¿Quién es la víctima?

  • Ignacio Esquivel Valdez
Granaderos. Gente atrincherada en una escuela. Un sujeto amarrado en el asta bandera

A las veintiún horas llegaron los granaderos, la situación se había salido de control en ese humilde barrio, tranquilo por tradición. Los uniformados bajaron de su transporte y se formaron haciendo una línea con sus escudos por delante. Un oficial lanzó un llamado mediante un megáfono: “¡Entreguen al presunto delincuente en este momento, no nos obliguen a entrar por él!”. La gente a quien se dirigía el policía se encontraba atrincherada dentro de una escuela y en el patio estaba el sujeto referido amarrado al asta bandera, golpeado, deshidratado y semiconsciente.

Esa tarde ocurrió un desafortunado accidente en el que un hombre había sido arrollado por el automóvil del ahora detenido por la turba. La gente acusó que el automovilista había actuado en contra del contingente de ciclistas que tenían como destino la Villa de Guadalupe y ese día pernoctarían en el lugar. Al llegar al barrio la fila era grande y los autos circulaban de lado izquierdo. El acusado conducía su auto y en un momento donde nadie pudo establecer con claridad lo que pasó, tanto el ciclista como el aparato quedaron bajo las ruedas delanteras. El conductor no frenó y pasó medio carro por encima de ellos.

Todos quedaron enmudecidos viendo cómo el cuerpo daba vueltas debajo del chasis. El que conducía el auto bajó de inmediato y trató de sacar al hombre mientras decía que no le había aventado el carro, sino que el individuo perdió el equilibrio y cayó justo enfrente de él, tan súbitamente que no pudo frenar.

Al principio los compañeros del ciclista ayudaron a sacar al hombre y dieron cuenta de que no respiraba. El conductor palidecía e insistía que no había sido su culpa, pero una furiosa multitud primero lo sujetó de los brazos y luego comenzó a golpearlo, espetándole toda clase de insultos. Una solitaria patrulla llegó al lugar e intentó sacar al sujeto pero fue repelida con proyectiles que le destrozaron el parabrisas y abollaron el toldo. Al poncharle las llantas, el ocupante salió y echó a correr.

Fue es ese momento cuando la muchedumbre ingresó al señalado como causante de la desgracia a la escuela. Lo ataron y juntaron varios pedazos de madera con los que amagaban prenderle fuego.

Una ambulancia del ministerio público recogió el cadáver del ciclista y un par de camionetas de la policía llegaron al lugar para intentar negociar por el linchado, pero fue infructuoso, la gente enardecida no quería justicia, sino venganza. No pararían en sus actos, pues habían llegado al punto en el que el ser humano cegado por las emociones reprimidas y descontroladamente afloradas, busca sólo el desquite y no la solución a un problema.

El hombre atado suplicaba por su vida cuando vio acercarse a sus posibles salvadores, sin embargo éstos también fueron agredidos pudiendo apenas regresar a sus vehículos y marcharse del lugar.

Horas más tarde, ya llegada la madrugada, la gente se retiró del lugar, por lo que los granaderos ingresaron al recinto educativo. El oficial que intentaba llevar a cabo las negociaciones pidió que la ambulancia de paramédicos fuera sustituida por otra camioneta del servicio forense, el linchado había muerto.

Al cabo de una semana, el policía local cuya patrulla había quedado destrozada, llegó para pegar en la entrada de la escuela un periódico con una parte de la nota resaltada por plumón fosforescente para que se enteraran aquellos que participaron en la turba o los que no fueron capaces de hacer algo. La nota decía para su vergüenza:

“De acuerdo a la autopsia practicada al ciclista del barrio de San Bernabé, se corroboró que sufrió un infarto fulminante momentos antes de caer al pavimento donde su cuerpo, ya sin vida, fue arrollado por un automóvil.”

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas