El sabor de la miel en la guerra
- Román Sánchez Zamora
-Debes aprender a ser anónimo ante las victorias. ¿A poco crees que un castillo lo defendieron seis cadetes o un solo hombre desafió al país del norte?
-Debes estar preparado para lanzarte sobre la granada y salvar al oficial con más rango que tú.
-En caso de que haya un reconocimiento se lo darán al de mayor rango y esté al frente de la misión, a pesar que él se encuentre a cientos de kilómetros, pero eso lo comprendes cuando ya eres uno de los generales.
-Varias medallas gané, en una de estas, el presidente me dijo que seguro llegaría a mi cumpleaños; le dije que era muy amable, y sí, éste llegó a media noche. Saludó a todos y estuvo más de dos horas en el evento, me dijeron que seguro sería el jefe del Ministerio de Guerra, que ya era de la clase política militar, pero no, eso no me emocionaba.
-A dos cumpleaños de mis hijos llegaron otros presidentes. No hay duda que eso señalaba el rango que tenía y sobre todo el reconocimiento del propio Ministerio de Guerra; era emocionante.
-Me tocó recibir muchas veces compensaciones para todo el personal y así como llegaban, en efectivo en esos años, se cargaban en otro camión y se dejaban en una dirección que se señalaba; nadie ni yo mismo recibió ese dinero, solo silencio era parte del ritual.
-Una vez un desertor puso un procedimiento muy bien integrado, se ve que estaba asesorado legalmente; se ubicó y con el tiempo, él mismo retiró lo interpuesto. Dos años más tarde aparecieron una serie de desfalcos por él mismo perpetrados, por supuesto que él nada tuvo que ver.
Ese día me quedé sorprendido; dudé en seguir los pasos de mi mentor. Un joven siempre duda por el tiempo y el camino.