Herencia maldita

  • Guadalupe Carrasco
Desconfianza y sospecha. Corrupción e impunidad, las causas. Los retos: razón y conciencia ética

El 19s, como se conoce al trágico terremoto que azotó a varias entidades del país el día martes 19 de septiembre de 2107 a las 13:14 horas, puso de manifiesto que tenemos una herencia maldita, producto de décadas de corrupción y desconfianza. En los días que siguieron al terremoto de magnitud 7.1, con epicentro en el estado de Puebla, los ríos de ayuda y solidaridad se dejaron ver por todos los rincones de nuestro país. Como en cada desgracia que sufre nuestro pueblo, la gente se vuelca a los centros de acopio (o a los lugares dañados) y comienza a ayudar. Sin importar nivel socioeconómico y cultural, todos mostramos generosidad y nos cubrimos de polvo y lodo hasta que no se distingue nada más.

Sin embargo, y acrecentado por la falta de capacidad del gobierno para controlar la delincuencia organizada, la ineptitud para combatir la inseguridad, la impunidad con la que se manejan los gobernadores y detentores de cargos públicos, los Duarte, los socavones y Ruiz Esparza, las palabras del actual presidente Enrique Peña Nieto, refiriéndose a la corrupción como algo natural, las casas blancas, los financiamientos de campaña por parte de capos, los arreglos en lo “oscurito”, la estafa maestra, los huachicoleros, los fraudes electorales y un sinfín de males que aquejan a México desde las cúpulas oficiales, la sociedad civil ya no confía en nadie.

Por todos lados donde se vieron los estragos del movimiento telúrico producto de los choques o acomodos de las Placas de Cocos y la norteamericana, también se vio la capacidad de autogestión de la ciudadanía; pero eso sí, todo el tiempo exigiendo que la ayuda se entregara directamente a los afectados. Fueron tantas las donaciones, que el DIF de cada municipio o ciudad se vio superado, tornándose incapaz de administrar y organizar la entrega de apoyos. Si a esto le sumamos que eran los políticos quienes querían hacerlo, promoviendo un protagonismo innecesario, priorizando compadrazgos y fines electoreros, la situación se tornó insoportable.

Por ello la sociedad civil ya no toleró más; sacando provecho de ser mayoría y de la facilidad para mantenerse comunicados gracias a las redes sociales, tuvo la capacidad de organizarse contra estos abusos. En muchos lados no se permitió la injusticia. Con burlas y abucheos recibieron a los representantes de nuestros gobiernos en lugares como Joquicingo, Estado de México, y Jojutla, Morelos. Nada de “lambisconería”, decían. Bueno, nada es un decir, porque eso sí, los “achichincles” se desvivían pidiendo a donantes y brigadistas voluntarios que entregaran apoyos en presencia de presidentes municipales y diputados locales para que éstos últimos se pararan el cuello.

Pero, al menos en mi experiencia, el DIF no está dando nada, sólo gestiona. Los mexicanos están perdiendo la inocencia y la ignorancia, por lo menos los más jóvenes, los que no le hacen reverencia a nadie. Esos nuevos mexicanos, que no respetan “a sus mayores” como muchos sostienen, están dispuestos a defender su esfuerzo. Por supuesto, esto no es una herencia maldita, es el nuevo fruto de un árbol viejo. La herencia maldita está en que “todos sabemos” que la corrupción está en todos lados y considero que, sucesos como el terremoto del 19 de septiembre pasado, debe servirnos para un nuevo despertar; un llamado a la razón y la decisión ética de no ser corrupto, de no corrompernos, porque cuando se es corrupto y se permite la corrupción (y además se permite que los corruptos no sean castigados e, incluso se buscan vacíos legales para que se hagan de más y más dinero) entonces nos persigue el fantasma de la desconfianza.

¿Ese que está ahí será corrupto? Probablemente… Seguramente. ¿Cómo le entrego mi donación? Queremos pruebas, las pruebas que no hemos exigido durante más de un siglo me atrevo a decir. En un pueblo surgido de las traiciones y tratos de las mafias en el poder, ¿qué podemos esperar?. La sombra de la desconfianza, pero además confirmada por los hechos. ¿Dónde va a parar el dinero donado por tantos personajes y organizaciones del mundo? ¿Quién lo va a administrar? ¿A quién van a contratar para reconstruir a México? ¿Lo nuevo quedará bien o será hecho con material de segunda para obtener un beneficio económico extra? ¿Guardarán en bodegas las donaciones para comprar votos el próximo año?

La herencia maldita es tener que vivir con la duda, cerrando tu carro y regresando a verificar si lo cerraste bien; cerrando tu puerta con tres picaportes, desconfiando del vecino y del que no lo es, vivir sin confiar cuando somos un animal gregario y necesitamos vivir en sociedad. Pero, cómo vivir y convivir pensando que alguien te dará una puñalada en cualquier momento, literal o figuradamente.

La herencia maldita es saber que nuestra vida pende de un hilo, que nuestros segundos de vida están contados, pues dependen de que alguien, en el proceso, haya hecho bien las cosas, con el material adecuado, de la forma correcta, cumpliendo normas y leyes, para que no colapse el edificio donde estamos durante un terremoto.

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Guadalupe Carrasco

Licenciatura en Psicología de la Universidad de Londres. Psicoterapeuta en consulta privada, Orientadora Educativa