Morena y la guerra sucia en la elección de Puebla

  • Miguel Ángel Rodríguez
Demoler al enemigo con un sólo golpe a la mandíbula o con un gancho al hígado.

La pugna interna de Morena por la gubernatura de Puebla se convirtió en parte del debate por la dirigencia nacional del movimiento de AMLO y, con ello, entramos prácticamente en un conflicto de baja intensidad, el más frecuente de nuestro tiempo: la guerra sucia.

Alejandro Rojas Díaz-Durán, senador suplente de Ricardo Monreal (Morena), publicó ayer un comunicado que es una página memorable por la forma, por el sentido belicoso del discurso político y porque abre la primera disputa por la dirección del nuevo partido predominante.

El contenido no es ciertamente un espíritu pacifista y la forma, la escritura, más bien recuerda a un fajador que quiere demoler al enemigo con un sólo golpe a la mandíbula o con un gancho al hígado que a un estilista que se mueve y baila a su antojo con el adversario sobre el encordado, más a un Chucho Castillo que a un Rubén Olivares, o, mejor, más parecido a un Mike Tyson que a un Cassius Clay.

La primer mordida a la oreja de Morena fue por la respuesta que el CEN envió al TEPJF a la que calificó de ser una "barbosada". Y como Juan por su casa descalifica sin argumentos técnicos la encuesta de la que emergió la candidatura de Barbosa, pues, reduciéndola a la pregunta por el conocimiento de los candidatos, concluye: "Con ese mismo criterio que aplica ella y su Nomenclatura de tufo estalinista, Bejarano o "El Chapo" ya hubiesen sido Presidentes de México, porque todo el país los conoce, pero dudo mucho que los mexicanos les confieran un cargo público de elección popular."

De igual manera, con un tono que busca ser gracioso, describe como un "mal chiste" la candidatura de Luis Miguel Barbosa a la gubernatura de Puebla. Uno sabe que esos adjetivos, esos intercambios de insultos están normalizados en la vida interpartidista, que suponen el enfrentamiento de un fundamento de verdad política que es incompatible y hasta contrario con otras verdades que, como todo el mundo sabe, son falsas.

Quiero decir, en el dogmatismo interpartidista es válido creer que, excepto mis amigos, todos son mis enemigos.

Y Maquiavelo palidece de la manera mexicana en que esto se cumple.

No obstante, lo que tenemos en la mesa de la historia es la primera prueba de fuego de Morena como organización política plural; hablamos del tránsito, porque la sucesión en la dirección del movimiento puede resultar definitoria en la forma y en el fondo de las ideas, los intereses y las instituciones que pretende construir AMLO para la purificación de la vida pública nacional.

En lugar de inaugurar un debate de las ideas, Alejandro Rojas dibuja un extemporáneo ring del periodo de posguerra e identifica al Comité Ejecutivo Nacional de Morena con la nomenklatura estalinista. Como es sabido, la nomenklatura, la élite del Partido Comunista de la URSS, la casta gobernante de la Unión Soviética, con un modo de dominio patrimonialista del poder, consideró muy pronto que el debate ideológico dentro del partido comunista debía prohibirse y el hipócrita argumento era que con la pugna de las ideas revolucionarias, con el ejercicio de la crítica, se hacía el juego a la burguesía del mundo capitalista.

Es decir, en sentido contrario a lo que cabría esperar del discurso del partido de la Cuarta Transformación, que sería contribuir a que la ciudadanía imaginase la emergencia de un escenario democrático, en el que el debate libre de las ideas sea la naturaleza misma de la organización (para evitar la parálisis institucional), Alejandro Rojas nos advierte que la Cuarta T se retorció para tornarse en una pesadilla muy oscura: la del terror estalinista.

Lo que quiere develar a la ciudadanía mexicana, y poblana en particular, es que el riesgo del fascismo está inscrito en el liderazgo nacional de Yeidckol Polevnsky y en la candidatura de Luis Miguel Barbosa.

A la manera de un Trotsky muy acá, un ñero muy sácale punta, pero sin la inteligencia, gracia y agudeza del profeta desarmado, el torpe comunicado del político morenista se caracteriza por la rudeza del estilo, pues no hay imaginación en su artillería, recurre cruda y vulgarmente a la descripción violenta, al close up pornográfico: "Yeidckol Polevnsky quiere darles de comer camote a los poblanos"...

"Qué culpa tienen los poblanos de que les quieran imponer al impresentable dedo del chuchismo mercader y porrista de EPN."

"Es mejor que Barbosa vaya a la Fiscalía General de la República, para que aclare por qué se convirtió en el sexenio de Peña Nieto en un empresario inmobiliario millonario."

La escritura de Rojas recuerda, por momentos, la redacción de las revistas semanales de nota roja del siglo XX que hicieron época por el sensacionalismo de sus cabezas: ¡Alarma! y ¡Alerta!, pues el lenguaje de Rojas conjuga pornografía, corrupción, cárcel y, desde luego, el imprescindible sexo expuesto en la portada.

Busqué con cuidado, palabra por palabra, un sentido filosófico oculto en las palabras del experimentado político mexicano, pero no pude encontrar más que ira y cólera contra Morena y contra los morenistas que en Puebla respaldan a Luis Miguel Barbosa.

No hay argumentos jurídicos, ni políticos y mucho menos filosóficos que permitan configurar un horizonte de sentido para los ciudadanos poblanos que votarán por Morena el próximo dos de junio para llevar a Barbosa a la silla de Casa Puebla. Por el contrario, parece que quisiera borrar la esperanza del electorado en el futuro promisorio ofrecido por AMLO y su Movimiento de Regeneración Nacional.

Sus letras llevan la intencionalidad de aniquilar a Yeidckol Polevnsky, presidenta nacional de Morena y, de paso, arrastrar a Luis Miguel Barbosa por la plaza pública, para exhibirlo como un títere de los Chuchos y, por extensión, de Enrique Peña Nieto.

Lo cierto es que Alejandro Rojas está conduciendo el debate de Morena por caminos ya muy trillados para las izquierdas latinoamericanas, las flechas envenenadas no invitan al diálogo sino a la intolerancia y a la exclusión, los mismos adjetivos que él lanza contra "sus enemigos".  

De caer en ese juego ya se sabe el final. Lo que sigue, por la experiencia histórica de los líderes del PRD, es la fragmentación de las tribus, el triunfo del protagonismo individualista y el abandono de los principios de justicia social por los intereses económicos particulares.  

Un argumento, sin embargo, se puede rescatar con alguna claridad de lo que con ira y sin estudio redactó Rojas Durán. Es necesaria una dosis fuerte de racionalidad legal, institucional, en la toma de decisiones políticas de Morena, pues cada vez se parece más en las formas de organización y distribución del poder político a un anacrónico modo de dominación patrimonial patriarcal.

Es decir, lo que con mejor puntería lanzó el senador suplente contra los excesos del uso del poder por parte de la dirección de Morena es subrayar que las formas del antiguo régimen, de partido único (el Pacto por México lo era), cada vez son más similares a las estrategias de dominación patrimonial y corporativa del nuevo partido dominante -en vías de ser un partido único. 

Y eso si resulta terrorífico para la democracia.

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Miguel Ángel Rodríguez

Doctor en Ciencia Política y fundador de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Investigador y filósofo político. Organizador del Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, espacio de intercambio y revisión del fenómeno migratorio.