Una Locura

  • Ignacio Esquivel Valdez
El auto. El motor. El acelerador. El rugido del león. La velocidad. El vértigo. El manicomio

Con una bocanada de aire se dio valor para continuar. Giró la llave que enciende el motor y al sentir el arranque, hundió repetidamente el pedal del acelerador por el puro gusto de escuchar ese ruido tan especial y percibir el aroma del combustible quemado. El corazón le pulsaba tan rápido que sentía salírsele por la boca. La puerta de garaje se abrió con parsimonia mientras se escuchaba el rugir de un enjaulado león reclamando su libertad. Metió primera y pisó el acelerador. Al sacar el embrague acometió la calle con el consecuente rechinar de llantas. El velocímetro indicó 30 kilómetros por hora y el tacómetro aunado al sonido del revolucionado motor confirmaba la demanda de la segunda.  La aceleración se incrementaba con la adrenalina, y así llegó el momento de poner la tercera, el auto dio un tirón después de haber enviado el pedal al fondo. El inmenso placer de sentir el aire en la cara hizo que el mundo enmudeciera, no escuchaba nada más, ni siquiera sus más estruendosos reclamos dentro de su mente. El éxtasis experimentado le confería la catártica expulsión de un grito reprimido por años. Sonrió.

Todo ocurrió en un segundo, la sensación obtenida por la velocidad fue brutalmente cortada por el impacto con aquel enorme árbol plantado a media glorieta, el cual, con desdén, solamente tiro algunas hojas.

La gente que fortuitamente coincidió con el evento no preguntaba nada a nadie, sólo se limitaba a ver la escena y sólo algunos sintieron un poco de compasión por el hombre accidentado, pero todos continuaron con su camino.

Los encargados de este tipo de incidentes se presentaron en el lugar con su habitual uniforme blanco; el herido presentaba una pequeña cortada en la frente con un leve sangrado; a pesar de que estaba consciente, se encontraba asustado, por lo que preguntó:

—¿Estoy muy mal?

La respuesta lo hizo volver a la realidad:

 —Nada que nos impida remitirlo ahora mismo al lugar donde se hallan aquellos que, como usted, añoran los días cuando había autos, el manicomio.

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas