena del crimen cultural

  • Patricio Eufracio Solano
Si eres ignorante de la oscura trama política, les avalas todo lo que te presentan.

La primera acción efectiva de un gobierno entrante (como es el caso de Luis Miguel Barbosa) es hacerse del control real de la administración pública; pero, dicho control, exige un paso previo, necesarísimo: conocer la realidad a la que ha de enfrentarse; y, esta, como todas las realidades políticas verdaderas de nuestro país, puede esconder “cadáveres en los armarios” de los que nadie les ha avisado aún.

El periodo de transición interadministrativo tiene como objeto primordial descubrir las pistas –falsas y verdaderas-, que se encuentran presentes en los “escenarios” del gobierno anterior. Descubrirlas y asentarlas en actas no es tarea para improvisados y, menos aún, para “incipientes expertos” en cada área de la administración estatal. De tal suerte, la ya inminente conformación del equipo de transición dará la pauta para saber en cuáles de dichas áreas saldrán a la luz los “esqueletos ocultos” y en cuáles otras continuarán, per secula seculorum, escondidos en los armarios, por falta de expertise y sólidos conocimientos del sector gubernamental, de parte de los elegidos.

Como buen adorador de Poe y Christie –entre otros-, me “chiflan” las tramas literarias de inteligente composición y sutil intriga. Confieso que en la materia, las de Agatha Christie me producen rebumbio neuronal, puesto que, al suceder en sitios confinados, imposibles de abandonar por los probables asesinos, te impele a que analices a cada uno de los intrigantes y, con ello, enriquezcas la trama con tus propios pensamientos oscuros y delirantes. De esta manera, la Christie te obliga a ser víctima, detective y asesino al mismo tiempo, y, por ello, pierdes para siempre -¡a Dios gracias!-, la inocencia literaria.

Pues bien, algo similar sucede cuando participas en un equipo de transición gubernamental; si eres crédulo, los del bando saliente te endilgan todos sus muertos; si eres ignorante de la oscura trama política, les avalas, sin chistar, todo lo que te presentan; pero, si ya leíste a Poe o a Christie –o al menos solicitaste información al INAI-, y tienes un sólido conocimiento de lo que en realidad pasó durante la administración saliente, no permites el engaño y les exiges que se responsabilicen de los cadáveres que han escondido en sus armarios.

Así es, o debiera ser, lo que suceda en Puebla a partir de que se inicie la transición gubernamental, si es que existe un verdadero interés por ventilar, y hacer pública, la realidad de los dos gobiernos anteriores, unidos, indisolublemente, por una misma intención política.

En la materia, la “escena del crimen cultural” de los gobiernos anteriores tiene muchos cadáveres. Además, buen número de sus “perpetradores” aún continúan vivitos y cobrando en el desfalleciente organismo cultural gubernativo. Desvelemos algunas pistas para intentar ubicar los “cementerios culturales” y a sus “sepultureros”.

1. La “Subse”. Después de dar cristiana sepultura a la anterior Secretaría de Cultura, el organismo sustituto, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (CECAP), no tuvo más autoridad que la del Secretario Ejecutivo (4 durante su existencia), ni más poder real que el del Director General Administrativo (uno y nada más). Durante este periodo, las escenas de los “crímenes culturales” fueron instrumentadas desde la Dirección General Administrativa. No sabría asegurar si los tres Secretarios Ejecutivos (el primero solo duró 2 semanas y se marchó) se enteraron, bien a bien, de lo que sucedía en su traspatio, pero lo cierto es que entre las manos de su ejecutor, Octavio Ferrer, se llevó a cabo todo lo que el morenovallismo hizo y deshizo culturalmente. Un botón de muestra es que, cuando Moisés Rosas dejó el CECAP para irse al FONCA, se habían conseguido cerca de 12 millones de pesos de procedencia federal para invertirlos en los museos; sin embargo, estos dineros nunca llegaron a ellos. En cambio, un par de meses después y ya con el “embajador” Lozoya al mando, fue necesario reubicar las oficinas del Secretario Ejecutivo y se decidió “remodelar” parte del Museo San Pedro para tal fin. Nadie lo sabe de cierto, pues este es uno de los “muertos emparedados”, pero todo indica que las “nuevas” oficinas que se empeñó en tener Jorge Alberto Lozoya, dispusieron de ese presupuesto. Eso sí, “con buen gusto y refinado estilo, propio del Servicio Exterior Mexicano” –como encantaba al ex embajador-, puesto que tenía hasta cocina y chef.

Una vez muerto el CECAP, la Cultura continuó su desbarranco y durante el periodo de Antonio Gali Fayad, solo logró obtener el nivel de Subsecretaría –un retroceso organizacional de más de 30 años-; los museos fueron sectorizados como Organismo Público Descentralizado (OPD); no se inició ninguna acción para recuperar los espacios e inmuebles esquilmados a la SC; ni reponer al personal especializado despedido en el sexenio de Rafael Moreno Valle Rosas. Fue tan triste el papel de la Subsecretaría en ese tiempo, que nadie recuerda alguna acción contundente y decisiva por parte del recontratado –con menos nivel administrativo que unos años antes-, Moisés Rosas Silva.

Y en ese tenor de decadencia llegamos a la efímera designación de Anel Nochebuena al frente de la Subsecretaría, quien, ni tarda ni perezosa, trocó al personal de Moisés por sus propios allegados e incondicionales. Como sabemos, la tragedia del 24 de diciembre cambió el panorama poblano drásticamente, pero en realidad, en materia cultural, solo afectó a Anel, pues su “equipo” continúa “bajo el mando” de Montserrat Galí. Y ¿cuáles son los resultados tangibles de esta última etapa de la “Subse” del ramo? Si usted, amable lector, conoce de alguno, le agradeceré nos lo comunique, pues, en realidad, semeja un camposanto.

2. Los festivales. Cuando aún existía la Secretaría de Cultura, Puebla contaba con varios festivales de consistencia y variedad cultural. Además del principal, el Festival Internacional Palafoxiano (o de Puebla, según el año de realización), había, entre otros, el que organizaba Rodará sobre circo y clown; Barroquísimo, que organizaba el ayuntamiento capitalino; recuerdo uno de Blues en el 2007 o 2008 (creo); el Huey Atlixcáyotl y un Festival de Cine de Puebla en el 2010. Había más, pero sería enfadoso enumerarlos por inexistentes hoy en día.

La diferencia fundamental entre los festivales de esos años y los que se desarrollaron en los dos gobiernos anteriores, es que aquellos pretendían la creación y recreación cultural, mientras que estos privilegiaban la propaganda política, orientada como espectáculo, más que como cultura. En los inicios del CECAP, los festivales no habían perdido del todo su esencia e intención pasada, pero fueron manejados con torpeza e ineficiencia y a poco perdieron su valía. Y así habrían continuado si no es que llega a dirigir el CECAP el mejor secretario ejecutivo que tuvimos: Saúl Juárez Vega. Este no solo recompuso lo mal hilvanado y peor cosido del Consejo, sino que en el año y medio que estuvo, creó e impulso tres de los mejores festivales que se tuvieron en los últimos años: el Internacional de Teatro Puebla “Héctor Azar”, el de Sonidos de la Tierra, y, el primero (y único memorable) Festival 5 de mayo –¡recuerdan la impactante presentación del mismo en el atrio de catedral, con los espectaculares globos y el video maping!-.

Pero todo eso se perdió y hoy los festivales, vergonzosos y vergonzantes, solo remedan mal y con poco arte, al cada día más decadente Festival 5 de mayo. ¿Quiénes provocaron la catástrofe festivalera poblana y, sobre todo, quiénes han sido los beneficiarios directos de los montos millonarios anuales que se le destinan? Esto es, uno más, de los “esqueletos en el ropero” que hay que exhumar.

3. El Patrimonio. Llegué a la SC en el 2007, a la Dirección General de Conservación y Gestión del Patrimonio Cultural. En esos días la dirigía Yolanda Ríos Cerón, de firme carácter y sólidos conocimientos (yo fui Subdirector en la institución, hasta mi cambio al museo de los Serdán en el 2009). Conformaban el equipo de Yolanda, el Maestro en Restauración Omar Gutiérrez –de los mejores en Puebla-, y los arquitectos Alejandro Monterrosas y Roberto Castrejón y una pléyade inagotable de jóvenes en Servicio Social. Durante la gestión de Ríos Cerón, se lograron significativos trabajos de conservación del patrimonio poblano. Recuerdo dos impresionantes, ambos en sendos conventos franciscanos, uno en Atlixco y el otro en Zacatlán.

En el primero, mediante una monumental pared en escuadra, enterrada en el atrio, se evitó el deslizamiento y desgaje del cerro que hubiera devenido en desgracia y catástrofe pues habría arrasado con al menos tres colonias situadas a sus faldas y que se mereció la felicitación y reconocimiento de todo el gabinete de entonces. El segundo, fue la restauración del convento zacatlense y sus frescos. Después de una dilatada y broncuda gestión con el grupo de mayordomos del convento, comandados por su cura párroco, terminó con la total cooperación y apoyo económico de los pobladores.

Bajo la conducción de Yolanda, la Dirección de Patrimonio mereció el reconocimiento y mención de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos por su exitosa y abundante contribución en el programa FOREMOBA. El propio secretario de Cultura, Alejando Montiel –quien tenía una tensa relación con Yolanda-, reconoció asimismo y públicamente, la gran contribución de Ríos Cerón y su equipo al rescate y conservación patrimonial en el Estado y no solo en la ciudad capital, como sucedió años después. Que yo sepa, no se le cuestionaron dudosos manejos de los presupuestos y solo hubo un asunto de inconsistencia en la producción de un disco compacto sobre el patrimonio cultural, que tenía una mala edición.

Bien, cuando Yolanda salió, asumió su lugar la maestra María Teresa Codero Arce. Marité estuvo apoyada grandemente por Octavio Ferrer y, después, también por Jorge Alberto Lozoya. Sin la experiencia de Yolanda, pero con deseos de hacer bien las cosas, su participación ha sido, en términos generales, decorosa; sin embargo, ella, al parecer, tuvo oportunidad de conocer, o sospechar, sobre los manejos no siempre nítidos de los dineros para infraestructura en el CECAP. Nadie sabe a ciencia cierta si ella conoce de esto o no, pero estaba en el sitio que avalaba y acaso justificaba algunos de estos dineros, por lo que la duda existe. No obstante, y a pesar de la probable existencia de alguno que otro “esqueleto emparedado” entre los muros del patrimonio edificado de Puebla, Marité, hoy por hoy, se acoge al cobijo de la furibunda sombra de una de las torres de catedral, de ahí que es difícil, por el momento, el esclarecimiento de estos “rumores patrimoniales”.

Pues bien, apreciado lector, lo planteado hasta el momento es tan solo una breve muestra de lo posible y probable de existir y descubrir “espectralmente arrumbado” en los armarios de la administración morenovallista, pero hay más, muchos más: en el MIB; en los museos de la Evolución; en los “negos” de la construcción y restauración de los recintos culturales; en los opacos manejos de los todos los presupuestos para Comunicación Social, cuyos montos eran “centralizados” y desde “ese centro”, siempre oscuro y nebuloso, sustentaban ediciones de libros onerosos e innecesarios, así como “conferencias magistrales” de personajes nacionales e internacionales de la Cultura que nada aportaron a ella (recuerdo particularmente la “guanga” conferencia de Fernando Savater en el museo San Pedro), etcétera, etcétera.

Como vemos, los “camposantos clandestinos culturales poblanos” son muchos y variados. De ahí la pertinencia que en el equipo de transición barbosista se incorporen personas de incuestionable probidad y conocimiento de la historia cultural contemporánea, para evitar que, a partir de agosto, los muertos revivan y, transformados en zombis, se engullan en histéricas tarascadas a la renaciente Secretaría de Cultura.

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Patricio Eufracio Solano

Es Licenciado en Lenguas y literaturas hispánicas por la UNAM.

Maestro en Letras (Literatura Iberoamericana) por la UNAM.

Y Doctor en Historia por la BUAP.