Jonathan Swift nació en Dublín a mediados del siglo XVII, está considerado como escritor satírico y trascendió a la fama literaria por su obra Los viajes de Gulliver en 1726, más una sátira al género humano y no tanto como cuento infantil.

Swift describió alguna vez un tema presente, vigente hoy más que nunca en el escenario político. Cito: “La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse”.

Nunca mejor descrita la escena coloquialmente vista en casi todos los actos oficiales en torno a la figura central, llámese presidenta, gobernador, presidente municipal y demás cargos de elección popular.

En los últimos cincuenta años he tenido la suerte, por el trabajo periodístico de tratar a muchos funcionarios cuya principal característica ha sido esa: la ambición.

Algunos la ocultaban en acciones necesarias para conseguir los objetivos, es decir el pragmatismo, una herramienta muy socorrida entre los aspirantes a subir en la escalera del poder.

Cada inicio de un periodo de gobierno, en cualquiera de los tres niveles es un escenario propicio para que afloren las ambiciones.

Algunas nacen en el mismo individuo, otras en el grupo de poder central, algunas más propiciadas por los enemigos quienes patrocinan los halagos y fomentan que los aspirantes prueben la ambición y se desboquen antes de tiempo.

Recuérdese aquella entrevista de Mario Marín, gobernador entonces, con Brozo, donde se habló del “nuevo Benito Juárez”; la ambición le fue sembrada y cultivada y todos conocen el desenlace.

Podrían citarse muchos ejemplos, pero quizá ese haya permeado en las generaciones que hoy detentan el poder.

O por lo menos, así me lo parece.

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