La periodista

  • Abraham Bonilla Rojas

En efecto, es un conflicto de intereses: el de una periodista con la empresa en la que laboraba. ¿Por qué el desafío de Aristegui a la empresa, al condicionar su regreso? ¿Por qué hacer público lo privado, esto es, el contrato que había sido revisado apenas en diciembre, con mejoras en las condiciones de trabajo para ella y su equipo? La periodista, en algún medio, tiene voz; el concesionario, no la tiene: se expresa a través de los comunicados -las pautas- de su empresa.

Carmen es, sin duda y pese a sus contrarios en opinión, un referente nacional e, incluso, internacional por los contenidos y las formas de su trabajo. No es posible negar que sea un exponente relevante en el ejercicio del -como escribió Aguayo en Reforma el 18/03/2015- “periodismo de investigación”.

Poco reditúa a la res pública las razones simplistas o reduccionistas, incluso las que portan la bandera de la libertad de expresión. Al simplificar la protesta en la idea de que Aristegui es la única periodista libre e independiente -por supuesto no es la única ni es plenamente libre e independiente-, se razona justamente en la lógica que estas expresiones pretenden transformar y no solamente eso, sino que son brotes de esa lógica que reduce. Creer que Carmen es lo que debe ser y López-Dóriga lo que no debe ser, es restringir lo bueno y lo malo a sencillos esquemas y tampoco al someter las expresiones de lo bueno a estos sencillos bosquejos se logra eliminar esta simplicidad, por el contrario, se incentiva su persistencia y se fortalece su resistencia: un lobo con piel de oveja.

Carmen no es, pues, la única voz ni la única persona que hace periodismo libre e independiente. Además de ser una lógica simplista este razonamiento, es injusto y aparenta negar a otras voces que contribuyen y sitios que construyen cotidianamente la pluralidad que, en efecto, se contrapone al reduccionismo y a los ataques a la libertad de expresión. Este mismo espacio es muestra de ello: aquí convergemos gente de diversas y opuestas ideas; y a este medio recurren lectores con ideas que varían, mucho o poco, entre cada uno. Hay más sujetos de la pluralidad y Carmen puede conformar a la pluralidad pero no es ésta por sí misma. Desde luego, así como hay sujetos hay espacios.

Existe la libertad de expresión y se ejerce la libre expresión en México: simplemente leyendo y escuchando los comentarios en torno a la rescisión del contrato de esta periodista podemos notarlo. Es cierto, nos hemos quedado sin una voz pero no sin expresión.

La lección del caso Aristegui es que la relación entre el periodista o el conductor y el concesionario siempre es tensa y presenta constantemente determinados conflictos. Éstos, ven por su empresa; aquéllos, por su auditorio. El concesionario puede tener un interés que espere sea secundado y expuesto por el periodista; pero el periodista, puede perfectamente nunca abordar ni secundar ese interés o esa línea, porque es él o ella quien conoce a la audiencia -su audiencia- y lo que a ésta le interesa.

Por eso es un conflicto de intereses entre particulares. Quedó claro que se trata de esto con los posicionamientos: primero, el de la empresa; después, el de Carmen Aristegui; y, finalmente, la “capitulación” de MVS: “Nuestra relación ha terminado. Te deseamos buena suerte.” Dice el comunicado que leyó el encargado de las relaciones institucionales de MVS, que la libertad de contratación de la empresa es tan valiosa como la de expresión de la periodista. Vaya paradoja: quien porta la bandera de la libertad de expresión, a la vez, actúa en contra de otras libertades.

No obstante, la libertad de expresión de Aristegui, de sus colaboradores -Dresser, Aguayo, Meyer- y de su equipo -Lizárraga y Huerta- no está plenamente violada ni transgredida y mucho menos erradicada. Aristegui tiene otros espacios, como su propio portal, con su “notable exposición” en Reforma (Riva Palacio, El Financiero, 18/03/2015), y su semanal colaboración en el Reforma mismo, por no hablar de su espacio en CNN en Español, donde sin duda cuenta con un equipo de reporteros e investigadores colaborando en la construcción de los trabajos que presenta mediante las entrevistas que diariamente hace para esa empresa. Dresser, Aguayo y Meyer, cuentan también con espacios en el periódico Reforma y en algunos otros, por ejemplo, en los canales del Colegio de México. A Carmen misma y no solamente a nosotros todos, hayamos sido parte de su auditorio matutino o no, se le cortó una voz (un canal) pero no la expresión.

Los errores de Carmen, al final, le cobraron la factura. Puede hablarse de tres: creerse indispensable para la empresa; pretender cambiar su subordinación por el mandato sobre quienes manejan a la empresa; y, creer que la empresa es lo que es por ella cuando, más bien, es ella la que ha podido desarrollarse por tener un espacio en ésta. A pesar de sus características y de su carácter profesional, respetables, cometió estos errores.

Carmen no es la única depositaria de la libertad de expresión. Otra paradoja, si fuera el caso, nuevamente: en ella se manifiesta la libertad de expresión pero es su libertad de expresión la válida. Una persona no puede ser la única depositaria de la libertad de expresión, mucho menos de la verdad. La libre expresión reposa en la pluralidad y la verdad como tal es indescifrable, porque la única verdad que existe es la nuestra propia, la de cada quien. 

 

@JAbrahamRojas

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