Morena: la legitimidad en riesgo

  • Miguel Ángel Rodríguez
La idea es revisar brevemente, con la intención de mantener viva la memoria

Se anuló el proceso electoral interno de Morena en todo el país. Una temprana señal de alerta que deben tomar muy en serio los militantes del Movimiento, pues el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación aprovechó estratégicamente la borrachera pantagruélica de voluntad ciega de poder, de dominio sobre los demás, pero no de gloria, que exhiben públicamente algunos dirigentes nacionales y algunos gobernantes de Morena.

Ese, pero, insignificante, solo una palabra, apenas cuatro letras, es la distancia abismal que los separa del proyecto político, de los principios filosóficos, éticos, que El Peje ha identificado como la base para la construcción de una nueva república. Y ese, pero, también, es el que construye todos los días, y sin descanso, la Torre de Babel en que se está convirtiendo en varias regiones del país el Movimiento de Regeneración Nacional.

Quiero decir, sin enemigos al frente, sin partidos significativamente legitimados en las urnas, casi sombras el PAN, el PRD y el PRI, la voluntad ciega de poder de la nueva e híbrida clase política se entretiene en destrozar, hacer polvo y disolver, en los hechos, el discurso de reforma moral e intelectual de Andrés Manuel López Obrador. Entiendo que las transiciones políticas son muy complejas y que, como recordó AMLO recientemente, estamos en un proceso lento en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, eso es cierto, con una nota al calce, lo nuevo no necesariamente y siempre se traduce históricamente en un Nuevo Régimen, pues la legitimidad política puede desgastarse, pudrirse mucho antes incluso de que el proyecto madure

Me detengo en las sombras del Antiguo Régimen, en el desplumado sistema de partidos y en el debatido problema de la existencia o no de un Estado en México. La idea es revisar brevemente, con la intención de mantener viva la memoria, el estado de la nación y la gigantesca dimensión del desafío político que tienen enfrente los militantes de Morena y el propio Presidente de la República. Una tarea que no admite distracciones ni frivolidades, como la ocurrida con la manipulación del padrón de militantes, motivo legal de la anulación. Veamos.  

El sistema de partidos de México quedó sin equilibrios después del 2 de julio del 2018, domingo en que el hartazgo popular impulsó a 56 y medio millones de mexicanos a votar (63 por ciento del padrón), de los cuales el 56.3 por ciento lo hizo por Andrés Manuel López Obrador, el candidato del PAN obtuvo un 22.2 por ciento y, finalmente, el PRI con un 16.40 por ciento de la votación.

La elección presidencial de Enrique Peña Nieto, en el 2012, ocurrió con el 38.2 por ciento de los votos; es decir, el actual presidente fue electo en el 2018 con casi un 20 por ciento más de los votos que el priista de la Casa Blanca, el jefe del poder ejecutivo más corrupto de las primeras dos décadas del sistema político mexicano. Nadie duda que ese, junto a la tragedia de Ayotzinapa, fue uno de los disolventes más efectivos de la escasa legitimidad del PRI entre los mexicanos y una de las causas de su debacle electoral.

Cuando hablo de las sombras de los partidos políticos tradicionales me refiero no solo al rechazo mayoritario de la voluntad popular expresado en las elecciones presidenciales sino también, y de manera más tangible, a la muy comprensible y creciente dispersión de muchos de sus líderes y militantes que, luego de jurar con los dedos cruzados que no robarán más, no mentirán más y no traicionarán más, serán perdonados y recibidos con los brazos abiertos por la muy bondadosa e ingenua Morena.

Todos los días la prensa informa, a nivel nacional y local, de las fragmentaciones de los partidos del Antiguo Régimen que se suman, con toda la nobleza de su alma, con su probado espíritu de servicio, a las altas tareas de regeneración nacional que el país demanda. Y la sangría partidista es de tal magnitud que me pregunto si no nos enfilamos en camino de retorno, en una machincuepa irónica de la historia, hacia un sistema de partido único o hegemónico.

El Pacto por México firmado por todos los partidos políticos un día después de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, el dos de diciembre del 2012, se convirtió en "la carta de navegación" del proyecto neoliberal -como apunta Lorenzo Meyer. No hay duda, el Pacto por México trazó las rutas de la política económica, izó las velas de la nave de la verdad de la técnica y emprendió el viaje rumbo a la nada del capital extranjero. Por mi parte agrego que el Pacto por México es la develación de "...ese punto oculto en que confluyen el modelo jurídico-institucional y el modelo biopolítico del poder."

El clasista y racista estado de excepción que experimentamos en México durante el periodo neoliberal es muy elocuente en sus resultados, basta pensar que para el 2015 un 43 por ciento de la riqueza de México estaba en manos del 1 por ciento de la población y que si la economía creció a un tímido 2 por ciento los bancos incrementaron sus ganancias en un 8.3 por ciento durante el mismo año.

El pacto por México, además de carta de navegación, representó la instauración simbólica del nuevo poder soberano, piramidal y monolítico, la clase política de México, izquierda y derecha por igual, cedió a los encantos del poder económico y, dominados por el demonio de la soberbia, enterraron las enseñanzas de Lázaro Cárdenas y Manuel Gómez Morín, los principios y la ideología fueron congelados para conveger todos con el proyecto neoliberal: pragma y lucro.

Los institutos políticos desaparecieron en México, solo el partido del poder soberano global estaba vivo. El nuevo soberano global es quien decide quién tiene derecho a vivir una vida digna y quienes, por el contrario, son absolutamente prescindibles y pueden ser sacrificados sin responsabilidad jurídica para los sicarios, como en el caso de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, la mayoría indígenas. En ese proceso histórico de México, caracterizado por la indiferencia jurídica de las diferencias, por la pauperización brutal de la clase trabajadora y campesina, por la provocación extrema contra la naturaleza, por el abandono de las comunidades indígenas y afrodescendientes, se develó nítidamente, la relación orgánica, natural, entre el derecho y la violencia.

De tal manera que Lorenzo Meyer, siguiendo la hipótesis de Philip Abrams, sostiene la idea de que en México casi no hay Estado sino "...una estructura de relaciones de poder político y económico creada a lo largo de la historia y administrada por el gobierno en turno. El corazón de ese entramado de relaciones son las élites que operan dentro de un sistema económico global que permita a los pocos extraer de los muchos una cantidad de riqueza cada vez más ingente...es la crisis de una cada vez más precaria dominación."

El número de desaparecidos, migrantes, secuestrados y asesinados por el hambre, por la violencia simbólica y estructural, da cuenta sobradamente del estado de excepción o de la ausencia de Estado en el sentido del monopolio de la coacción física legítima que experimentamos, pues de acuerdo con fuentes oficiales entre diciembre del 2006 que inicia la guerra contra el narcotráfico hasta abril del 2018 se podían contabilizar más de 250 mil homicidios.

Y recuerda uno en este cementerio a Giorgio Agamben cuando afirma que la ciudad de los humanos tiene el extraño privilegio de ser, de estar constituida sobre la excepción, sobre la exclusión de la nuda vida y se hace y nos hace una pregunta central: ¿Qué clase de relación puede emerger entre la política y la vida en un orden jurídico basado en la exclusión y sacrificio de la misma?

He aquí el desafío para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, para Morena y para la sobrevivencia del fantasmal del Estado mexicano, ¿cómo construimos una relación política en la que el derecho a una vida digna de los mexicanos no sea negada, cancelada, por la red compleja de complicidades entre la clase política y la clase burguesa?

Quiero enfatizar en la dimensión del reto de Morena, la bárbara expoliación del país a manos del soberano global, una voluntad ciega que avanza y destruye las fronteras nacionales, porque es necesario parar mientes en que sin prudencia, sin la moderación de la hybris entre sus militantes más distinguidos, la cuarta transformación corre el riesgo de convertirse, como ya dije, en otra variante de más de lo mismo del sistema político mexicano.

Es muy pronto para saber si los equilibrios del sistema político mexicano que se modificaron con las elecciones presidenciales del 2018 y con las locales del 2019, en favor de Morena, se traducirán en un cambio radical, de forma y fondo, del Antiguo Régimen; en cambio, si es posible saber que la anulación de las elecciones internas de Morena por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ofrece al electorado de México una estructura de sentido político que lo deslegitima, pues deja en entredicho los principios morales del movimiento entre su militancia y un agrio sabor a desencanto, a sospecha de fraude, al eterno retorno de lo mismo, entre la ciudadanía crítica del país.

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Miguel Ángel Rodríguez

Doctor en Ciencia Política y fundador de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Investigador y filósofo político. Organizador del Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, espacio de intercambio y revisión del fenómeno migratorio.