La tabla de salvación

  • Octavio Paz
Una valoración del régimen político a partir de la revolución mexicana. ¿Qué será del PRI?

Las razones de la hegemonía del PRI están a la vista. La primera es de orden histórico: no sólo es el partido heredero de la Revolución mexicana sino del liberalismo del siglo pasado en sus dos vertientes: la juarista y la porfirista, la libertaria y la autoritaria. Pero estos antecedentes históricos por más poderosos que sean, no lo explica todo. El PRI ha conservado el poder porque su gestión ha sido positiva en términos generales, aunque no exenta de sombras, manchas y crímenes. Para hacer el elogio del PRI habría que pedirle prestadas a Karl Marx algunas de las expresiones con que hizo el elogio de la burguesía. No mencionaré las obras económicas y sociales, aunque hayan sido considerables, sino la acción política.

En primer lugar, ha dado estabilidad al país y, así, ha hecho posible su desarrollo (por más desigual y defectuoso que haya sido éste). Tampoco puede olvidarse que el PRI no ha implantado el terror ideológico como los regímenes comunistas, y nos ha preservado de los horrores que han sufrido casi todos los países latinoamericanos bajo dictaduras militares reaccionarias. Y hay algo más y más decisivo: el PRI ha sido el gran canal de la movilidad social. Al mismo tiempo, ha inmovilizado nuestra vida política y no ha vacilado en usar la fuerza y la represión para conservar el poder. Su influencia ha sido determinante en la corrupción que padecemos. Es verdad que los orígenes históricos de la corrupción están en el México virreinal, es decir, en el patrimonialismo de la monarquía absoluta: el príncipe gobierna a su pueblo como si fuera su casa. El fin del patrimonialismo en Europa se debió a la adopción de un nuevo tipo de racionalidad económica y política. Fue un cambio de la moral pública aliado estrechamente a la implantación de la democracia política y al ejercicio de la crítica. En México no hubo esos cambios por razones históricas que no puedo examinar aquí. La perpetuación del patrimonialismo es decir, de la corrupción, se debe sobre todo a la ausencia de crítica social y política. En esto la responsabilidad del sistema es innegable: ha buscado el consenso y ha sido hostil a la expresión de las diferencias. Su ideal ha sido la imposible unanimidad, no la modesta pluralidad.

En 1968 el monopolio de este «ogro filantrópico» que es el PRI fue sometido a una dura prueba. El movimiento de los estudiantes fue el resultado de la emergencia de una nueva clase media. En el lenguaje de los estudiantes mexicanos no era difícil percibir ecos de las proclamas y declaraciones de los estudiantes de Berkeley y de París durante ese mismo años; sin embargo, había algunas diferencias. Los mexicanos eran menos libertarios y en sus declaraciones no aparecen las críticas virulentas que los jóvenes franceses hicieron a los regímenes comunistas. Pero no fue la ideología del movimiento lo que conquistó las simpatías de grandes grupos de la clase media urbana sino la aspiración democrática. Casi sin proponérselo y más allá de sus slogans revolucionarios, los estudiantes expresaron el anhelo general de la nueva clase media, sobre todo de la ciudad de México: una vida política realmente plural en la que cesase el monopolio del PRI.

La respuesta fue brutal: la represión de Tlatelolco. El gobierno mexicano, que es inteligente y realista, no tardó en comprender el sentido profundo del movimiento y emprendió, un poco después, una reforma política. Primero fue la Apertura del presidente Echeverría; más tarde, la Reforma Política de López Portillo, concebida por el secretario de Gobernación de entonces, Jesús Reyes Heroles. La Reforma comenzó pronto a dar frutos. Pero la catástrofe financiera del final del gobierno de López Portillo nos precipitó en un hoyo del que todavía no podemos salir. El desastre fue el resultado de causas que estaban más allá del control del gobierno –la crisis financiera mundial, la baja del precio del petróleo, las altas tasas de interés bancario en los Estados Unidos- y de otras que sí son imputables a la administración mexicana: la corrupción y, fundamentalmente, los planes faraónicos. El gobierno se empeñó en continuar con esos planes en contra del aviso de los expertos y a pesar de los consejos del simple sentido común. ¿Por qué? Porque en nuestro país la autoridad, desde el siglo XVI, no tiene la costumbre de oír. Lo peor no fue la insensibilidad el gobierno ante las críticas y las advertencias sino que el derrumbe financiero provocó otra recaída en los métodos autoritarios. La respuesta al fracaso fue la nacionalización (estatización) de la banca. No critico el acierto o desacierto de la disposición gubernamental. Se puede discutir interminablemente sobre la medida, si fue necesaria o inútil, benéfica o nociva; lo que me  parece vituperable es la forma en que se llevó a cabo. No hubo ninguna discusión pública y el cambio se impuso a la población por sorpresa. Fue una orden –y punto.

Después hubo un cambio de mando. Miguel de la Madrid fue electo presidente por una amplia mayoría y su gobierno fue recibido con esperanza. Los escépticos, que son más y más, no han dejado de señalar que recibimos con la misma esperanza a Echeverría y a López Portillo. El nuevo gobierno ha hecho algunas cuerdas rectificaciones y adoptado ciertas medidas prudentes, casi todas ellas dirigidas a sanear nuestras finanzas y a vadear la crecida que amenaza con ahogarnos. La verdad es que las dificultades a que nos enfrentamos hoy los mexicanos, y no sólo el gobierno, son muchas, enormes y complejas. Pagamos años y años de imprevisión, ligereza, ignorancia y deshonestidad. El problema más urgente es el financiero. Es una cadena que tenemos atada al pie y que no nos deja caminar. Pero creo que saldremos del hoyo. Los problemas más difíciles, por ser de fondo y de lenta resolución, son otros. No soy un experto pero a mi juicio, los más graves son los siguientes: el aumento de la población; el fracaso de nuestra agricultura (no sólo no nos alimenta sino que nos endeuda con el exterior); la escasa productividad y, en consecuencia, incapacidad de exportar y un mercado interno débil que acentúa nuestras terribles desigualdades; la ruina de nuestro sistema educativo… La lista no es exhaustiva pero es aterradora. Todo esto nos enfrenta a una tarea gigantesca, prolongada y colectiva. Enderezar al país no puede ser la obra de un hombre o de un grupo sino de una generación.

Es claro que lo primero que hay que hacer es echar a andar a la nación, es decir, devolverle la iniciativa y la libertad de acción. El principal obstáculo es la centralización que padecemos. Es una realidad que nació con la primera gran ciudad mesoamericana, Teotihuacan, y que prosperó con el virreinato y los regímenes que lo han sucedido hasta nuestros días. Aunque el centralismo es económico, administrativo y cultural, su raíz es política. Su persistencia, como la del patrimonialismo, revela que en muchos aspectos nuestra sociedad todavía es premoderna. La familia patriarcal, con su moral de círculo cerrado, sigue siendo el modelo inconsciente de nuestra vida social y política. La sociedad vista como una proyección de la familia. Pero la extraordinaria vitalidad del patrimonialismo y del centralismo y su resistencia al cambio no son explicables únicamente como supervivencias de nuestro pasado. Los aliados de ambos son la ausencia de crítica política y de vida social democrática. En el caso del centralismo hay que decir que se apoya en la nueva clase burocrática. Centralismo y burocracia son vasos comunicantes que se alimentan mutuamente. El centralismo es la expresión de los grandes monopolios económicos del Estado (y de muchos privados que son sus aliados), de los monopolios culturales en las grandes ciudades y, en fin, de los monopolios políticos. Tenemos que acabar con todo esto. El único método para lograrlo es la democracia.

No necesito repetir que, por sí sola, la democracia no puede resolver nuestros problemas. No es un remedio sino un método para plantearlos y entre todos discutirlos. Además (y esto es lo esencial), la democracia liberará las energías de nuestro pueblo. Así, la renovación nacional comienza por ser un tema político: ¿cómo lograremos que México se convierta en una verdadera democracia moderna? No pido (ni preveo) un cambio rápido. Deseo (y espero) un cambio gradual, una evolución. De tener esa evolución sería funesto y expondría al país a gravísimos riesgos. Las soluciones autoritarias gastan a la autoridad, exasperan a los pueblos y provocan estallidos. El compromiso histórico que resolvió en 1929 la disyuntiva entre el régimen de caudillos revolucionarios y el establecimiento de una genuina democracia, hoy nos enfrenta a otra disyuntiva: estancamiento o democracia. El estancamiento no sólo es inmovilidad sino acumulación de problemas, conflictos y agravios, es decir, a la larga, convulsiones y estallidos.

Hace algunos años creía, como tantos, que el remedio sería la reforma interna del PRI. Hoy no sería suficiente. La opinión pide más. Pide una democracia sin adjetivos, como ha dicho Enrique Krauze. En cuanto al PRI: ojalá que retome en su totalidad, es decir, sin olvidar al demócrata Madero, su herencia como partido de la Revolución mexicana. Así aprenderá a compartir el poder con los otros partidos y grupos. Sería una vuelta a los orígenes: la Revolución mexicana comenzó en 1910 como una inmensa aspiración emocrática [sic]. Realizar esa aspiración será convertir efectivamente a la Revolución en Institución.

 

México, mayo de 1985

 

[Último fragmento de «Hora cumplida (1929-1985)» publicada en Vuelta, núm. 143, México, octubre de 1988 y se recogió en el primer volumen, El peregrino en su patria, de México en la obra de Octavio Paz, Fondo de Cultura Económica, México, 1987. Nosotros tomamos la referencia de Octavio Paz (2014): El peregrino en su patria. Historia y política de México, Obras completas V, edición del autor, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 356-360]

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Octavio Paz

Poeta y ensayista. Premio Nobel de Literatura en 1990. Premio Cervantes en 1981. Nació el 31 de marzo de 1914 en la ciudad de México y murió el 19 de abril de 1998 en esa misma ciudad. Su obra es vasta y multiforme que ha merecido la atención de los estudiosos en el ámbito nacional e internacional. Lo tomamos en algunos de sus fragmentos a manera de homenaje a este pensador de nuestro tiempo.