Ecce mono

  • Miguel Maldonado
Respuesta a Miguel Ángel Rodríguez, a su artículo del 13 de mayo.

 

El pequeño mono me mira...

¡Quisiera decirme

algo que se le olvida!

 

José Juan Tablada.

 

De todos los monos que me perturban, porque cada cual guarda un pequeño mono dentro —el mono gramático, el rey mono, el baile del mono[1]— hay uno que me causa especial desasosiego, el cual surgió, por segundas, gracias al texto de Miguel Ángel Rodríguez, al recordarnos que quizás Darwin se equivocó, que su teoría de la evolución es en verdad un alrevesado, pues son más bien los simios un eslabón más evolucionado que nosotros, o más evolucionado que ustedes, desocupados lectores —en este momento está hablando el pequeño mono que llevo dentro—. Quizá la supuesta imperfección de Darwin no se derive de un error científico y provenga de una falibilidad mayor: la imperfección intrínseca de la especie humana, y fue la vanidad -my favourite sin— quien llevó a Darwin a situar a los hombres por encima de los simios. (Si Darwin no se hubiese envanecido, y en su lugar hubiera colocado a los simios por encima de nosotros, presenciaríamos en este acto de humildad la ascención de los hombres al mismo nivel de los sabios simios.)

Dije que mi turbación fue por segundas porque ésta me vino, por primeras, a partir de un cuento de Ignacio Padilla: Cornelius Max pinta macacos. Allí se cuentan fragmentos de la vida y de la obra de este pintor austriaco. Cornelius se dedicó, en su última etapa creativa, a pintar monos; sus cuadros despliegan a primates realizando actividades humanas: orangutanes leyendo, monas maquillándose y chimpancés médicos. Pero no son estas imágenes, por demás atrayentes, las que me desconcertaron; es la idea que Cornelius apenas barruntó en uno de sus manuscritos: los monos son la cúspide de la evolución natural. Cornelius creía que el lenguaje humano no era una cualidad como sí una aberración, que el lenguaje complicaba la vida entre los hombres, que su naturaleza es generar confusión y veleidad. Los simios, en cambio, habían logrado eliminar el lenguaje y gracias a su silencio simplificaron la existencia. ¡Muera el lenguaje!, solía rematar Cornelius en cada brindis.

Dejando atrás la turbación estética y entrando en análisis, hay una trampa en el hecho de pensar que somos lo más evolucionado de la naturaleza: nos hace sentirnos con el derecho de dominar el mundo e incluso con el derecho de dominar unos hombres a otros hombres; esto que acabo de decir es de Perogrullo. Creer en la teoría de la evolución y la supervivencia de las especies, llevada al ámbito de las normas sociales (darwinismo social), significa dar carta de ciudadanía a la guerra de todos contra todos. Que es precisamente lo que se ha instituido como fe ciudadana: que unos ciudadanos compitan (competir es un eufemismo de chingar quedito) con otros. Miguel Ángel Rodríguez ha señalado lo pernicioso que es generar leyes basadas en el darwinismo, lo injustas que estas son puesto que la competencia no parte de un piso de igualdad de circunstancias, sin agregar lo falaces que son ante la mirada poética e intuitiva. Pero también esto es de Perogrullo.

Lo que Miguel Ángel no señaló y que me parece que agrega un nuevo filón a su texto, es que el argumento darwinista, el cual considera que sólo los más competitivos sobreviven y triunfan, es un argumento usado por quienes dominan para engañar a la ciudadanía con la premisa de la libertad individual, con la gran mentira del siglo XX: si te esfuerzas alcanzarás el éxito. Es decir, no hay ninguna ingeniudad de parte de quieres instauran el discurso darwinista, ellos no lo creen, no lo tienen tatuado a fuego y sangre en su pensamiento. Nadie cree en el darwinismo social. Simplemente es un argumento al servicio del poder, les conviene hacernos soñar que somos dueños de nuestro destino y que si queremos podemos, cuando ellos saben que nos va a llevar la chingada (chingada es un eufemismo de hecatombe). Pero esto también es de Perogrullo. Quizás por eso, porque todo es Perogrullo, lo changos callaron.

 

[1] Consiste en bailar muy pegadito, lo único que no se pega es el cachetito.

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Miguel Maldonado

Originario de Puebla, Doctor en Teorías de la Cultura, UDLA-Sorbona. Maestro Ciencias Políticas, BUAP - Universidad McGill. Fue Secretario General de la UDLA, Presidente de El Colegio de Puebla. Dirige la revista Unidiversidad y es colaborador de El Heraldo de México.