Herencias hereticas
- Atilio Peralta Merino
Biblia en idioma castellano en la formidable versión del morisco converso Casiodoro de la Reina corregida por Cipriano de Valera, se erige acaso en el máximo baluarte de la ignorada y olvidada herencia cultual de los luteranos españoles del siglo XVI de Valladolid y Sevilla, comunidad, cuyo epicentro residiría en el emblemático Monasterio de San Isidro del Campo, y de la que dejara cabal constancia el cronista Antonio del Corro.
Resulta digno de destacarse a propósito, que, de entre los integrantes del referido Monasterio que fueran juzgados y relajados al brazo secular por el Santo Oficio, figurase Fray Juan de León quién tiempo atrás, se habría desempeñado como sastre de renombre en la muy noble y muy leal Ciudad de México.
Tanto un súbdito inglés como uno de Francia que residían en éstas latitudes, habrían sido relajados al brazo secular bajo la sospecha de dogmatizar con las herejías proclamadas en Wittenberg por Martín Lutero, al celebrase en la Ciudad de México el primer auto de fe del Tribunal Eclesiástico de la Santa Inquisición en el año de 1574.
La ya referida versión de la Biblia de Casiodoro de la Reina ofrece plena continuidad a una antigua tradición cultural castellana que habría que remontar a la escuela de traductores de la corte de Toledo de don Alfonso “el sabio”, pero, más allá de ello, ¿Tenemos acaso como hispanohablantes y particularmente como mexicanos una herencia oculta e ignorada de la cultura protestantes de la España del siglo XVI entre nosotros?
Por su parte, en “Libro del Buen Amor” de Juan Ruíz Arciprieste de Hita y en la “Celestina” se trasluce a las claras la herencia de la erótica mozárabe que, en “El collar de la paloma”, del sabio cordobés Ibn Hazm , encuentra su mejor y más prístina expresión.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo fustigaría con erudición e ingenio las conclusiones que sobre la Inquisición española habrían sido arrojadas por la historiografía de raigambre liberal, la cual habría dado comienzo sobre el tópico en cuestión con la celebra “Historia crítica de la Inquisición” de Fray Juan Antonio Lorente.
Al decir de Don Marcelino, la inquisición no se erigió nunca en dique para que se cultivaran artes y ciencias, citando incluso la permisividad que el tribunal eclesiástico habría mostrado hacía la impresión, distribución y lectura de la comedia del bachiller Fernando de Rojas.
En el año de 1588, sin embargo, Diego Romano de Peralta canónico obispo de Tlaxcala con sede en la Puebla fundada media centuria atrás, daría cuenta al Licenciado Bonilla en su carácter y condición de fiscal del Tribunal de la Santa Inquisición de la requisa de un ejemplar de la “comedia de Calixto y Melibea” hecha al esclavo negro Gregorio, perteneciente a la heredad y peculio de Francisco Velasco.
En la ocasión, el célebre Licenciado Bonilla sería informado en los siguientes términos: “los libros que conforma al catálogo general, vuestra reverencia tiene recogidos por prohibidos, hará quemar en parte secreta y sin nota, pues se prohíben, no como de autores herejes, sino por otras causas concernientes al buen gobierno de la república cristiana como son los de Fray Luis de Granada, impresos antes del año de 1561”.
Al ilustre académico de la lengua de nuestro país y oriundo de la ciudad de Puebla Alejandro Arango y Escandón, hoy injustamente olvidado, deberíamos el mejor estudio referente al proceso inquisitorial contra Fray Luis de León.
Fray Luis de León, “uno de los pocos sabios, que en el mundo han sido”, habría sido también sujeto al escrutinio del Santo Oficio, se dio, entre muchas otras, a la tarea de escribir consideraciones teológicas de alta raigambre intelectual como la obra “de los nombres de Cristo”, desarrollando sus elucubraciones metafísicas en algunos de sus escritos en forma de diálogo a la manera platónica, en momentos en que el Concilio de Trento ponderaba al estagirita bajo la interpretación de Santo Tomás de Aquino, en tanto que las veleidades platónico- agustinianas se hacían sospechosas de luteranismo.
Por su parte, el sabio maestro del claustro universitario de Alacalá de Henares, quién tras años de cautiverio retornaría a su cátedra con la inmortal frase: “decíamos ayer”, realizó por su cuenta una traducción del “Cantar de los cantares” directamente del hebreo que ponía en duda la precisión idiomática de la versión contenida en la Vulgata de San Jerónimo a lo que, a mayos desdoro a su cargo, habría que agregar que no contaba con limpieza de sangre y que se habrían descubierto entre sus antepasados a sefarditas falsamente conversos tras la expulsión decretada por Isabel de Castilla.
albertoperalta1963@gmail.com
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De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.
Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava