De héroes y villanos: Vicente Guerrero (2/2)

  • Herminio Sánchez de la Barquera
Nos guste o no, que Iturbide es el Padre de la Patria

En alguna otra ocasión, quizá lo recuerden mis amables y fieles cuatro lectores, hicimos en esta columna una serie de reflexiones sobre la figura de don Agustín de Iturbide, quien, después de haber sido un furioso, sanguinario y eficiente opositor a la insurgencia y, por ende, a la independencia de la Nueva España, fue precisamente el que la logró, el que la hizo. No me parece muy preciso el término “consumar”, pues se consuma lo que ya había iniciado y marchaba rumbo a su conclusión; de hecho, la Real Academia define al verbo consumar como “llevar a cabo totalmente algo”. Y la situación de los insurgentes en la Nueva España después de la muerte de Mina y Moreno (1817) era de hecho lamentable y sin perspectivas de triunfo, por lo que su objetivo, el lograr la independencia, estaba lejísimos de poder ser consumado. Por eso me atrevo a decir, nos guste o no, que Iturbide es el Padre de la Patria, además de que le dio también la bandera que, con algunos cambios, sigue siendo la actual.

Cuando, por cuestiones políticas (evadir la aplicación de la liberal Constitución de Cádiz), se organiza una conspiración en la Ciudad de México (la famosa pero aún no muy bien estudiada “Conspiración de la Profesa”), Iturbide cambia de bando y convence a Guerrero de emprender juntos el camino hacia la independencia, las cosas ciertamente se facilitaron, pero no tanto. Después de proclamarse el Plan de Iguala (24 de Febrero de 1821), los jefes militares realistas fueron declarándose, uno a uno, a favor de la independencia, en parte por lealtad a Iturbide, en parte porque su instinto los hacía ponerse del lado de quien adivinaban sería el vencedor. Yucatán, Guatemala, Chiapas, San Salvador, Honduras, Costa Rica y Nicaragua se adhirieron al Plan de Iguala en Septiembre del mismo año.

Pero los españoles no estaban mancos, así que, el 19 de Agosto de ese año tuvo lugar la última batalla de la larguísima guerra de independencia, en el poblado de Azcapotzalco, cerca de la Ciudad de México. Los coroneles independentistas (y ex realistas) Anastasio Bustamante y Luis Quintanar se enfrentaron a las pocas tropas realistas que aún quedaban, bajo el mando de Manuel Concha. Esta batalla se efectuó en contra de la voluntad de Iturbide, quien no deseaba ya más derramamiento de sangre, y duró más de diez horas, con cargas de bayoneta, mucho fuego de artillería y alrededor de doscientos muertos por cada bando. La batalla acabó en una especie de empate. Algunos autores consideran que este último combate demuestra que la independencia se logró en medio de las tensiones, las traiciones y las luchas entre las sectas de masones, que tanto daño harían al país que estaba a punto de nacer como Estado independiente.

El nombre de Guerrero, por su parte, lograba que las diezmadas bandas de insurgentes se unieran al Ejército Trigarante, aunque los jefes insurgentes, incluyendo a Guerrero, serían colocados en un segundo plano. De hecho, Guerrero no tomó parte en la entrada triunfal del Ejército de las Tres Garantías a la Ciudad de México dentro de los jefes de primer rango, sino sólo al final y como segundo de un tal comandante Morán. Carlos María de Bustamante, otro insurgente insigne, también fue relegado, al igual que Nicolás Bravo, Ignacio López Rayón, Andrés Quintana Roo y Leona Vicario. Es decir: la independencia la hicieron quienes en un primer momento la combatieron en el campo de batalla, y por eso los primeros protagonistas de la vida política del joven país fueron precisamente antiguos realistas: Iturbide, Anastasio Bustamante, Gómez Pedraza, Quintanar, Santa Anna…

La victoria de Iturbide y su entrada triunfal a la Ciudad de México el 27 de Septiembre de 1821 significaron la momentánea derrota de los masones, que después se la cobrarían con el derrocamiento del Emperador Agustín I y con la manipulación de la primera república. Esa primera república tuvo como Presidente a Guadalupe Victoria, antiguo y prestigiado insurgente, quien en Octubre de 1824 resultaría electo como el primer Presidente de México, para el periodo 1825-1829.

Cuando Guadalupe Victoria estaba acercándose al final de su periodo de gobierno, se organizaron las elecciones para sucederlo. En ellas contendieron el general Vicente Guerrero y el general Manuel Gómez Pedraza. Este último, oriundo de Querétaro, fue militar realista y combatió a los insurgentes. Siendo general, se adhirió al Plan de Iguala y fue siempre fiel a Iturbide. Más adelante fue nombrado por Guadalupe Victoria Secretario de Guerra, después de haber sido comandante militar en Puebla. Desde la Secretaría de Guerra parece que empezó a preparar su campaña presidencial.

Gómez Pedraza ganó los comicios, pero algunos inconformes, como el tristemente célebre Antonio López de Santa Anna, Lorenzo de Zavala y José María Lobato (un ex insurgente) no reconocieron los resultados y se levantaron en armas. Detrás de esta insurrección estaban, por lo tanto, los masones del rito yorkino, al que pertenecía Guerrero, quienes no deseaban que ganara el candidato de los masones del rito escocés (Gómez Pedraza). Esta lucha entre masones sería terrible para México durante todo el siglo XIX y es la culpable, entre otros factores, de la pérdida de más de la mitad del territorio en la guerra de 1846-1848. El Rito de Escocia se introdujo en 1813, de la mano de las tropas españolas que venían a combatir a los insurgentes. A él perteneció Juan O´Donojú, último Capitán General de la Nueva España (nunca fue virrey). El otro rito, el de York, se instituyó con el apoyo de logias de los Estados Unidos, en 1816, primero en Veracruz y luego en Campeche y Mérida.

El rito escocés defendía los intereses europeos, incluyendo a los de los españoles avecindados en México; el otro, el yorkino, representaba los intereses estadounidenses, y recibió un fuerte impulso de Joel Roberts Poinsett, primer enviado del gobierno de los Estados Unidos ante el gobierno de México, y quien tanto daño hizo a nuestro país con sus intrigas e insidias. Con estos padrinos tan poderosos, los yorkinos no se querían dejar ganar la Presidencia, así que recurrieron a toda suerte de trampas para ganar los comicios de 1828. Pero ni eso les alcanzó para ganar, así que cuando se proclamaron los resultados, los masones yorkinos se levantaron en armas, en lo que se llamó, en la Ciudad de México, “El motín de la Acordada” (un edificio del antiguo tribunal virreinal de La Acordada, de donde los alzados tomaron muchas armas) y tomaron el Palacio Nacional, a fines de Noviembre de 1828. Los alzados azuzaron al populacho al saqueo, por lo que se hizo famoso el grito “¡Vivan Guerrero y Lobato, y viva lo que arrebato!” Zavala, el aliado de Poinsett, aprovechó la confusión para ordenar el fusilamiento de algunos rivales políticos y saquear algunas propiedades de gente rica. Fueron días de muerte, saqueo, destrucción y caos.

Guadalupe Victoria no tuvo la fuerza ni la voluntad para oponerse a la insurrección, Gómez Pedraza tomó el camino al destierro, el Congreso, violando la Constitución, anuló la elección que él mismo había organizado y nombró presidente al cabecilla de los alzados, a Vicente Guerrero, al viejo insurgente, al patriota, al aguerrido militar, pero que ahora se convertía en el matancero de la naciente democracia mexicana, en el destructor de las instituciones de la joven nación, en el falso demócrata, en el títere de los masones cercanos a los Estados Unidos.

Su ejemplo hizo escuela: de allí en adelante, las cosas no se arreglarían más por medio de los caminos institucionales, sino a balazos y a golpes. De todas maneras, poco le duró el gusto al general sureño, pues su vicepresidente, el mediocre Anastasio Bustamante, protagonista de la batalla de Azcapotzalco, lo depuso, para después maquinar una traición que llevaría a Guerrero al paredón, en 1831. Pero la herencia política de Guerrero fue muy dañina, pues significó inestabilidad política y usurpación del poder durante buena parte del siglo XIX, hasta la llegada de Porfirio Díaz a la Presidencia, en donde se quedó cómodamente instalado un buen rato, dando fin a la inestabilidad política, pero sacrificando a las capas más pobres del país.

Todo lo anterior nos recuerda dos cosas: una, que sin demócratas no hay democracia; y dos, que los personajes de nuestra historia no son ni ángeles ni demonios, sino seres humanos de carne y hueso. Y esto precisamente fue Guerrero: un brillante estratega, un valeroso insurgente, un patriota incansable; pero también fue el primer presidente ilegítimo de nuestra historia, el primer político de alto rango que rechazó los resultados electorales cuando le fueron adversos y se levantó en armas. Un personaje muy obscuro a su lado, Lorenzo de Zavala, quien quiso independizar a Yucatán y después sería instigador y promotor de la independencia de Texas, llegando a ser su vicepresidente, es otro ejemplo de lo mismo, como lo demuestra la forma en la que murió. Cruzando, en Texas, un río con su familia en un bote, este volcó, por lo que su hijo más pequeño estuvo a punto de ahogarse. Zavala logró salvarlo y colocarlo sobre el bote volcado, pero él tuvo que nadar de regreso a la orilla. A resultas de esto murió a los pocos días de una terrible pulmonía, en Noviembre de 1836. Sí, habrá sido un demonio para su país, pero fue un ángel para su familia.

 

 

Dr. Herminio S. de la Barquera y A.

Decano de Ciencias Sociales

 

 

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Herminio Sánchez de la Barquera

Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.