Francisco I. Madero y Enrique Peña Nieto ¿Miedo a gobernar?

  • Manola Álvarez S.

Los primeros meses del gobierno del actual Presidente de la República, me han traído a la memoria la actuación del iniciador de la Revolución mexicana, Francisco I Madero.

El 10 mayo de 1911 Madero tomó la plaza de Ciudad Juárez y diez días después la Revolución del sur, con Emiliano Zapata al frente, tomó Cuautla y Cuernavaca.

Los acontecimientos apresuraron el acuerdo que las cumbres dirigentes buscaban para impedir que la revolución campesina desbordara a todos. Este acuerdo se firmó en Ciudad Juárez el 21 de mayo de 1911 entre Madero y los representantes del gobierno de Porfirio Díaz y no sé por qué este pasaje me remite al Pacto por México.

Estos llamados “Arreglos de Ciudad Juárez” han sido reprobados por la mayoría de los escritores revolucionarios que los consideran como un grave error de Madero, ya que tenían que dar como resultado la continuación de toda la maquinaria política del gobierno dictatorial y más grave, que se pactó la disolución de los grupos armados maderistas dejando al viejo ejército porfirista el dominio absoluto de la situación.

Sobre este convenio Venustiano Carranza dijo: “Nosotros los verdaderos exponentes de la voluntad del pueblo mexicano, no podemos aceptar solamente las renuncias de los señores Díaz y Corral, queremos que se cumpla la soberana voluntad de la Nación. Revolución que transa es Revolución perdida. Las grandes victorias sociales sólo se llevan a cabo por medio de las victorias decisivas.”

Sin embargo, Madero, después de su victoria, aceptó que las fuerzas maderistas fueran licenciadas; que quienes expusieron sus vidas al unirse a él para emprender la lucha armada contra Porfirio Díaz, quedaran desarmados a merced de los federales que, naturalmente resentidos, los hicieron víctimas de toda clase de humillaciones y atropellos.

Ejemplo vivo de esa animadversión de los federales para con los maderistas fue lo acontecido en Puebla en donde la fuerza federal al mando del general Aurelio Blanquet, realizó la más cobarde de las agresiones contra las fuerzas maderistas que se encontraban reunidas en la plaza de toros de la capital, esperando el arribo de Madero. Sin ninguna justificación Blanquet ordenó a sus fuerzas que hicieran fuego de ametralladora contra todos los reunidos en el coso taurino, causando la muerte de cientos de hombres, mujeres y niños. El odio y el rencor del sanguinario federal, dejó su huella.

Este error producto de la ingenuidad lo llevó a la muerte al nombrar como comandante Militar de la Plaza de México, a Victoriano Huerta, un traidor al acecho de la oportunidad para acabar con la vida de Madero.

De este lamentable episodio de nuestra historia se puede aprender que las victorias son para ejercerlas, ya sean militares o electorales y que el miedo o precaución para evitar enfrentamientos y tratar de quedar bien con todos, puede llevar al fracaso a quien  legítimamente tiene el mandato popular.

Enrique Peña Nieto no ha querido valorar su victoria: desde que el Tribunal Electoral lo declaró Presidente Electo, se ha achicado, escondido y a veces parece presa de pánico escénico. No festejó su triunfo por miedo a que López Obrador se enojara. Al llegar al poder dejó huérfanos a los priistas que lo apoyaron y se encontró con que los puestos de la administración pública estaban cooptados por los panistas (Felipe Calderón estableció el servicio civil de carrera). Es obvio que el grupo ha tratando de sabotear todas sus iniciativas con la intención de llevar agua a su molino.

Para realizar las reformas estructurales decidió apoyarse en El Pacto por México, tratando de lograr acuerdos con los líderes de los partidos políticos a los que derrotó. Y lo único que ha logrado es darles oxigeno a quienes estaban políticamente muertos. Estos “zombis” no se han cansado de chantajearlo exigiéndole concesiones a cambio del apoyo legislativo y a pesar de ello lo siguen atacando. Basta con observar sus actitudes en las ceremonias alternas del grito.

El Presidente debe verse en Francisco y Madero y tomar el mando del país. Él triunfó en las elecciones y está obligado a ejercer el poder. Esto no significa usar la fuerza pública para la represión. No. Lo que necesita es darse a respetar y no permitir que lo pongan en ridículo los grupos minoritarios que están y estarán en contra de todo lo que haga, como hicieron en su momento con el iniciador de la Revolución. Corre el riesgo de repetir la lamentable página de nuestra historia.

alvarezenriqueta@hotmail.com   

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Manola Álvarez S.

Licenciada en Derecho y en Ciencias Diplomáticas UNAM. Catedrática en la UNAM y en la UDLAP. Diputada en la L Legislatura del estado de Puebla.
Escritora y periodista.