Amozoc: Cementerio de ilusiones

  • Alberto Pacheco Márquez
Los ayuntamientos son la máquina de pobres más perversa

Muchas veces ya he escrito sobre la relevancia que tienen los ayuntamientos para impulsar el desarrollo integral de sus habitantes, no solo por ser el nivel de gobierno más cercano a las personas, sino porque cada municipio posee características únicas e inalienables en cuanto a sus fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, pero más allá de todo, porque es adónde los talentos, virtudes y capacidades de sus ciudadanos, pueden y deben hacer la diferencia.

Sin embargo y lastimosamente, la realidad es diametralmente opuesta; ya que los ayuntamientos son la máquina de pobres más perversa y no me refiero a la dimensión económica exclusivamente, sino a la generación de entornos de oportunidades que permita a los individuos por sí mismos, conocer y alcanzar sus verdaderas posibilidades.

Pobreza no es únicamente el que una familia no tenga piso firme o una vivienda bien edificada (algo que más del 50% de mexicanos no tienen), sino que la más dramática pobreza es que un niño de esa familia, no será capaz de terminar ni la educación básica y con ello estarán prácticamente sentenciados a crear un eslabón más, dentro de la pobreza estructural, esa que sentencia a 8 de cada 10 mexicanos que nacen en circunstancias de marginación.

Pobreza es el niño prodigio que no pudo llegar a la universidad porque el ayuntamiento no tuvo la capacidad de gestionarle una beca para que floreciera aún más ese intelecto.

Pobreza es el crack del futbol que no puede comprarse ni siquiera un par de tachones y mucho menos comer bien y tiene que abandonar el sueño y posibilidad de convertirse en el próximo Messi o Ronaldo y que el ayuntamiento no fue capaz de vincularlo a una institución deportiva que lo rescatara del ostracismo al que el entorno lo ha sentenciado.

Pobreza es esa niña con esas manos llenas de arte que jamás siquiera pudo acceder a un lienzo y un pincel.

Pobreza es aquel estudiante de ingeniería en software que ha desarrollado una app para incentivar el comercio local y que el ayuntamiento no pudo vincularlo a una Incubadora de empresas ni mucho menos a la banca de desarrollo.

Pobreza es aquel grupo de amigos que cantan jazz y que ni siquiera pueden utilizar el espacio público.

La verdadera pobreza es, sí, la erosión de los talentos, porque al no encontrar ese espacio de verdadera escucha, de oportunidad, ocurren 2 cosas regularmente, MIGRAR y aplicar esos dones en beneficio de otros lugares y personas o convertirse en individuo con un profundo resentimiento social que se pierde en el abismo del entorno.

Y es que, por supuesto, ¿cómo una autoridad va a darle el justo reconocimiento a la educación, sí es de lo que más carece y a lo que más le teme? En efecto, si nos educan, jamás volverían a llegar al poder. 

¿Cómo un alcalde va a promover la creatividad de los jóvenes, cuando ni medianamente entiende lo que significa la palabra innovación?

¿Cómo un edil se podría interesar en fomentar a la cultura y las artes para que a los talentos nunca jamás les falte el lienzo ni el pincel, si éste, cree que la cultura y las artes son una mera banalidad?

¿De qué forma un alcalde va a apoyar al emprendimiento, si lo único que percibe es para sí mismo a través de que todos pierdan y éste, todo robe?

¿Cómo un alcalde logrará que nuestros cracks, pasen del llano al estadio, sí cree que apoyar al deporte se reduce a entregar balones y trofeos corrientes?

Las cadenas de la pobreza, no se rompen desde el dispendio, ni la demagogia, mucho menos desde una despensa que alimenta un día, pero hace aún mayor el hambre de nuestra propia existencia.

Las personas, queremos vivir con ilusión, entusiasmo, alegría, ser espacios de abundancia, relacionarnos con la sensación de que podemos ser lo que estamos verdaderamente destinados a ser y no a lo que nos han dicho que debemos ser.

Y es que si bien, hay circunstancias que verdaderamente no se pueden cambiar, hay cosas que no podemos seguir tolerando, una cosa es lo que tenemos que asumir y otra la que tenemos que tolerar, y toleramos gobiernos que son inadmisibles, porque pensamos que somo así y nos hemos acostumbrado a vivirlo así.

Hemos perdido la autoestima, la medida en que nos valoramos, nos queremos y nos estimamos.

Toda situación por difícil que parezca, es una oportunidad para mostrar, lo que verdaderamente somos y nos dirán que no es posible, que no somos lo suficientemente buenos, que no lo merecemos, tal como al gusano le dicen que no puede ser mariposa y, sin embargo, la posibilidad de volar está latente en su existencia. 

Cuántos de nosotros sabemos que de entre los casi 126 mil habitantes en Amozoc (censo 2020) tenemos premios nacionales de la juventud, campeones mundiales en muchas disciplinas, científicos, empresarios reconocidos nacional e internacionalmente, miles de jóvenes emprendedores, mujeres aplaudidas por la ONU.

El día que finalmente comprendamos que, así como hemos construido por indiferencia, complicidad o mezquindad un entorno que nos limita, podemos construir otro, adónde sea el talento la norma y no la excepción, adónde las grandes ideas se compartan, se escuchen y trasciendan, adónde la educación sea ley y no vanidad.

Será solo y entonces que Amozoc pase de ser un cementerio de ilusiones a una fábrica de sueños y nuevas y mejores realidades.

Un Amozoc adónde nuestros ingenieros egresados de la UPAM no salgan solo a instalar calentadores solares sino a crear y exportar conocimiento, un Amozoc adonde nuestros zócalos, pasen del anafre a la terraza, adónde pasemos del tianguis al corredor turístico, adónde finalmente pasemos del NO SE PUEDE al… LO MERCEMOS.

Nos vemos cuando nos leamos.

 

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Alberto Pacheco Márquez

Especialista en Desarrollo Regional y Gestión de Inversión Extranjera y Conferencista. Se desempeñó en el sector público y privado en México como en el extranjero. Dedicado a la vinculación entre México y Polonia