Estados Unidos, Abracadabra: las palabras mágicas

  • Marcelina Romero
Hay culturas que consideran que los modales son importantes para el progreso.

Por Marcelina Romero (*)

Vivir en sociedad significa “adaptarse”.  Aceptamos. Negociamos. Algunas cosas son entretenidas y apreciables, otras quizás nos cuestan un poco pero si queremos encajar, no hay otra alternativa. 

Desde pequeños aprendemos a convivir con otras personas, al menos lo intentamos. Todos transitamos esta etapa. Algunos niños aprenden a convivir con adultos rígidos; otros, con adultos un poco más flexibles, o directamente blandos. Pero ése es otro tema. La niñez es el  período durante el cual absorbemos las normas que regirán nuestras relaciones sociales, nos vamos formando en el modo de interactuar con los demás. Desde los amigos que elegimos hasta los familiares que caen como peludo de regalo. De niños nos acostumbramos a ceder para ser parte de la “sociedad”. Esto es parte de lo que llamamos “educación”, es decir, una cantidad de conocimientos y reglas impartidas por padres, maestros, profesores, autoridades en general, y algún que otro compañerito de banco.

Estoy en Estados Unidos, no es noticia para los que leen la columna de esta latina suelta en el país del norte. Y en cada rincón de este tan amable país se palpa la enseñanza de las tres palabras sociales: gracias, por favor y permiso.

Los conceptos que debemos aplicar: respetar ideas y opiniones de los demás,  escuchar al otro, tener paciencia y claro que siempre debemos hablar con respeto. 

Aquí, en USA, los buenos modales están esparcidos como esquirlas adorables y opresivas para quienes después de buscar la tarjeta de crédito en la cartera por más de cinco minutos, comprobamos con asombro que el empleado del negocio nos sigue sonriendo y se lamente por el tiempo perdido, NO por su espera si no por la nuestra. Eso es vivir en Estados Unidos. Los individuos reconocen al otro, saben que el otro existe, al menos eso se nota en los detalles, en las personas comunes, de a pie. Me refiero a los que están en estaciones de servicios, en los supermercados, en los call center  y demás….lugares de trabajo. Los trabajadores, aquí, saben que sin el otro no hay un nosotros. 

Podrán tildar mi columna llena de lugar comunes, pero la verdad es que estoy sorprendida de la paciencia, el compromiso instantáneo ante el pedido de ayuda, la absoluta entrega del tiempo sin vueltas, sin retobos. Las personas amables que encuentro en la fila de un supermercado, en las calles mientras manejo; aunque todos demuestren apetito, sueño, cansancio, apuro -el síndrome del momento- conservan un código social de conducta: la etiqueta. 

Esta palabra que sólo aparece en determinadas invitaciones a fiestas presuntuosas, son algo así como el leit motiv de las reglas para interactuar con el otro.

Los creadores de la etiqueta -este código social por excelencia- son los aristócratas franceses. Podemos verla con simpatía si dejamos de lado la idea de seguir un protocolo rígido y nos dedicamos simplemente a la cortesía. La fórmula que siempre deberíamos tener en la punta de la lengua: por favor y gracias. 

Podría enumerar las infinitas excusas utilizadas para evitar los buenos modales: “soy tímido”, “no tengo tiempo”,  “estoy apurado”, “no tengo cambio”, “no traje la billetera”. Frases donde se escudan y refugian los maleducados o mal aprendidos.  

Hasta la timidez que nos pone frente a otros como una persona poco cortés: “No me acerqué a saludar porque no conocía a nadie”.

Observo comportamientos que me parecen irritantes y definitivamente maleducados. Y caigo en la pregunta inevitable: ¿cuántas veces seremos irrespetuosos sin darnos cuenta?,  o sí y no nos importa, quizás eso sea lo grave.

Aquí, en el país del norte, nadie se desespera, nadie empuja, nadie intenta atropellar al otro para ser primero en la fila, o para cruzar la calle. En Chicago, ciudad cosmopolita si las hay, los peatones esperan en fila para cruzar la calle cuando la luz verde les ceda el paso. Nadie quiere ser más vivo que el otro, todos en forma natural esperan que la luz cambie y entonces avanzan como seres humanos y no como ganado. Lo asombroso es ver como las veredas tiene un sentido: derecha van, izquierda viene. ¡Reglas! ¡Benditas reglas!

Asombrada de escuchar las mismas expresiones en distintos ámbitos “It’s ok”, “Thanks”, “Excuse me”, “Please”, “No problem”, “Sure”. No cabe duda: la repetición es parte de esta tarea diaria, constante, para  impregnar el día a día de buenos modales. Los americanos son amables con los extraños, serviciales hasta el punto hacerte pensar que salieron de una sit com. Así son ellos y así seguirán por los siglos de los siglos. Está en su matriz social. 

“Los buenos modales requieren tiempo, y no hay nada más vulgar que la prisa” decía Emerson.

Nadie puede decir que en su casa no escucharon una y otra vez –repetición- esas frases que inician el largo camino a los buenos modales: “La cuchara a la boca y no la boca a la cuchara”, “¿Cómo se dice? ¡Gracias!”, “Sentate derecho”, “Usá bien los cubiertos”,  “Da las gracias”, “Pedí permiso”, “Comé lo que te sirven”, “No levantes la voz”, “No hables con la boca llena”. Claro que también encontraremos resabios de incomodidad al recordar estas frases que de pequeños nos fastidiaban pero de grandes nos abren puertas. 

Los buenos modales son expresiones de cada uno: saludar, evitar palabras ofensivas, pedir permiso y por favor, agradecer, evitar levantar la voz. Si pensamos estos comportamientos parecen básicos y naturalmente aprendidos, pero en el fondo sabemos que brillan por su ausencia, en esto no hay distinción de género.

Hay culturas que consideran que los modales son importantes para el progreso, ellas son la japonesa y los países nórdicos que, oponiéndose al individualismo que lo impregna todo, buscan eliminar las conductas individuales y pensar en el bien común. 

Pero a no preocuparse, según un sondeo en distintas ciudades del mundo, Buenos Aires está entre las ciudades con mejores modales. 

Algunos especialistas refutan la idea del individualismo a ultranza, esa que sostiene que para llegar a la meta hay que eliminar al otro, esa que olvida las palabras mágicas de los buenos modales, esa que considera la competencia y el individualismo una condición natural del ser humano, un acto de supervivencia y por lo tanto “yo” estoy antes que los demás. 

Ante la grata sorpresa de encontrarme día a día con la amabilidad de los americanos, yo también me vuelco por la idea de la comunidad y no por la del individualismo.

Recuerdo preguntaron a León Gieco sobre su disco “Por favor, perdón y gracias” dijo “Son tres palabras mágicas para la vida, el amor y el corazón. Es un pedido a la gente, para que no olviden esas tres palabras mágicas que lo hacen a uno un poco mejor”.

 

(*) Master en Comunicación Política y Gobernanza Estratégica, George Washington University; miembro de la Red de Politólogas -mujeres dedicadas a la Ciencia Política Latinoamericanista- y del National Association of Hispanic Journalists (EEUU).  Síguela en Twitter: @lmarcelinaromer

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Marcelina Romero

Politóloga y Comunicadora feminista reside en U.S, corresponsal medios nacionales e internacionales. 

Master en Comunicación Política y Gobernanza Estratégica, George Washington University, miembro de la Red de Politólogas. Fundadora Radio Radar