Ken Robinson y el fomento a la creatividad en la educación

  • Eduardo Libreros
Con nuestras capacidades creativas, fuera de la educación oficial, podríamos cambiar al mundo.

Ken Robinson es un educador y conferencista británico que ha dedicado su carrera a difundir los beneficios de adaptar la educación a las habilidades propias de cada estudiante, fomentando la creatividad, el arte y la innovación en los procesos de enseñanza. En su libro “El Elemento: descubrir tu pasión lo cambia todo”, cuenta una interesante anécdota acerca de la coreógrafa Gillian Lynne, quien durante su niñez fue catalogada como una mala estudiante.

Cuando Gillian tenía 8 años, sus padres acudieron a una reunión escolar en donde les informaron que su hija podría tener un trastorno de aprendizaje, ya que presentaba dificultades para concentrarse y no podía estar quieta durante las lecciones. En general, las recomendaciones que sus maestros hacían eran que la niña fuera colocada en un grupo especial y recibiera algún tipo de terapia para corregir su situación.

Preocupada, su madre decidió llevarla lo antes posible con un psicólogo. Después de observarla durante algunos minutos y hacerle diversas preguntas, el especialista le pidió a la pequeña Gillian que esperara en su consultorio mientras él y su madre hablaban en privado. Antes de salir, el hombre encendió la radio.

Una vez afuera, el psicólogo se volvió hacia la señora Lynne y le susurró: “Quédese aquí un momento y observe lo que hace”.

Ambos se mantuvieron expectantes al lado de una ventana desde donde podían ver lo que la niña hacía. De repente, esta se levantó y comenzó a moverse al ritmo de la música con una gracia que sorprendió a ambos adultos. Por fin, el psicólogo se volvió hacia la sorprendida madre de Gillian y le comentó: “Señora Lynne, Gillian no está enferma. Es bailarina. Llévela a una escuela de danza”.

El resto es historia. Gillian Lynne se convirtió en una de las coreógrafas más reconocidas de todos los tiempos, famosa por haber montado las secuencias de extraordinarios musicales como “Cats” y “El fantasma de la ópera”. Gracias a que su madre tuvo la fortuna de coincidir con una persona que supo detectar el talento de la niña, Gillian encontró en el mundo de la danza a gente inquieta y con habilidades similares a las suyas, características que la educación tradicional no supo valorar.

Los docentes tenemos una labor muy compleja cuando se trata de lidiar con jóvenes que están en la búsqueda de su identidad. Ken Robinson hace la analogía de la tarea educativa con un sistema que presenta preocupantes similitudes con una línea de producción: preparamos un producto para que pase un control de calidad y sea lanzado a un mercado que demanda características específicas, casi plastificadas, con la esperanza de que sea digno de valor. Esta visión es la que por años ha propiciado la idea de que si a un niño le va mal en la escuela es porque no es tan inteligente o disciplinado como aquellos que obtienen buenas notas. ¿Se han preguntado qué tal vez a ese niño no le interesa la escuela porque no hay nadie que lo ayude a cultivar una habilidad en la que sí es bueno?

Cuando cursaba mi educación secundaria y en la escuela a la que asistía se ausentaba un docente, de inmediato enviaban al prefecto de disciplina a vigilarnos. La estrategia de este personaje era contarnos historias de apariciones fantasmales que supuestamente presenció cuando por diversos motivos pasaba la noche en una institución en la que trabajaba. En realidad eso no me interesaba, y durante sus relatos sobre arrastre de cadenas y gritos lastimeros me dedicaba a dibujar caricaturas en una hoja de papel.

Gran error. El prefecto se dio cuenta de mi insolencia y comenzó a gritarme frente a todos por estar haciendo esas “ridiculeces”, y que no entendía cómo podíamos desperdiciar el tiempo en esas “payasadas de niños sin quehacer”. Me obligó a quedarme de pie al frente del salón hasta que terminara su relato, no sin antes ordenarme que tirara mi dibujo a la basura.

Pasaron los años y me convertí en educador. Seguí dibujando y apliqué esa capacidad creativa para tratar de dar mi clase de la manera en que me hubiera gustado recibirla. En varias ocasiones he ejemplificado los contenidos con ilustraciones que yo mismo elaboro o con presentaciones que diseño con el fin de hacerlas más atractivas para mis estudiantes, algo que en diversas ocasiones me han reconocido. Pero sobre todo, me he esforzado por no ser igual que aquel señor que menospreció mi habilidad, que le pareció bien ridiculizar mis intereses, y que nunca se preocupó más que por mantenernos callados e inmóviles mientras narraba sus experiencias paranormales.

Creo que la principal intención de compartirles esto es: si tienen la fortuna de trabajar con jóvenes, nunca les digan que lo que les apasiona no “les va a dar para vivir”. En este sentido, Ken Robinson habla de reconstituir nuestro concepto de la riqueza de la capacidad humana y re-pensar los principios fundamentales en los que estamos educando a nuestros niños. Esto involucra celebrar el regalo de la imaginación humana, y la única manera para lograrlo es valorar la riqueza de nuestras capacidades creativas y darnos cuenta que, si las fomentamos, podrían representar una enorme esperanza de que las cosas en este mundo pueden cambiar.

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Eduardo Libreros

Docente que aprende de sus estudiantes. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Administración de Instituciones. Imparte materias relacionadas con la literatura, comunicación e investigación y es colaborador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede México en la autoría de libros de texto para el Telebachillerato Comunitario