La conquista interminable: México, España y el perdón

  • Arturo Romero Contreras
“Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma

España puede o no disculparse, pero lo que está fuera de toda duda, es que América Latina ha dado el primer paso en perdonar a aquella su impagable deuda. En una reunión de jefes de estado de la Comunidad Europea, el líder Guaicaipuro Cauhtémoc se dirigió a ellos de la siguiente manera: “Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América. ¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano! ¿Genocidio? !Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos! ¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa”; es así que, concluye: “Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo. Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos. Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica...”. El texto es una ficción escrita por Luis Britto García con motivo del Día de la resistencia indígena en 1990 (y republicado en varios sitios por el Sindicato Petrolero de Córdoba, Argentina). Valga como exergo para algunas reflexiones sobre el negado perdón de España (en el doble y triple sentido que el genitivo admite aquí).

El escándalo en torno a la petición de AMLO a Felipe VI para pedir perdón por la Conquista solamente prueba una cosa: que el tema sigue siendo un asunto del presente. La petición “a destiempo”, la torpeza (o el interés político) de la misiva de AMLO, la insufrible petulancia del rey, los memes por la “absurdidad” de la petición, los nacionalismos enardecidos y el justo llamamiento a que sea el Estado mexicano el que pida perdón a los pueblos indígenas son una invitación a detenerse en cada espina del tema (repárese en esto, no se pidió perdón a México, sino a los pueblos originarios). Que AMLO tiene un interés político en la declaración es casi una tautología. Una declaración política de un político tiene, evidentemente, un interés político. Lo que hay que preguntarse es no solamente cual, sino, ante todo, de qué política se habla.

AMLO ha buscado legitimarse frente a la población indígena: las desavenencias con el EZLN, la entrega del bastón de mando, el proyecto del tren maya. Todo eso concierne a la relación del Estado mexicano (y sus proyectos de desarrollo: del liberalismo juarista al nacionalismo, del neoliberalismo a la cuarta transformación) con las poblaciones indígenas y en nombre de qué (el desarrollo, el progreso, la modernidad, el crecimiento económico) puede hacerse pasar una carretera o una vía por medio de la selva o de una población. Pero aquí hay que proceder con pinzas. En efecto, la conquista no fue el producto de una lucha de españoles contra mexicanos. España no existía, sino ese reino que apenas se levantaba de su condición de “colonia” (perdonando el anacronismo) musulmana. Era una excolonia buscando sus propias colonias, con instituciones y pensamiento arraigados en tradiciones judías y musulmanas. Y México tampoco existía. El pueblo Mexica fue suficientemente violento como para hacerse enemigos en un vasto territorio, quienes nutrirían el ejército de Cortés y sin el cual, ni con todo el progreso técnico y los caballos, habría sido posible la caída de Tenochtitlan. En efecto, México es mestizo, no porque biológicamente se hayan mezclado genes indígenas y peninsulares, sino por la mezcla de las lenguas, de la fe y de las instituciones. Aquí la más lúcida inteligencia que pudo ver a España no como madre, sino, a su vez, como hija de la historia, es Sor Juana. El castellano: hijo del latín; el catolicismo: hijo de una religión de oriente. Tonantzin, hija de María, hija de Isis. El mestizaje es la condición de toda sociedad realmente existente.

Se ha tratado de argumentar que la conquista trajo la civilización donde solamente había barbarie y la fe correcta en el centro de un amorfo politeísmo, que habría que estar agradecidos. A ello hay que contestar con lo que está escrito hoy en la Plaza de las tres culturas (no, no son cristianismo, judaísmo e Islam, sino españoles, indígenas y mestizos; de donde habría que hacer la combinatoria y sacar cuentas de las multiplicaciones e hibridaciones): “no fue triunfo, ni derrota, sino el doloroso nacimiento de la raza mestiza”. La Independencia fue un movimiento de Criollos, españoles nacidos en la Nueva España con aspiraciones de autonomía. En efecto, la Reforma y el liberalismo de Juárez tuvo como horizonte la creación de un Estado nacional unificado, para el cual los pueblos indígenas tenían que aparecer como un obstáculo, un resabio de antigüedad que, con un proyecto de educación nacional, deberían ser reabsorbidos en una nueva identidad. Y es verdad que la sección triunfadora en la Revolución Mexicana fue la burguesa, no la campesina, del sur. Y AMLO busca legitimarse. Todo eso es cierto. Y es cierto que este país está marcado indeleblemente por la lengua castellana y la cruz. Sin embargo: esto no exculpa un miligramo la brutalidad de la colonia, las matanzas de indígenas, el terrorismo de la inquisición. No lo exculpa, como el salvajismo del estado israelí contra la población palestina no hace menos criminal al nazismo contra los judíos. No hay “otro” absoluto, grado cero: siempre hay un “otro” del “otro”.

Una exigencia de disculpa en estos tiempos no está fuera de lugar. Todo lo contrario. El siglo XX lo fue de culpas y perdones. No hay otro siglo en que se hayan pedido u ofrecido más disculpas (y exculpaciones) entre Estados y pueblos. El contexto lo impuso el holocausto y el derecho internacional que a partir de ahí se gestó y que reconocería la figura de crímenes contra la humanidad. Cuando la ofensa no ocurre entre personas sino entre un Estado una población, y en cualquier caso donde el Estado, garante ideal de la legalidad, se convierte en el principal criminal, se exige una figura del derecho diagonal a las naciones. Con todas sus diferencias, este derecho inspiró desde los juicios de Núremberg (donde se enjuició a los nazis) al tribunal Russell que enjuició a EU por sus crímenes en Vietnam (y el reciente Tribunal Permanente de los Pueblos, donde se juzgó precisamente al Estado mexicano). Este impulso se tornó en la exigencia de reconocer la violencia de Estados e imperios en toda la historia de la humanidad. Las conquistas, las invasiones, los sometimientos de toda clase, el imperialismo. El periódico El País publicó, con motivo de la declaración de AMLO, la larga lista de perdones exigidos y otorgados en este siglo: Japón, Sudáfrica, Alemania, Canadá … Y por si se piensa que lo que sucedió hace mucho tiempo no merece dedicarle más esfuerzos recuérdese solo que la Iglesia perdió perdón por haber freído a Giordano Bruno en 1600. La conquista remite a 1521, ¿por qué ponerse quisquilloso con 79 años? Se podrá criticar a AMLO por las maneras, pero su petición responde a lo más íntimo de este siglo, al santo y seña de lo que constituye la conciencia contemporánea.   

 

El corolario de todo esto podría localizarse en la frase de Walter Benjamin (cuyo recuerdo debo a Juan Carlos Canales en este contexto): “todo documento de cultura es un documento de barbarie”. Y es por ello que ninguna consideración de la historia debe hacerse mirando al frente, haciendo borrón y cuenta nueva de los cadáveres pisoteados por la marcha de la humanidad, no queriendo ver las ruinas que han quedado detrás. El ángel de la historia, dice Benjamin, avanza, sí, pero con la cabeza vuela hacia atrás, recordando a quienes han sido asesinados, traicionados, hechos carne de cañón. Pero que no se confunda: no es que toda cultura deba ser también barbarie, sino que, hasta ahora, ninguna cultura puede lanzar la primera piedra por estar libre de violencia. Esa, por cierto, era también la esperanza comunista para Rosa Luxemburgo (en conmemoración de su aniversario luctuoso): hacer civilización sin barbarie. No es otra la tarea que tiene la política en el siglo XX. Eso y no el progreso, ni la comodidad, ni el crecimiento económico.

Lo que más sorprende de todo esto, es la profunda indignación del señor rey de España e incluso la baja estatura moral, pero sobre todo intelectual, de buena parte de la clase política y de la intelligentsia española que no ha visto aquí sino un despropósito, los desvaríos de un populista o un resentido que quiere reavivar el fuego de alguna enemistad. Un mensaje no es nada sino hasta que alcanza un puerto y una respuesta. Y, curiosamente, es la respuesta a la petición de AMLO lo que le ha dado la razón. Probablemente se hubiera esperado una respuesta estándar, algo así como: qué pasado don Pedro de Alvarado y la matanza en el Templo Mayor, es verdad, démosle una pequeña reprimenda simbólica, pero aclaremos, que no todos fueron tan malos. Y sí, que a la Inquisición de pronto se le iban las cabras, pero bueno, que les hemos reconocido como nación independiente. Pero la respuesta fue una contundente indignación, como si se tratara de una insolencia, inaceptable viniendo de un insubordinado. La línea monárquica de España es interrumpida (formalmente) de los 1500 a la fecha y, según la doctrina de la soberanía, eso asegura la continuidad de la nación. Otra cosa sería si hubiese triunfado la República. Esa etapa sí que acercó a españoles y mexicanos, porque lo operó ahí fue la ley de la hospitalidad y no de la conquista. Hospitalidad donde México recibió el regalo de pensadores, artistas y rebeldes de la península. Hospitalidad vs conquista, eso da qué pensar, para los españoles, para Europa frente a los migrantes de Medio Oriente y África y para México frente a sus migrantes de América Central. Lo sabemos bien: a veces son los judíos, a veces este extranjero, a veces tal etnia, a veces tal fe, tal colonia: el contenido es siempre una excusa. A lo que verdaderamente estamos llamados es a reconocer este tipo de violencia bajo todas sus justificaciones.

Recordemos que esta cepa borbónica es la que se dio la mano con Franco y la que, tras la transición a la democracia, hizo todo para evitar la persecución de los crímenes de la dictadura. Y cómo no, si su opinión es que “el pasado es el pasado”. En eso México sí que se reconoce con su progenitor: la guerra sucia sigue sin ser tocada, no se hable de las matanzas a indígenas, la sostenida guerra de baja intensidad en el sur del país, la protección a talamontes, la persecución de líderes ecologistas, la traición de los Acuerdos de San Andrés, etc. Pero no se trata aquí de quién está del lado correcto o incorrecto. España es más que la conquista y México más que una excolonia. El perdón es un tema que se despliega en otra esfera. En El siglo y el perdón Derrida habla precisamente sobre la relación del siglo XX y esta figura que, rápidamente, identificaríamos como judeocristianomusulmana. Exigirle a alguien que se disculpe no es lo mismo que otorgar el perdón. Y no es lo mismo el perdón estatal (el indulto) que el perdón de cada quien, de cada uno de los agraviados, el cual es siempre una decisión absolutamente singular. Lo curioso es que en todo esto sea el rey quien se haya sentido agraviado. Esto solamente confirma la continuidad real a la que hemos aludido, única razón por la cual, precisamente, se hereda la responsabilidad de una nación. La responsabilidad, entendida radicalmente, no puede limitarse nunca a mi esfera inmediata. Muchos españoles han dicho ¡yo no fui! Pero eso no es en absoluto el punto. En efecto, Alemania bien puede decir, en voz de su canciller, “¡pero si todos los nazis ya se murieron!”. Los crímenes contra la humanidad, así lo ha establecido el derecho internacional, no prescriben. No pueden prescribir, porque ahí no se alude a tal o cual nación constituida o a tal o cual línea de responsabilidad jurídica, sino a una idea de humanidad. El gesto del un perdón solicitado a un Estado tiene que ver no con una condena, o la identificación de los actores actuales con los que llegaron con armadura y caballo a las costas de América, sino con un gesto de cara a la humanidad. Ser responsable en este sentido no se refiere a la imputación jurídica, o a la línea de causalidad de los hechos, sino al gesto de asumirse en condición de herencia. Sí, del siglo XVI al XXI todos están más que muertos, pero lo que no ha muerto es el agravio, no de España, Castilla o Hernán Cortés, sino de la civilización misma, esa cuyos frutos hoy gozamos y sufrimos. De ahí venimos y, por ello mismo, es una exigencia hacerse responsable de toda una historia, aunque yo no haya decapitado a nadie, ni Cristóbal Colón sea mi tátaratataratar…abuelo. En eso consiste asumirse como miembro de una humanidad posible. Pero lo que se vio en la respuesta oficial fue la posición más pobre: ¡¿y yo qué!?

Y los mexicanos no se quedan atrás. Se dijo en las redes sociales y los medios que la petición era ridícula, se trivializó el punto diciendo que ahora había que perdi perdón de todo hasta el inicio de los tiempos y por cualquier cosa. Un empresario en la radio dijo incluso que se trataba de una cortina de humo para desviar la atención de los puntos verdaderamente importantes del país y que el gobierno debía pedir perdón a todos los empresarios por tener que pagar seguridad privada. Pero este comentario en realidad sí que echa humo sobre un verdadero escándalo que no hace primera plana: el robo millonario y por años de electricidad de parte de grandes empresas y que se le está llamando huachicoleo eléctrico.

No es que AMLO haya sido profundamente acertado en sus declaraciones o que esté poniendo en acto las reflexiones de un Derrida. Lo que se discute aquí es la longevidad de los agravios, la relación entre cultura y barbarie y la responsabilidad. Lo que se pide es ponerse a la altura de esa humanidad posible y responder en consecuencia. Se pueden pedir matices y en ello reside el oficio del político. Pero lo que no admite matices es la posición respecto a la violencia en general. El rey podría haber evitado la disculpa, pero reconociendo la barbarie de la que él (y nosotros) es heredero y de la cual debe hacerse responsable en el sentido que hemos dicho. ALMO tuvo razón no por su declaración, que es, claramente, interesada, sino por haber puesto el dedo en una llaga que sigue abierta. Y no es por resentimiento. El agravio social, político y económico al mundo indígena (ni a la mujer, ni a los descendientes de africanos, ni a los migrantes…) no ha terminado, de la colonia a la fecha. Ahora, lo más perturbador es la respuesta recibida del otro lado del océano: un deslinde ingenuo y un llamado ofensivo a olvidar y concentrarse en el presente. Pero como dijimos al comienzo de este artículo: ¡esto es precisamente el presente!

El problema no es que AMLO haya solicitado una disculpa, sino que no haya ido suficientemente lejos en ello. El principio es la disculpa: España, los independentistas, los liberales. Pero el clamor palidece cuando la condición de agravio efectivamente termina. La exigencia de cara a todo crimen contra la humanidad es, primero, que termine y, segundo, que no se repita.

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.