El Nido y Yo

  • María Teresa Galicia Cordero
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“ Para ti pequeña, con todo mi amor”

Fue hace más de dos semanas, limpiaba el jardín cuando levanté la vista y lo vi, un hermoso y bien realizado nido en forma de ovillo hecho de ramas y de nylon, si, nylon, que  colgaba de una de las ramas que se albergan en el alero  de la ventana del comedor de la casa.

Busqué con la mirada y no escuché ni vi nada, sólo el trinar de las aves que  volaban en círculos o descansaban en el hermoso y enorme árbol anexo a mi hogar. Este árbol parece una orquesta, sobre todo  en primavera o en el verano. Todos los pequeños músicos emplumados se esfuerzan con sus cantos, unos pipian, los otros arrullan, éstos  trinan y otros gorjean en una cadencia perfecta.

Con el abuelo en mi infancia, recorrí la sierra norte del  estado de Puebla, generalmente a pie o a caballo. Admiraba su acercamiento con la gente de los pueblos indígenas, pero sobre todo su conocimiento sobre las aves, las plantas y los árboles de la región.

Aún ya jubilado, recorríamos su jardín y él me mostraba con orgullo las plantas que crecían en el. En mi cumpleaños número quince fuimos a sembrar en ese jardín unas rosas  blancas pequeñas para conmemorarlo. Recuerdo  sus palabras, cada flor es una esperanza en la vida de cada persona y predijo: “como son muchas rosas y seguirán creciendo más, tendrás muchas esperanzas y amor en tu vida”.  Y sí, mi vida ha estado llena de esperanzas y de amor, con una que otra espina  tal vez, pero fecunda y vibrante.

También reconocía el trino de cada ave y mientras te pedía escucharlas mencionaba características propias del ave, su manera de anidar, de comer y hasta de emigrar, era de aquellas personas que sabían mucho sobre la naturaleza.

Mi abuela en cambio, aunque si admiraba las aves, las tenía encerrados en unas grandes jaulas que sacaba por las mañanas  al  enorme patio de su casa. Era su primera actividad del día: quitarles su cubierta, asearlas, platicar con ellas y sacarlas para que los rayos del sol las alegraran y empezaran a cantar. Tenía muchos pájaros: ruiseñores, calandrias, cardenales, gorriones, periquitos, periquitos australianos, patos y un gran perico verde.

La casa de los abuelos, amplia, con altos techos y grandes espacios, siempre estaba llena de plantas y aves, y por supuesto una gran biblioteca. No había mejor lugar para descansar y soñar.

Pasado el tiempo mis abuelos envejecieron, las aves de mi abuelita fueron disminuyendo porque ya no las podía cuidar con el mismo esmero,  paso a paso y  poco a poco, las jaulas se fueron quedando vacías. No puedo dejar de aceptar que era precisamente lo que yo quería, y no me malentiendan, a su modo, la abuela las quería,  pero yo sufría  al verles  encerradas en las jaulas, y a veces yo pensaba que no cantaban sino que se quejaban.

El jardín de mi abuelo duró mucho más, con sus grandes árboles y sus flores donde  se escuchaba el trinar de aves diferentes al amanecer y al atardecer, como una gran orquesta también. A veces, sentada en sus escalones observaba con placer el vuelo de ellas mientras pensaba: “ahora si son felices”.

Por eso el nido que apareció mágicamente en mi jardín me ha llenado de recuerdos, pero sobre todo del reconocimiento a la vida, a la fortaleza, a la dedicación y a la belleza que la naturaleza nos brinda de manera gratuita día a día.

Todos los animales buscan o construyen un refugio en el cual puedan reposar, cuidar sus crías, abrigarse de la intemperie y esconderse en caso de peligro. Muchos se conforman  con una gruta, un hoyo en la roca, un escondite entre las piedras o en los árboles. En cambio,los pájaros son mucho muy exigentes ya que eligen el lugar y los materiales que les servirán para construir sus moradas..

Los pájaros saben por instinto fabricar el nido en donde van a poner después sus huevos, empollarlos, alimentar a sus crías y cuidarlas hasta que aprendan a volar y sean capaces de bastarse a sí mismas.

Los estudiosos el tema escriben que algunos pájaros construyen nidos que aunque simples, son admirables por la exactitud de sus proporciones. Estos nidos, generalmente de forma circular, están hechos con un entrelazamiento minucioso de ramillas y de briznas de paja, musgo y otros materiales, y forrados por dentro con plumas, copos de lana o vegetales. Este es el tipo que hay en mi jardín, aunque reemplazaron lo natural por el nylon.

Según los especialistas, tienen buen cuidado de esconder su obra tanto de los ojos de los animales que saben hostiles, como de los del hombre, a quien temen por experiencia. En nuestro caso lo han dejado a la vista de todos, lo cual agradezco porque nos acompañan en nuestras actividades cotidianas.

Hemos observado que dos aves son las que van y vienen al nido, aunque no identificamos cual es  el macho y cuál es la hembra. Ambos cuidan y alimentan a sus crías con gran disposición. Cuando empezamos a escuchar un alboroto de sonidos, es que mamá o papá están alimentando a los dos pequeños.

Suponemos que son gorriones, ya que a los alrededores y en la salida de nuestra casa solemos encontrarlos volando, frecuentando los árboles y arbustos, desplazándose  al ras del suelo, mientras buscan alimento o se higienizan. Afuera se les puede ver caminar, avanzando con típicos saltitos cortos o “bañándose” en polvo para desprenderse de los parásitos externos.

Así, día a día los he visto dedicarse a la crianza en el mágico nido, me he enternecido y preocupado cuando la lluvia o el viento arrecian, pero hasta ahora, allí sigue albergando sus tesoros. En estos días, ya  las cabezas y las alas pequeñas de las crías revolotean afuera del nido, sobre todo cuando llega su alimento en el pico de sus padres, se preparan para la partida.

Tal vez por este especial momento en mi vida, me he sensibilizado aún más y quisiera aprisionar para mi estos bellos momentos por mucho tiempo, pero sé que a pesar de todos los peligros que les acechan, de la falta de sensibilidad y cuidado de muchas personas, los pequeños gorrioncillos saldrán del nido, volarán victoriosos, sanos  y  fuertes hacia el  azul inmenso  del horizonte de la vida.

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María Teresa Galicia Cordero

Doctora en Educación. Consultora internacional en proyectos formativos, investigadora social, formadora de docentes e impulsora permanente de procesos de construcción de ciudadanía con organizaciones sociales. Diseñadora y asesora de cursos, talleres y diplomados presenciales y en línea. Articulista en diferentes medios.