Lo que siempre quiso

  • Alejandra Fonseca
Nos dejamos de ver después de que cada quien terminó su carrera.

La conozco desde que éramos casi bebés. Nuestras familias eran muy amigas y crecimos juntas. Fue mi amiga en todo tipo de aventuras desde entonces. Muy traviesa, siempre amante de los animales, deseó tener un perro para jugar con él pero no se lo permitieron. ¡Por ella hubiera tenido un zoológico entero con animales en libertad!

A su mamá no le gustaban los animales ni dentro ni fuera de la casa y aunque tenían jardín, no quería limpiar excrementos. Total que siempre quiso tener un animalito que compartiera sus travesuras; siempre dijo que los animales eran los mejores compañeros pero no lo pudo tener en ese entonces.

Nos dejamos de ver después de que cada quien terminó su carrera. Se casó y tuvo dos hijos que crecieron e hicieron sus vidas en otros países. Ella quedó con el marido del que se divorció ya hace algunos años.

Una mañana en pleno centro histórico de Puebla, atravesando en sentidos opuestos la calle de la Reforma, nos reconocimos y nos hicimos señas para terminar del mismo lado en la banqueta; nos abrazamos con mucha alegría y, como las dos teníamos tiempo de ocio, fuimos a comprar un helado y sentarnos a platicar en las bancas del zócalo.

Ella traía en brazos una perrita negra muy simpática: para atravesar las calles la cargaba y en la banqueta la ponía en el suelo para que caminara atada a su correa. La perrita le hacía fiestas: le brincaba, la lamía, se paraba en dos patas para que le convidara helado, corría a su lado, se detenía a oler en las esquinas de la calle y mi amiga la dejaba ser feliz.   

Nos pusimos al tanto de nuestras vidas: ella vive en la casa que le dejaron sus padres y renta cuatro departamentos que construyó en el jardín. Visita a sus hijos dos veces al año y viaja con la perrita a donde quiera que va. Me dijo: “¿Recuerdas que siempre quise tener un perro? Pues mira ¡ya la tengo! Y además ¡en casa de mis papás celebrando que nunca antes me dejaron tenerlo! Y para más, ¡duerme conmigo! La eduqué para hacer sus necesidades en la cochera o el jardín, ¡y yo limpio y lavo todo!

“Tú sabes que desde niña imaginé a la perrita que quería, que durmiera conmigo, me acompañara a comer, a tomar helado, a caminar, a correr, que anduviera conmigo en el coche de arriba para abajo, que nos entendiéramos bien porque no se trata de que me obedezca, se trata de que nos guste lo mismo. Y vela, le encanta la nieve, ¡le compro una y se la doy con su cuchara y ni hace gestos de lo frío que está! Además está atenta por si hay más, y si no, no es pedinche. ¡Te digo que nos entendemos bien!

“Te voy a confiar algo, --añadió--. Tú me vas a comprender perfectamente bien lo que te digo, --y con su máxima alegría e ilusión de niña, abrazando a la perrita que se recostó en su hombro--, expresó: ¡Ésta es la perrita que siempre quise tener!”

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes