Juchitán

  • Juan Enrique Huerta Wong
Dos meses en que, al menos en Juchitán, no ha parado de vibrar la tierra

Se cumplen dos meses desde el primero de los tres terremotos que hicieron caer casas y personas en septiembre. Dos meses en que, al menos en Juchitán, no ha parado de vibrar la tierra. Todavía el martes 7 de noviembre, un temblor despertó a los habitantes del Istmo, muchos de los cuales no logran conciliar el sueño, temerosos de que otro temblor se lleve lo poco que queda en pie.

Recorrer Juchitán es enterarse de otro México, bastante lejos del World Trade Center donde se encuentra Publimetro. Es difícil encontrar un símil en este país, de por sí ya diverso.  Con 62% de población indígena, Juchitán ha resistido de manera férrea por siglos, casi cualquier intento de occidentalización.

La ciudad es un desastre. Más de 2 mil 800 casas colapsadas al 100%, 4, 448 casas con daño que las hacen no habitables, 7645 casas con daño parcial, aún habitables, para un daño en casi 15 mil viviendas. En un lugar donde habitan 70 mil personas, esto es daño en prácticamente casi cada casa.

La ciudad se demuele e inicia su reconstrucción, en buena medida porque por donde quiera se observa el impacto de las tarjetas que Bansefi ya ha entregado, y continúa entregando en la región. Las filas se observan diariamente en los lugares donde la gente se anota, se protege contra los ladrones y quienes se meten en las filas, y recibe su tarjeta.

En Juchitán no se han ejercido muchos recursos, porque hay una pugna entre constructores.  Es difícil decir quién tiene razón. Liderados por el artista plástico Francisco Toledo, los constructores locales arguyen que Sedatu y la Comisión Nacional de Vivienda gastan recursos inapropiadamente en asesores de vivienda que recomiendan construir “estilo Ciudad de México”.

Pero estructuralmente, no tendría que ser de otra manera, pues al caminar por Juchitán resulta claro que las viviendas construidas con varilla de acero resultaron frecuentemente menos dañadas que aquellas construidas con el procedimiento tradicional istmeño de empalmar tabiques en las esquinas de las casas. No hay solidez en los procedimientos tradicionales, arguyen especialistas en construcción.  

Es difícil también identificar si el desorden y la tierra son consecuencia total del terremoto. Como ejemplos tenemos las moto taxis y el polvo. La Coalición Obrero Campesina Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI) ha hecho de cada miembro un moto taxista.

Con estas unidades, las huestes del COCEI se ganan la vida invadiendo carriles y arriesgando la vida. La de por sí conocida complicada conducción de vehículos en México carece de reglas ante estos pequeños, frágiles y osados vehículos. Con mucha frecuencia se pueden ver accidentes entre estas motos, y entre las motos y casi cualquier cosa. “Ya bajaron”, dice un conductor de moto taxis.

La tradición manda comer tlayudas. El polvo entre cliente y cliente hace parecer que pasaron semanas desde la última vez que alguien comió en la mesa. Y sin embargo, pasaron algunos minutos solamente, pues el aire de La Ventosa llena de polvo y cemento los pulmones de los pobladores.

Es difícil saber qué fue antes, si el desastre o el desorden. Anticipar cómo y cuándo la región experimentará recuperación y aún desarrollo, es algo más complicado.

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Juan Enrique Huerta Wong

Profesor de Estrategia en Posgrados UPAEP. Soy miembro del consejo permanente del Programa de Movilidad Social, del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores